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El dedo meñique
Cada vez que
veo a una niña, tomada de la mano de su padre; por un momento
mis lágrimas pugnan por brotar y el brillo de mis ojos se torna más
significativo. Aunque recuperé mi vida… ¡Creo que jamás podré
olvidar aquella experiencia!
En aquellos años, iba a escuela, tenía alrededor de ocho
o nueve años de edad y cuando veía llegar a mi padre, lo que ocurría
generalmente sólo una vez al mes, mi alma renacía. Eternizaba
los días en que él estaba en casa; solía encaramarme a
sus brazos y regar de besos su mejilla. Eso…Hasta un día en que ya
no pude subir más a sus brazos porque él llegó
gravemente enfermo, lloré pensando que lo perdería para siempre, lo
amaba tanto que deseaba morir con él. Fue internado en el hospital
que distaba a escasas cuadras de mi escuela por eso a la salida
corría a verlo. Mi amor hacia mi padre era inmenso. Aunque era aún
pequeña, eso no importaba, sabía inventar historias magistralmente
para conseguir verlo, porque el portero del hospital, decía que por
órdenes superiores no se permitía el ingreso a menores de edad. Solía
llevar entre mis pertenencias, aquello que se prohibía para los
enfermos; tales como frutas, y pasteles. Mi cartuchera de escuela tenía
un lugar para un espejito de mano, un peine, una lima de uñas y dos
cortaúñas, uno para los pies y otro para la mano, era una experta
manicurista y estilista profesional. Deseaba verle totalmente acicalado
y después que él tomara el baño de la tarde, mi labor daba inicio,
aquellos cabellos se convertían en el look de Valentino o Gardel
y además de que la noticia del día se la hacía llegar simulando
ser una pequeña reportera porque cada mañana antes de ir a
la escuela corría a la plaza de armas, adquirir un periódico y que
el pudiera disfrutar sus noticias, los crucigramas eran toda una
clase magistral para ambos. Disfrutaba el atenderlo día a día -
a pesar de mi corta edad- y creo que él también disfrutaba
con mi presencia. Las visitas eran a diario, pero un día decidí
no regresar jamás…
Lo reconocí
enseguida: Era el señor que compartía la habitación con mi padre.
Me encontró en el pasillo, esa tarde. -¿Tú eres Ursula?
- Así, es señor…
-Bueno, no sé como
decirlo, pero me indigna saber que tú ames tanto a
éste hombre mientras
él…
-¿Cómo dijo?
-Como lo oíste,
me duele saber que tú ames tanto a éste hombre a quien dices padre.
Ayer en la tarde, cuando regresaste a casa, él dijo: “esa niña
que viene no es mi hija, sino la hija de mi mujer con su amante, Julio
Paredes… -No, no puede ser
cierto. No le creo señor; usted debe estar mintiendo…
Quise desfallecer, que la tierra me tragara…Las lágrimas inundaron
mis mejillas y juntando las fuerzas que me quedaron corrí a casa en
busca de mi madre para descubrir la verdad sobre lo que acababa de escuchar.
La noticia fue tan terrible para mí que las piernas me parecieron ajenas
y el trayecto se tornó pesado, como si tardara un siglo; mis pies
trastabillaban, como si en lugar de un terreno llano hubiera elegido
caminar entre rocas. Esa tarde dejé de ser niña para convertirme bruscamente
en una mujer, sintiendo que la vida ya no era bella para mí. Todo se
había hundido: Mis ilusiones, mi frescura, mi amor… Al llegar
a casa, vi a mi madre: Ella tejía un sweater y por las dimensiones,
supe que el tejido era para mí. Entonces no tuve valor para arrancarle
el corazón y no lo hice. Me mordí los labios y disimulé mi llanto,
ella estaba tan ensimismada en su labor que ni se percató de que yo
estaba hecha un espanto. La besé y me retiré con cuidado sin arrojar
sospechas.
