La veleta del diablo
La veleta que había en la
torre de la iglesia, ubicada frente a mi casa, tenía un caballito al
trote sobre la flecha herrumbrosa. Los curas decían que apareció como
por milagro, no sólo para indicar el cambio del clima y la dirección
del viento, sino también para ahuyentar a los espíritus malignos que,
en las noches sin luna ni estrellas, se robaban a las mujeres jóvenes
y a los niños desobedientes.
Quizás por eso, toda vez que
los vientos corrían aullando como lobos lastimeros, no podía conciliar
el sueño. Me levantaba de la cama, con el corazón agitado por el miedo,
y me asomaba a la ventana desde donde podía divisar la veleta recortada
contra el cielo.
Cuando los vientos del sur
cruzaban por el pueblo, arrojando arena contra las puertas y haciendo
silbar el fallo de los techos, el caballito de la veleta, como picado
por las espuelas del diablo, parecía galopar a rienda suelta con las
crines tendidas al viento.
Esa visión insólita, la única
que aún recuerdo con cierto temor, me acompañó durante la infancia,
hasta que un día, al fijarme en la torre por casualidad, no vi la veleta
en su lugar. Los curas dijeron que desapareció como por ensalmo. Nadie
sabía lo qué pasó, salvo un devoto que, poniéndose de pie entre
los feligreses y atribuyéndose el rol de testigo ocular del caso, confesó
que la veleta se llevó el diablo, quien, montado a horcajadas en el
caballito, que de pronto adquirió dimensiones naturales, avanzó a
galope tendido contra el viento que azotaba su rostro. Y, a modo de
dar mayor aplomo a sus palabras, añadió que el diablo iba vestido
con traje oscuro, botas charoladas, sombrero alón y capa de tres cuartas.
Desde entonces, en el pueblo
nadie más sabía en qué dirección soplaban los vientos, hasta que
otro día, cansados de vivir en la incertidumbre, colocaron otra veleta
en la torre de la iglesia, pero esta vez con un crucifijo de aluminio
para evitar la presencia del diablo, aunque yo, con la intuición de
todo niño precoz, siempre sospeché que la primera veleta habida en
la torre de la iglesia, a lo largo de muchos años y enfrente de la
ventana de mi cuarto, no era una veleta que apareció como por milagro
para medir la dirección del viento y ahuyentar a los espíritus malignos,
sino la veleta que puso el diablo para orientarse en su paso rumbo a
los dominios del infierno.
(c) Víctor Montoya
Escritor boliviano - Reside en Suecia
imagen: fotografía de Kim Bertran Canut (Barcelona)