Cartas al mediodía, a la manera de Cortázar - Araceli Otamendi
“Cartas al mediodía, a la manera de Cortázar” fue traducido al coreano y publicado en la antología de escritores hispanoamericanos “Sube a la alcoba por la ventana” (2008).
En el año 2006 fue teatralizado y representado en el espacio cultural Las mil y un artes de la ciudad de Buenos Aires.
Cartas al mediodía
(a la manera de Cortázar)
Araceli Otamendi
¿Cómo empezar? ¿Por el principio, el
final o por el medio? ¿Por el cuadro de Héctor Borla o por R. R? ¿Por Walter o
por Anabel? ¿Por la gorda de Fellini o por quién diablos? El papel está puesto
en la máquina. Sí, es hora, ya es hora de empezar a teclear, uno, dos, tres
espacios. Así está mejor. Querido Walter. No me gusta. Pasan las horas y te
extraño. Mucho peor. Pero debo seguir. Ella vendrá al mediodía. Desde que te
fuiste, te juro, no he conocido a otro hombre. Pero si me dan ganas de llorar.
A mí. ¿A quién va a ser? Aquella tarde en que nos conocimos pude sentir que
había algo diferente en vos. ¿Quién lo diría de un triste marinero que recaló
en Buenos Aires? Y ahí viene uno de los R. R. tan pulcro como siempre, bien
vestido, con su perfume a colonia de violetas. Y debo continuar, como conclusión
creemos necesario implementar el sistema en el menor tiempo posible. Así que
elevamos a usted el presente informe. Me detengo. Elevamos, elevamos, como si
las palabras pudieran elevarse. Pero así les gusta, me enseñaron eso. Buenos
días R. Buenos días. Tantas estupideces pueden decirse en un informe, hay que
justificar las funciones, tantas cosas que no tienen justificación. Y es por
eso señor director que creemos imprescindible implementar dicho sistema
en el menor tiempo posible para reducir tareas manuales y por consiguiente
reducir los costos en un cincuenta por ciento de su valor actual. Otra mentira
más, lo pone tan contento al R., después firma y se va. Ya se fue. Sigo con
Anabel o con Walter. Sos el único hombre que he amado en mi vida. De verdad ¿quién
lo creería? Las once y media, arranco la hoja de la máquina y me voy. El
informe sobre el escritorio. Salgo a la calle, al puro asfalto y cemento de la City, la comida del comedor
no me gusta, parece goma, guiso, no sé qué es. Cruzo el túnel de la Galería Guemes,
entro en la librería Florida, compro "Actos de amor", de Elia Kazan,
el director de cine. Tengo media hora para comer y camino rápido. El restaurant
se llama El ciclista, todos los ejecutivos comen ahí, confiere estatus,
hay que cuidarlo. En la calle no hay un solo árbol, todo es gris. El amarillo,
único color de la calle, es el de la
Iglesia de la
Merced. La mesa de siempre y la comida de siempre. Dentro de
un rato llegará Anabel. Abro el libro de Elia Kazán. Supuse que era el libro de
cine para filmar, actos de amor. Es la historia de una mujer que se casa
con un griego pero el suegro es un perverso que la persigue hasta que se
acuestan. En mi bolsillo tengo la carta sin terminar, la de Anabel.
Entran los R. R. Me concentro en la carta. Aquella tarde en que nos conocimos,
decidí cambiar de vida ¿Por qué no? Si no doy más. ¿Los gatos no tienen siete
vidas? ¿Por qué no darse una oportunidad? Llegué a pensar que las horas se
alargan cuando vos no estás. Eso lo piensa cualquiera, menos R. R. Se sumergen
en la conversación, pero no tanto, un cóctel de tasas flotantes, plazo fijo
ajustable con cláusula dólar, no sé qué otras yerbas más, tratan de enterarse a
dos mesas de distancia, quieren saber qué leo. Sospechosa. Cualquiera que
intenta salirse de los sistemas y de los números es sospechosa. Como aquél día
cuando uno de los R. jugando con un dupont de oro me dijo: ¿Y por qué te gustan
tanto las novelas? ¿Y a vos no?, le dije, y se quedó pensando, entrecerró los
ojos de pescado, fijó la mirada en la aburrida pared de enfrente y contestó:
Sí, sí, claro. Después que el mozo apareció con el café ya era casi la hora y
Anabel no había llegado. Por favor contame, describime qué hacés en el puerto
de Hamburgo.