Transcurrió un tiempo considerable. A mi madre nada le extrañó porque
pocas veces supo que al salir de la escuela visitaba a mi padre, ése
era como un secreto entre los dos. Un secreto que compartíamos gratamente.
O al menos eso creí hasta el momento en que tuve que desengañarme…Desde
entonces, cada anochecer, antes de dormir, miraba las estrellas en el
firmamento y lloraba contándolas una a una. Al pasar un cometa, cruzando
los dedos de mi mano, pedía que aquello fuese una farsa. Tenía entonces
un can muy hermoso y juguetón al que llamé Pluto, como el de algunos
cuentos infantiles. Pluto y las estrellas pasaron a ser mis únicos
cómplices… Al apagar las luces de mi habitación, cada
noche imaginaba que de cualquier manera algún día sabría lo que había
pasado, porque secretamente ansiaba que aquel comentario hubiese sido
realmente una farsa. Hora tras hora imaginaba en cada noche, pero la
respuesta no llegó…
Un día, no recuerdo cuándo, me animé y pedí conversar con
mi madre sobre el tema.
-Mamá, quiero pedirte
algo…
-Sí, dime hija.
-¿Es cierto que
yo…?
Como si mis labios no supieran hablar, un mutismo se apoderó de mí
dictándome que callara…Quedé quieta, prácticamente muda, pero haciendo
mi mayor esfuerzo me sobrepuse y proseguí…
-Es cierto que yo
no soy la hija de mi padre?
-¿Cómo…? Respondió
mi madre, mientras sus ojos se abrieron con mucha extrañeza,
encerrando un brillo teñido de inocencia que oprimió mi corazón haciéndome
sentir odio por haberle hecho esa pregunta ¿Cómo pude herirla?
Debí cortarme la lengua, soy una malvada, ¿Cómo pude romperle el
corazón de esa manera? ¿No tenía ya bastantes preocupaciones mi
pobre madre?–los pensamientos se me atropellaron-. Aún así,
en el colmo de mi ansiedad, volví a hacer la misma pregunta.
Ella
se indignó muchísimo y quiso recriminar a mi padre, pero él
aún no venía a la casa. No vendría hasta fines de mes probablemente
porque su estado de salud seguía siendo reservado, aunque con una leve
mejoría según había escuchado decir a una vecina…
-¿Quién te ha dicho
semejante barbaridad? -Me lo dijo un hombre
que también está enfermo y se encuentra hospitalizado junto
a mi papá. -Oh, mi Dios, ¿Cómo
es posible que alguien sea capaz de herir a una niña así?, y siguió
haciendo comentarios, con grandilocuentes gestos…
No supe cómo reparar el daño ocasionado, ya que mi madre no se lo
merecía. Entonces corrí en busca de mi perro…Seguramente él
me entendería y quizás hasta pudiera zurcir mi corazón…Pero tampoco
lo encontré. Al parecer había salido de paseo. Corrí luego hacia
la huerta buscando calma para mi desazón, allí me esperaba otro amigo,
el árbol de lúcuma. Me encaramé a él, y llegué hasta su alta
y débil copa. Le conté mis penas, abrazándome a él con mucho dolor,
y pidiéndole que me entendiera y me ayudara, mientras gritaba ¡Soy
una perversa, un monstruo¡ Así lloré hasta casi llegada la
noche, en que la oscura serenidad del patio, me cobijó. Mi madre y
mis hermanos pensaron que yo había huido de casa y fueron en mi búsqueda.
Al no hallarme volvieron angustiados.
-Kesh, Kesh,
hermana ven, ven ¿Dónde has ido? – decían sus voces…
Escuchaba aquello mientras seguía encaramada en aquel árbol del gran
patio de mi casa, al que rodeaba una huerta. Por momentos hasta pensé
tirarme de él y morir, ya que no quería enterarme de que
aquél a quien siempre imaginé mi padre, no lo era. Pero tampoco quería
lastimar más a mi madre, no me perdonaba el haberlo hecho y
me jalaba los cabellos por tanta insensatez. Tampoco quise volver a
ver a mis hermanos porque sentía que había cometido un delito. ¿Cómo
pude ser capaz? –me decía… Pero antes de llegar la madrugada, no
soporté el frío y cuanto intenté bajar del árbol, caí aparatosamente,
dando con toda mi humanidad en el suelo, y fue lo último que recuerdo.
