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Partida doble
Hasta conocerla, yo había
sido atildado, atemperado, abstemio y bastante estúpido. No había conocido más
que mujeres con cuerpo atomatado y cara imprecisa
de relojes debajo de las raíces negras de sus teñidos quemados.
Cobraba las tajadas del jefe y no separaba un centavo para mí; a cambio,
recibía una palmada, un magro pago semanal y el abrazo intenso de alguna
compañera regordeta en el baño de la muni. La edad ya me arrastraba a la
desidia y había empezado a practicar la imbecilidad como excusa, cuando ella
llegó a mi noche solitaria abriendo la boca de la pena, huyendo de un futuro
que cotizaría el precio de su prestancia, que le dejaría el sexo blando y el
seso duro. Entrenada por su padre y corrompida en cuotas por el maltrato, vino
a dar a mi puerta y a mi pieza la noche de un mísero martes de mayo de dos mil
y pico. Carrozada con curvas y salientes, era una breva breve, pero brava de
bragas. Cenó con avidez, bebió como un desierto y me convidó la cama para darme
las gracias que por pudor no acepté. La miré mientras dormía; luego, la dejé
sola con su noche y salí a caminar. Pasaban los días y el instinto me instaba a
no perderla detrás de un no que cancelara su presencia para siempre. Aturdido
por sus atributos, por su horrible belleza, por la triste alegría que me daba,
no tardé en aceptar las ofertas de su sensualidad. Fue así cómo los tentáculos
de la tentación y la trampa caliente de su carne me invadieron de rojo los
ojos. Acepté su modo de sufrir y de librar el humo entre los labios, me acredité
su beso avieso, su ropa huidiza, el tramo sedoso de sus bordes y el tobogán de
su espalda; me sumé al sumo zumo de su inmediatez, y debí pagar su lencería, su
biyuterí y lo que atravesaba su boca. Todo cambió desde entonces: empecé a
quedarme con los vueltos antes de que otro se los quedara, a visitar clientes
para mí, a presionar buscavidas y a tajar todo tipo de bagallo que ventilara
por izquierda. El jefe lo supo antes de lo previsto y me gerenció la visita de
un gorila que me sorprendió en la cama abrazado a ella. El mono empezó a darme
sin languidez y caí al desmayo. Cuando desperté, el hampón estaba muerto
sobre la chica, la sangre teñía las sábanas, la colcha y el colchón. Ella
apenas respiraba, pero seguía aferrada a la tijera que descubrí al voltear al
mastodonte. Lo dejamos caer al pozo ciego; ella me dijo que ese tipo era
su padre. Ahora en la muni, hasta el jefe me teme.
(c) Ricardo Rubio http://ricardorubio.sosblog.com
Sobre el autor:
Ricardo Rubio nació en Buenos Aires
el 11 de mayo de 1951. Es poeta, narrador y dramaturgo.
Coordina
talleres literarios desde 1984 y es director de teatro. Estrenó doce de
sus obras teatrales en Buenos Aires y provincias; una de ellas en
Madrid.
Dirige el Grupo Literario La Luna Que desde 1980.
Dirigió las revistas La Luna Que, Tuxmil, Universo Sur (con Antonio Aliberti) y Crisol.
Dirigió
los ciclos: "La cara de nosotros, ustedes", "Todo recomienza", "La voz
a ti debida", "Mujer Poesía", "Marcha poética" y el Café Literario
"Tinta Buenos Aires".
Secretario
de Cultura de la Sociedad Argentina de Escritores Oeste Bonaerense
(2005-2007). Presidente de Sociedad Argentina de Escritores Oeste
Bonaerense (Período 2007-2010). Miembro del Comité de Administración de
la Fundación Argentina para la Poesía (1998-2003) presidido por Carlos
Dodero y Secretario General de la Asociación Americana de Poesía
(1999-2002) presidida por Ester de Izaguirre.
Ha
sido coordinador en Buenos Aires de los Congresos Internacionales de
Poetas y Escritores celebrados en San Marcos Sierras y Cruz del Eje
(Córdoba), dirigidos por Andrés Utello. También coordinó la Primera
Tournée Poética (Catamarca, La Rioja y Tucumán) dirigida por Julio
Carabelli, y las Jornadas de Poesía en Entre Ríos, con Ester de
Izaguirre. Dirigió con Nélida Delbonis el encuentro de poetas de la
capital con poetas de Azul, en esta última ciudad.
Realiza con Carlos Kuraiem, Patricia Verón y Andrés Utello la Exposición Itinerante de Revistas Literarias y Culturales Argentinas y del Mundo en todo el país.
Diserta
habitualmente sobre temas de poesía y sobre la vida y obra de Elvio
Romero, sobre las obras poéticas de Juan-Jacobo Bajarlía, Alberto Luis
Ponzo y Romilio Ribero, y sobre la narrativa del cubano Reinaldo
Arenas.
Partes de su obra poética han sido traducidas parcialmente al francés, al italiano y al ruso integrando algunas antologías. Ricardo Rubio publica por primera vez este cuento en Archivos del sur.
imagen: Renart, Anverso-reverso, ver galería de imágenes: Antonio Berni y sus contemporáneos
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