Las civilizaciones actuales se caracterizan por ser un entramado de registros culturales de raíces muy diversas. No hay valores o parámetros homogéneos, ni un discurso unificador o abarcador. Como señaló Giulio Carlo Argan: “el arte no tiene puntos de referencia constantes”.En otros tiempos los artistas se debían a los poderes de turno, sea la religión o la aristocracia reinante.
En el siglo XVIII, época de la Ilustración en Europa, se cristaliza el sistema moderno de las artes, nace la Estética como nueva disciplina filosófica, cuyo objetivo central sería el estudio y el análisis de todo lo referente a la experiencia y la representación sensible. El artista logra su autonomía desligándose de los poderes a los cuales respondía, firma sus obras, con un plus a su favor: su intelectualidad. (No olvidar que se sujeta a un nuevo poder que será el mercado).
Se configura así el campo de los componentes institucionales que conforman el universo de las artes. En el centro la obra de arte, en sus extremos el artista, que la había producido, y el público, el destinatario. Entre la obra y el público la crítica como mediación jerarquizadora en su tarea de intentar establecer lo que hay de verdad perdurable en la obra. Tarea nada sencilla ante las pluralidades de propuestas artísticas de nuestros tiempos.
Con el desarrollo de la cultura moderna, la homogeneidad y la unidad tanto de la obra de arte como la del público han desaparecido totalmente. En los finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX se produjo una verdadera revolución en la que la representación artística hizo un giro hacia la heterogeneidad y la pluralidad irreversibles. Lo mismo sucedió con el público espectador que se fue diseminando dejando de ser un segmento social homogéneo.
El objeto artístico tradicional atraviesa una crisis a lo largo de todo el siglo XX .En el arte contemporáneo las obras son estructuras dinámicas, emancipándose la imagen de los soportes sensibles que hasta ese momento prevalecían. Los contenidos espirituales dan paso a propuestas conceptuales y estéticas más en concordancia con la cultura laica y la secularización del mundo mundano.
Como vimos las ideas de originalidad y unidad de la obra, debido a las nuevas propuestas tecnológicas, dan paso a la reproducción masiva, a la serialidad, a la multiplicidad y repetibilidad.
La indeterminación y el azar en el acto creativo sustituyen al carácter definido de las obras proliferando obras inacabadas a lo largo de todo el siglo XX en las distintas artes: Schoenberg, Duchamp, Musil. La obra de arte no es una estructura cerrada, sino que en nuestro tiempo se la concibe como abierta, dinámica, e incluso aleatoria. Es en esta instancia donde el espectador pasivo - “contemplador” pasa a intervenir activa y creativamente en la dinámica de la obra: es co-autor. Teniendo en cuenta esta movilidad, apertura o deslimitación de la obra, que da lugar a múltiples interpretaciones, es que podemos agregar que no hay un público sino públicos.
Del mismo modo vale aclarar que el carácter restringido en el terreno de la experiencia estética, reservada en otros tiempos a los dotados de poder, económico o representativo, o los dotados de formación y conocimiento, de “gusto”, se han ido transformando y el acceso a los bienes artísticos es de carácter masivo.
Por lo aquí planteado el nuevo espectador es cada vez más exigente y participativo, producto de los cambios y transformaciones en la génesis y en la presentación de las manifestaciones artísticas de los últimos tiempos. En este juego dialéctico el nuevo espectador ve transformadas su sensibilidad ante los cambiantes procesos estéticos, lo que supone también nuevos riesgos y compromisos por el hacedor de arte.
(c)Claudia Susana Díaz *
*Licenciada en Artes visuales
14-7-2009
imagen: Julio Le Parc
Luz continua, forma y contorsión
cinético en madera
(de la muestra en la Fundación Proa, colección Museo Rufino Tamayo)