El
marinerito le había dicho que había trabajo para ella en Saint Pauli. Y por la
puerta de la esquina apareció Anabel, lucía un tapado de piel hasta el suelo,
las piernas descubiertas, apenas vestida con una minifalda, la cara muy
pintada, casi una mascarita de carnaval, arañas de rimel en los ojos oscuros,
bermellón en los labios. Se sentó frente a mí. Los dos R. miraban. Dentro
de un rato vendría la pregunta: ¿Quién era esa vivorita que estaba en tu mesa?
En lugar de decirle qué te importa, le diría: Una conocida y cambiaría de tema.
Anabel pidió una botella de agua tónica con hielo y me dijo con aire inocente:
¿Ya está? No era un biscochuelo, una torta que se pone en el horno a cocinar,
había que seguir escribiendo. Le entregué el borrador, mientras tomaba el
segundo café y ella leía. Pensé cómo diablos esta mujer había hecho para que yo
contestara su carta. Había sido un día de esos en que todas las mesas se
ocupaban y yo, concentrada en un libro me había sobresaltado ante la
pregunta ¿puedo sentarme? Y sí, claro, sientesé, le dije. Y ahí empezó la
historia, el marinero, la carta, me imaginé al marinero jadeando a su lado,
emborrachándose con cerveza en el puerto, una carta mentirosa después y por
último el olvido. Ella seguía creyendo y él le ofrecía trabajo de prostituta
lujosa en el puerto de Hamburgo. Recordé a Sor Juana Inés de la Cruz, por aquello de
"hombres necios". Como aquél taxista que me llevó a casa el otro día
, hablábamos del frío, la lluvia, el viento y comentamos el partido de la noche
anterior, hasta que pasamos por un hotel alojamiento. Parada en la puerta había
una gorda inmensa como aquél personaje de Amarcord. La cara de muñeca Betty
Boop ajada por los años, rulos rubios, pintarrajeada como una puerta, las
piernas eran dos cilindros, apenas cubiertas. Casi diría que parecía el doble
del personaje de Fellini en Amarcord. La gorda esperaba bajo la lluvia algún
cliente y enseguida el chofer del taxi me dice: Mire, esa gorda, ¿ve?, ¿a quién
va a enganchar?, ¿quién se va a acostar con ella? A mí me daría asco. Y
debe cobrar bien, e hizo el cálculo de cuánto ganaría. ¿Y las enfermedades? El
hombre hablaba y hablaba. Lo vi por el espejo, los ojos le brillaban como un
animal escondido en la madriguera. Habíamos llegado a casa. Me bajé y antes de
entrar a casa vi cómo giraba el auto y enfilaba para el hotel donde habíamos
visto recién a la gorda. Y Anabel se reía, me dijo que le gustaba la
contestación y que muy pocas veces había estado enamorada como lo estaba de
Walter. Ya casi era la hora de volver. Los dos R. Se retiraron al unísono.
Chau, hasta luego. En minutos volveríamos a vernos las caras, yo, una empleada,
ellos, los gerentes. Me despedí de Anabel, en mi bolsillo llevo la carta sin
terminar. Faltan cinco minutos para volver a la oficina. Cruzo la calle, entro
en "La casa de Antonio Berni". La rutina dentro de la rutina se llama
subrutina. Entonces esta era la subrutina del mediodía dentro del sistema de mi
vida. Miro los cuadros de Héctor Borla tan realistas. Había que volver a
terminar el informe. Y por consiguiente señor director, estoy harta de escribir
tantos correctos informes. Harta del gris y harta del teléfono. Por
consiguiente señor director prefiero sentir el perfume del óleo, navegar en el
barco del cuadro vecino al de Borla, escuchar el rugido del tigre que está
detrás. Todo es tan simple señor director, tan simple y tan complicado al mismo
tiempo. Las tasas líbor subieron medio punto, la algarabía de algunos debe
haber aumentado también y yo estoy aquí señor director, tratando de contestar
la carta de Anabel.
“Cartas al mediodía, a la manera de Cortázar” fue traducido
al coreano y publicado en la antología de escritores hispanoamericanos “Sube a la alcoba por la ventana” (2008).
En el año 2006 fue teatralizado y representado en el espacio
cultural Las mil y un artes de la ciudad de Buenos Aires.
imagen: fotografía de Arturo Aguiar, muestra Reembrandt reexaminado, Museo Nacional de Bellas Artes.