¿Poner límites o limitar?
Una reflexión
acerca del papel de la escuela en la puesta de límites
Por Adriana Isabel Lettieri
Cada sociedad en
cada momento histórico que le toca vivir produce un “pacto social-cultural” que
fundamenta y da sentido a aquello a lo que se le dice “no”. Cuando ese pacto
funciona implica que los límites son reconocidos y aceptados por todos lo que
hace fácil su transmisión. Cuando este período de estabilidad sufre ataques constantes y se debilita ya no hay
consenso para justificar los “no” y la frontera entre lo permitido y lo no
permitido se vuelve difusa y amplia.
Los años escolares
suelen concebirse como pasaje para acceder a la sociedad de los adultos, tanto
que muchos niños y adolescentes se ven restringidos casi exclusivamente al rol
de alumnos. La maquinaria escolar tiende a establecer una exageración de ese
rol observando, registrando, calificando y estigmatizando: "no
puede", "no sabe", "no obedece", "es indisciplinado",
"tiene mala conducta".
En una institución escolar
hay concepciones y visiones permanentemente en puja por lo que es necesario
dialogar en todo momento para llegar a acuerdos acerca de los mensajes que
queremos transmitir. “Ser niño supone contar con un adulto… y que el adulto, a
su vez, cuente con una respuesta confiable” (Kiel, Laura. “De sin límites a
limitados”)
Lo que generalmente no se tiene en cuenta es
que los límites no sólo prohíben sino que permiten. Los límites son una operación necesaria y fundante del
ser humano cuya función es proveernos de un marco lógico para la convivencia y
ellos tienen dos caras: la de la prohibición y la de la posibilidad. En general
se presenta a las reglas como lo prohibido y esto le acarrea a los niños una
gran dificultad: decodificar lo que se puede de lo que sí está prohibido. Los
límites existen por una razón que va más allá del adulto que “los pone”. Nos
marcan a todos por el hecho de estar inmersos en una cultura. Con la
incorporación del lenguaje el ser humano se inserta en una legalidad que lo
trasciende y se reconoce como parte y heredero de ese orden cultural. Antes la
escuela resultaba eficaz como agente disciplinador pues los límites prohibían
externamente, se imponían, se obedecían y esta concepción era coherente con el
modo de ejercerlos. Hoy la obediencia ha dejado de ser una virtud o un fin en
sí mismo, los niños y los adultos son otros y entonces es necesario concebir
los límites de forma que justifiquen el “para que sí” y no el “porque no”.
Cuando en la escuela se generan las
condiciones para que un niño aprenda a razonar estamos transmitiendo límites.
Los “no” que conlleva la tarea del aprendizaje se justifican en sí mismos y se
aceptan, así les mostramos a los alumnos que las cosas no son “porque es así” o
“porque yo lo digo”.
Alexandra Draxler,
experta de la UNESCO en materia de educación, prefiere no ver la indisciplina
como una plaga o un fenómeno aislado, sino como “la contrapartida del enorme
avance de los derechos de los individuos, de la democratización generalizada de
la vida pública que se ha producido en los últimos veinticinco o treinta años.
Antes había una selección previa, los problemas de la sociedad terminaban a las
puertas de la escuela; los alumnos violentos se quedaban simplemente en la
calle o eran expulsados y en las aulas reinaba una calma olímpica porque la
represión era tan severa que los alumnos no se atrevían a transgredir las
normas”.
En efecto, la escuela
no es una burbuja aislada de la sociedad, sino que reproduce sus problemas en
escala reducida: falta de comunicación, pobreza, marginación, intolerancia,
pérdida de valores... factores todos que desembocan en lo que el profesor
español Antonio García Correa, catedrático de Psicología Evolutiva y de la
Educación de la Universidad de Murcia, define como “analfabetismo emocional”. Las conductas autoritarias por parte de los docentes
promueven doblemente la violencia escolar. En primer lugar, cuando los alumnos
observan que los docentes imponen sostenidamente su autoridad basándose en un
conjunto de reglas y actitudes que son percibidas como arbitrarias, actitudes
que no dejan espacio para que los alumnos puedan expresar las razones que los
llevan a considerarlas de ese modo; a menudo, al no contar con otros canales de
expresión, responden de forma violenta, como forma de resistirse a determinadas
normas y prácticas escolares. En segundo lugar, cuando los alumnos reciben
cotidianamente señales autoritarias por parte de los docentes, es común que
ellos mismos reproduzcan esta actitud en la resolución de sus propios
conflictos. De este modo, en lugar de promoverse el enriquecimiento colectivo a
partir de la integración de las diferencias entre los alumnos, estas
diferencias pueden conducir a situaciones de violencia cuando los jóvenes
dirimen sus diferencias reproduciendo las conductas autoritarias que observan
en los docentes. La resolución autoritaria de un conflicto por parte del
docente, al cancelar la solución colectiva que, a través del intercambio y la
explicación, incluye al alumno al ofrecerle participación en el resultado de
esa resolución y lo hace sentirse parte de la misma, fomenta las resoluciones
individuales de los conflictos cotidianos y dificulta el aprendizaje de la
integración no violenta de las diferencias. Asimismo, la transformación
de los sistemas educativos tiene mucho que ver con la conducta de los alumnos.
