La Ley del Talión
¡Indio pata rajada has
esto!, ¡Indio ladino has lo otro! Si no creas compadre, ya estaba colmado
de tantas vejaciones a mi persona y, lo peor de todo, no me atrevía
a renunciar. La vida estaba muy difícil en ese tiempo. Apenas la familia
la iba pasando con las minucias de la parcela y mis pesitos de jornalero,
además, no es nada fácil encontrar un nuevo trabajo. No más se enteran
de nuestra pertenencia en la comunidad nativa y nos niegan el empleo.
Como si uno tuviera lepra o fuera un total pendejo. En esos momentos
me sentía como si todavía viviera en la época de las grandes haciendas
henequeneras cuando explotaban a nuestros ancestros mayas.
Para el joven Jacinto
Canek no valíamos como personas, no éramos nada. ¿Pues no somos todos
personas, iguales quiero decir, ante la ley y ante Dios? Y vaya, a mí
me consta. Sus padres le trataron de inculcar hasta el cansancio la
necesidad de respetar a su prójimo, y de reconocer las diferencias
culturales y multiétnicas existentes en nuestra nación. La verdad,
esas ideas tan progresistas a él y a muchos otros les vale pura madre.
Pero ya estaba de esperarse,
su arcaico despotismo y arrogancia tarde o temprano se le revertería,
y así precisamente aconteció. El destino tan justo se ocuparía de
escarmentarlo. Espera y te cuento. Sólo sírveme un poco más de aguardiente.
Gracias.
Pues bien, el patroncito
al terminar sus estudios superiores decidió inmigrar a una onírica
tierra llena de promesas y libre de indios rejegos, sin embargo, sus
fantasías le durarían poco tiempo. En una lluviosa mañana de mayo,
se apareció empapado en el rancho con todo y sus maletas. Ante lo sorpresivo
de su retorno, sus padres y todos nosotros nos quedamos atónitos. En
vista de nuestro asombro, el abatido Canek, emitiendo un sentimiento
vergonzoso expresó: “Estoy aquí para hacer de su conocimiento, la
forma tan penosa que me hizo comprender las enseñanzas inculcadas por
ustedes. El respeto a un semejante, independientemente de su sexo, religión,
idioma, origen étnico o color de piel. Trabajé en aquel país, tan
arduo como ahora sé que el indio lo hace, con la falsa intención de
pretender vivir como un blanco, y terminé siendo maltratado como ser
humano”.
Nadie hizo ningún comentario,
se dio la llamada para pasar al comedor y cuando la servidumbre estaba
por retirarse de la sala, el hombre Jacinto Canek, nos invitó a todos
a compartir la mesa con él.
(c) Iván Medina Castro
México
publicado el 8-4-2009
imagen: Juguete zoomorfo, muestra La magia de la risa y el juego, Fundación Proa