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Estás aquí:  Inicio >>  Cuentos, poemas, relatos >>  El álbum de papá - Carlos Medina Viglielm
 
El álbum de papá - Carlos Medina Viglielm
 

desde Montevideo, Uruguay


El álbum de papá

 

Un hombre abre los ojos y los fija en el techo, iluminado apenas por la media luz del alba. Siente la nuca mojada por la transpiración. Se vuelve bruscamente hacia la ventana ahora. Si, la ventana de siempre. A su lado su mujer se sobresalta y le pregunta:

 

-         ¿Qué pasa querido?

 

-         Nada, es que tuve un sueño terrible…

 

-         Hace rato que estoy despierta. Sentí que te movías y te dabas vueltas. ¿En qué soñabas?

 

-         Que era otra época… más adelante… Pocas horas antes de su muerte, cerca de las doscientas setenta horas…

 

-         ¿Las doscientas setenta horas?

 

-         Sí. ¡Eso! Le pedía a papá que dejara una orden para que luego de que él se fuera, pudiera tener acceso a su archivo. Pensaba que eso podría serme útil en momentos en que debiera presentarme al servicio.

 

-         ¿Qué servicio? – La mujer se voltea apoyándose sobre uno de los codos para mirar a su marido.

 

-         ¡Déjame contar!... La mayoría de la gente no hacía esas cosas Yo lo sabía. Ya se sabía lo que iba a pasar etc.. De todas maneras se lo pedía. Recuerdo que tomábamos… ¡agua! A todos les parecía mal…

 

-         ¿Todos quienes?

 

-         No sé, todos… Me miraban acusadores. Menos papá que, como traduciendo la memoria en un gesto –ya que siempre me había destacado por las excentricidades-, sin darle mayor importancia al asunto me dijo: “Claro, ¿por qué no?” Entonces había llegado el momento y estoy ahí. Introduzco la tarjeta del álbum a mi nueva Memophil 36, me coloco los cerebrosondas y comienzo a grabar mis impresiones.

 

Antes de que aparezca la primera imagen, levanto la vista hacia la ventana y pienso: quizá sea inútil, quizá realmente no sirva para nada, pero igual lo hago, guiado por no sé qué instinto, tal vez humano… Volviendo a la realidad me doy cuenta que no cambié todavía la imagen de la ventana que tengo hace como cincuenta horas.

 

Comencemos, me digo. A ver… Acerco el índice al programador y aparece en la pantalla una serie de datos. La voz metálica de la M36 me transmite: “Impresiones tomadas por”… ¡Uf! Eso ya lo sé. Adelanto un poco la memoria y aparece, ahora sí, la primera imagen: papá niño. ¡Qué maldita costumbre tenían los de antes de tomar imágenes de los niños sin cobertura! ¡Aj! ¿Qué desagradable! La piel transparente dejando ver todas las venas…

 

Adelanto un poco más… Papá joven con su primer traje exterior. ¡Qué modelo tan antiestético y pesado! ¡Claro! ¡Un Tashai 13! Cómo se ve que era hijo único… ¡Un Tashai 13!... ¿Cuántas horas valdría? Ahora me daba cuenta por qué el abuelo había vivido tan pocos términos. Decido que cuando tenga hijos, que esperen por los trajes reglamentarios. Aunque… para lo que hay que ver, quien sabe si todavía, no les compro trajes mejores que el de mi padre…

 

¿Y ahora? ¡Ah! ¡Sí! ¡El Juramento de Lealtad!... A ver… “Quien suscribe se compromete a servir sobre el plan…” está marcado “tiempo corriente”, es decir seis horas por término desde los veinte términos, “al COLMEN XA207 nosequécuanto”

 

Colmén… Papá me dijo una vez que esa palabra venía del nombre de una cosa que fabricaban no sé que animalejos que vivían antes… Al pie hay una nota, a ver… “ATENCION: Se avisa que en caso de deslealtad en servicio, el traje de reglamento se abrirá automáticamente”. Todavía ponían eso...

 

Papá me dijo que algunos lo hacían a propósito. Esperaban a que el viento formara vacíos en la capa del gas protector y la radiación gamma pasara hasta el nivel Cero. Entonces abrían sus trajes. La piel se les estiraba hasta estallar, los ojos les saltaban de las órbitas y sus cuerpos, poco menos que se vaporizaban, para quedar al final reducidos a unas tiras retorcidas y secas. La muerte era casi instantánea, pero parece que era algo feo de ver. Ahora, antes de salir, se pasa inadvertidamente por un cerebrosonda y en caso de anormalidad -¿o normalidad?-, se le ordena a uno a ir aprestar servicios en los túneles de energía, donde la exposición es la misma pero en caso de suicidio, no se pone en peligro al Colmén.