Se ha cambiado bruscamente de un régimen basado en prohibiciones y sanciones a
un sistema de convivencia en el que se privilegia el contrato entre los
miembros del sistema educativo. Y aún no hemos aprendido a aplicar este nuevo
sistema. Volver al autoritarismo no es la forma de revertir la situación.
Fomentar el diálogo, las actitudes de compromiso y la integración de valores
puede ser un camino. Los docentes debemos funcionar como mediadores, pero para
ello debemos estar capacitados.
Los humanos
necesitamos aprender, renuncias mediante, a ser “civilizados”, es decir
aprehender aquellas reglas de civilidad o sociabilidad que protegen mutuamente
a las personas y que, no obstante, le permiten disfrutar de su mutua compañía,
El propósito de la civilidad es proteger a los demás de la carga de uno mismo y
que esto sea recíproco.
Muchas veces los límites se dan "por supuestos". Solemos
saltearnos la explicación del límite y castigamos al que pasa a la zona de lo
prohibido, sin haber enseñado, previamente, lo que se puede y lo que no se
puede. Es fundamental pautar desde el fundamento y la comprensión.
Asimismo, la sanción por el no cumplimiento del límite debe ser acorde a
cada situación (no es lo mismo no querer recoger los juguetes, que faltarle el
respeto a otro).
Pensamos que, tanto los
docentes, como los padres y los profesionales comprometidos con la educación,
vivimos frente al constante desafío de la puesta de límites. Todos nosotros heredamos
creencias, conductas aprehendidas, consejos que recibimos de los otros.
Los límites son una
construcción colectiva que nos permite vivir juntos. Crecer supone ir
abandonando modos de expresión primitivos y asociales a medida que se van
consiguiendo satisfacciones sustitutivas aceptables. A cada límite que se le
impone a un niño, cuando lo respeta, lo acompañamos de una compensación y éstas,
poco a poco se van internalizando.
La escuela se ve
ante el desafío de considerar que los niños con dificultad no son “sin
límites”, sino profundamente “limitados” pues la cuestión, realmente, recae
sobre la sociedad que no se pregunta “¿Qué le ofrecemos a cambio de lo que se
les exige a estos niños?”. Este desafío implica pensar en como compensar las
desigualdades en los recursos con los que se cuentan para transformar los
impulsos primitivos en acciones socialmente aceptadas.
La realidad nos
muestra que los individuos más limitados en los recursos para apropiarse de los
bienes culturales son los más completamente desposeídos de la conciencia de esa
desposesión ya que esta conciencia de la privación decrece a medida que crece
la privación. De lo anterior se desprende que la escuela debe generar las
condiciones para que el niño descubra el valor de los aprendizajes ya que ella,
aún en las situaciones más extremas o más desfavorables, puede ser la única
oportunidad de tener un maestro y con ello quebrar un destino.
El aumento en las
capacidades intelectuales implica, en todos los casos, un mayor autocontrol de
las emociones, lo que es decir una incorporación de límites. El maestro es
importante porque enlaza lo intelectual con lo afectivo, debe insistir y tener
capacidad de espera, pero más que nada lo es porque siempre centra su quehacer
en la esperanza y el deseo.
La sociedad necesita garantizar la enseñanza y
la transmisión de la civilidad para formar sujetos con autorregulación y
autocontrol pero, aún así, favorecer que niños y adolescentes queden al amparo
de la toma de ciertas decisiones para las que aún no están en condiciones de
hacerse responsables. Enseñar es tocar una vida para siempre. Los maestros
tienen un potencial poderoso para llevar adelante acciones que ayuden a sus
alumnos a lograr una vida mejor. Los niños deben sentir que los límites se
establecen para su propio interés y no sólo para las necesidades de los adultos,
sólo así, entonces, ellos le parecerán razonables
Bibliografía:
“El control
de la disciplina en las escuelas”, Revista Perspectivas.
Vol. XXVII nº 4, diciembre de 1998.
Oficina Internacional de la Educación, UNESCO.
Sánchez, Mirta
"La mirada de docentes y
alumnos sobre la violencia en la escuela", en Violencia y escuela. Buenos
Aires, Ed. Aique. 2005
Kiel, Laura
“”De sin límites a limitados”
Materiales para la capacitación – CePA – Gobierno de la Ciudad de Buenos
Aires - 2005
© Adriana Isabel Lettieri
ailettieri@yahoo.com.ar
Sobre la autora:
Adriana Isabel Lettieri es:
Profesora para la Enseñanza
Primaria con intensificación en Psicopedagogía
Especialización en Educación de
Adultos y Adolescentes
Especialización en Ciencias
Sociales
Especialización
en Mediación Preventiva del Comportamiento Adictivo
Técnico Superior en Conducción
Educativa
Técnico Superior en
Administración Escolar
Profesora del curso para
docentes: "Profilaxis de la voz docente"
Actualmente Directora Escuela Nº 19
Distrito Escolar 20 – Gobierno de la Ciudad de
Buenos Aires
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