El mendigo y el perro
Sabe dormir en la calle, en el barrio de Palermo un mendigo
al que acompaña un perro.
El mendigo duerme envuelto en una frazada polar, de color
brillante, seguramente alguien se la ha acercado.
Lo acompaña un perro.
El perro es negro y de piel lustrosa. Tiene dos manchas de
color café con leche sobre los ojos, a modo de cejas.
El perro, se instala cerca del mendigo y en los días fríos,
de bajo cero, duermen los dos muy juntos para darse calor.
El mendigo no tiene un sitio fijo. Va cambiando de calle,
puede dormir en medio de la vereda.
El otro día, en la Avenida
Santa Fe estaba el perro pero no el mendigo. El perro dormía
cerca de una medialuna que seguramente alguien o el mismo mendigo le había
acercado. Los ruidos de los automóviles y colectivos no perturban al perro
quien permanece inmóvil en el lugar, esperando seguramente al mendigo.
Era la mañana de un día luminoso y el perro estaba solo. El
mendigo no estaba. El perro estaba echado en la calle, descansaba pero no
dormía.
El mendigo no estaba.
Nunca se ve la cara del mendigo. A veces aparece por ahí un
hombre solitario, cubierto apenas con harapos negros y sucios, camina por la
calle y todos se alejan cuando lo ven.
Víctima de la locura, la suciedad, la miseria, el mendigo
anda por ahí.
Puede ser el mendigo que duerme con el perro, tal vez. No se
sabe.
A la tarde, seguramente en una de esas calles que recorría
Borges, a las que les cantaba, que caminaba para ver a su amigo Xul Solar, se
podrá encontrar al mendigo y también al perro.
© Araceli Otamendi- agosto de 2008
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