 

¿Y esto? ¡Ah! Los coches A1 y A2. ¡Caramba! No me imaginaba que fueran así…

A1… Recuerdo ahora lo que decía papá aquella vez que había tomado agua de más. (¡Qué enojada que estaba mamá!) A ver… Aquí está: A1 turbina que quema los gases en suspensión BX207A y produce los gases BX207B. Y la A2, Turbina que quema los gases en suspensión BX207B y produce los gases BX207A.

 

Un día –dijo papá-, los fabricantes de coches lograron la fórmula que solucionó,

-para los coches-, la falta de combustible. Entonces aparecieron los A1 y los A2. Claro que en ese momento ya se vivía bajo el nivel Cero. Así que ese tipo de vehículos era prácticamente innecesario.

 

A ver… ¿Qué más hay de los coches?... Sí, ahí arriba está el famoso ojo dinámico: una cámara ultrasensible de visión infrarroja. Estaba ubicada sobre el casco girando a alta velocidad para transmitir al conductor una imagen de 353 grados. Ese era el punto vulnerable: los siete grados que ocupaba en la imagen el timón estabilizador, necesariamente un poco más alto que el ojo. Aquí están las Tablas. 7 grados en la pantalla, pero a ochocientos o mil metros detrás, el ángulo es mucho mayor, lo que posibilita la caza con menos riesgos de caer bajo el rayo de láser automático. Bien. Esto puede ser interesante. Lo veré más detenidamente después.

 

A ver… ¿Qué más hay? ¡Claro! ¡No podía faltar! Papá al lado de su primera pieza. Un A… 2, parece… ¡Bah! Su primera y única. Creo que papá nunca se arriesgó mucho. Me acuerdo cuando me dijo que había Colmens piratas, que eran los que usaban esos coches. ¡Qué escándalo hizo mamá! “Ahora verás, -dijo mamá-, Intentarán subir al nivel Cero a ver. Querrán escaparse y terminarán como el mayor de los de la 7003, disuelto en los tanques.”… “Bueno, -dijo papá, la única vez que oí que le alzara la voz a mamá-, algunos eligen otra forma que no se las horas de exposición”.

 

Y yo me quedaba pensando… “Las horas de exposición”. Doscientas ochenta horas de exposición a las radiaciones exteriores sobre el nivel Cero, por vigilancia, o en los túneles de energía. Una cantidad promedio de exposición que coincide más o menos con la edad de sesenta y seis o sesenta y siete términos. Papá me dijo que antes, cuando la gente vivía sobre el nivel Cero, los términos se llamaban años. Y que en los años había estaciones y… ¿qué más? Bueno, puras complicaciones. Aquí en el nivel menos 204 se habla de horas, términos y se acabó.

 

Luego de las doscientas ochenta, sobrevienen unos pequeños malestares y de pronto se desintegra el sistema nervioso central. Ni largas agonías ni dramas. Doscientas ochenta normales es un buen tiempo. Creo que más no soportaré. No con todas estas nuevas costumbres de los jóvenes de hoy. Y en cuanto a reducir el tiempo, bueno, nunca se sabe. De pronto aparece una imagen nueva para las ventanas, y a uno se le ocurre vivir un poco más.

 

Al final me voy a dormir. Me saco las cerebrosondas, no sin antes transmitirle al ordenador que deseo descansar y éste, antes de apagarse, me desea buenos sueños (¡Imbécil!) Alzo la vista y vuelvo a mirar la ventana falsa. Me pregunto qué imagen pondré ahora. A ver el catálogo… Mmmm “Palomas en plaza”… ¿Palomas en plaza? ¿Qué será eso?

 

-         ¡Qué será eso decía! ¿Te das cuenta ahora? ¡Qué terrible!

 

-         Si querido… ¡Dios mío! ¡Qué imaginación!... A todo esto, ¿qué hora es?

 

-         Casi las siete, es hora de que los niños se levanten…

 

-         Sí. Hoy tienes que hablar seriamente con tu hijo.

 

-         ¿Qué hizo ahora?

 

-         Ayer camino a la escuela, volvió a quitarle la máscara de oxígeno a la hermana…

 

 

(c) Carlos Medina Viglielm

publicado el 13-3-2009

imagen: de la muestra "Banquetes, nodos y redes"
 
 
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