Al despertar, mi hermana estaba a mi lado:”Dime que soy tu hermana,
dime que sí…” -fueron las primeras palabras que pronuncié
en el hospital, gritándole- Grité más y más –presa de los nervios-
y cuando la vi llorar, le pedí más pausadamente una explicación.
Ella no supo contestar, sólo me dijo que éramos dos las internas,
ya que mi madre estaba también en el hospital. Se había asustado
mucho cuando quedé inconsciente, desmayada, y todavía no
volvía en sí: Temían por su corazón. Los ojos de mi hermana estaban
completamente inundados cuando me dijo eso, la estreché con toda
mi alma, con todas mi fuerzas como queriendo no perderla, mientras
pensaba ¿Si ahora resultaba que no era de la familia? ¿Quienes
serían los míos?…
En esos instantes ingresó un médico, y pidió que todos los de la
familia se fueran, ya que quería estar a solas conmigo, me quedé sola
y fue entonces que él me dijo:
-¿Qué hiciste
niña? No supe que decir, estaba con la mente nublada, para mí
no había más razones que morir y ahora sí de verdad.
-Doctor, yo jamás
hice algo malo –pronuncié– con la certeza de alguien que cumple
la ley, o como cuando se reza un padre nuestro. Pero él no me creyó.
En esos instantes ingresó a sala, otro médico, quien me dijo, tomándome
de las muñecas:
-Hola, ¿cuál es
tu nombre? -Soy Ursula. -¿Cuántos años
tienes? -Ocho años, doctor -¿Ocho…? -Así es… -¿Y en qué escuela
estudias? Aquellas preguntas hicieron que mi alma se llenara de
extrañas sensaciones, dejé de llorar y pensé “¿habría una razón
por la que este médico quisiera ser mi amigo?” mientras lo miraba
fijamente tratando de descubrir algo. Pero luego de auscultarme minuciosamente,
el se fue.
Casi al mediodía supe que mi madre había salido del shock, me lo contó
una enfermera cuando entró a aplicarme unas ampolletas. También
supe en ese momento que al caer, me había golpeado la cabeza
muy fuertemente, por eso me costaba hilar las ideas, pero felizmente
pronto me recuperé, merced al cuidado de los médicos y a mi juventud.
No fui capaz de volver a tocar el tema hasta cuando por cumplir catorce
años. Mi madre, me dijo que ella estaba muy indignada con mi padre
porque aquello que había hecho, lastimándonos tanto, no se lo perdonaría
jamás… ¡Mi padre! Me resultaba extraño pensar en él ahora que
lo sabía todo…Angustiado porque se creyó morir, al saber que
tenía una enfermedad difícil, y preso de los celos, fantaseó con
su compañero de pieza y éste había sido quien luego me zampara las
palabras que trastornaron mi vida por completo, mi infancia, mis sueños,
mi amor… En ese momento, me pregunté a mí misma: “¿Se lo perdonaré
yo?”
Al cumplir los quince años, mi hermano mayor vino a charlar conmigo
y me devolvió la vida en medio de la charla, cuando después
de unas palabras llenas de cariño me mostró su dedo meñique;
éste igual que el mío, a partir de la segunda falange era curvo,
totalmente curvo, y coincidía con el que nuestro padre tenía en
la mano izquierda…Recién entonces recordé que él siempre se
quejaba de eso…
(c) Gloria Dávila Espinoza (Perú)
Cuento inédito, del
libro “La Maestra”.
sobre la autora: ver espacio de autor
imagen: pintura de Esteban Lisa, ver nota en sección muestras/arte.(Muestra de Esteban Lisa en Casa de la Cultura).
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