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Pájara Linda
–Viste al tío árbol, lo cortaron.
–¡Carambas!!!, y estaba tan viejo
el pooobre, qué bonito era no, con esas ramotas que se tenía el cabrón, y ahora
desguajado como está, ay no, lo mataron a traición y por la espalda.
–No sé, a lo mejor un día de
estos nos toca a nosotros, porque a como está la situación, estamos bien
jodidos, no crés.
–Pero cómo, no es que aquí en la
tal reserva del parque nos protegen y nos cuidan, ah mamamía, no no, hay que
luchar. Imaginá, los tales rubios vienen a tomarnos fotos y no sé qué vainas
más. Vieras que hasta un puente colgante les pusieron a los del otro lado, que
dizque pa ver a los animales, ¡curioso no!, ahí lo llaman el tal Canopy, ¿vos crés?
–Pues sí, pero lo que me han’icho
es que los del otro lado sí están en la tal reserva y a nosotros nos dejaron
por juera.
–Entonces el dijunto no se
encontraba en la reserva.
–Pos no.
–Ay Dios, yo no sé, pero pa mí
que le jugaron sucio, uno nunca sabe lo que pueda pasar y como yo siempre’igo,
de eso a andar amparándose en las tales leyes y en la constitucional, que sólo
de adorno está, prefiero aguzar con mis mismitos ojos y prevenirme, andá a ver,
ahora de él no quedan ni sus raíces ni sus hojas, sólo un güeco como de tres metros
donde estaba el porecillo.
Así conversaban el par de
arbolitos cuando de un pronto a otro sonó la voz cascada y mequetrefe del
enorme, del grandísimo, que con sus ramas grandotas y verdes amparaba de la
lluvia que caía a varios turistas que pasaron por su sombra, zaaafados, quién
sabe por qué. Los otros chismosos lo tantearon con una ojeada relámpago.
–¿Yyy tooodas laaas familiiitas
que vivían en su caaasa? –¡pum pum pum pum!!!, se estremeció el suelo con su
voz ronca.
–Ah, hola –despabilóse uno de los
arbolillos un poco asustado pero ya acosatumbrado a tales movimientos– sí, mamá
pájara Linda, la lora Rojas y la boa Sebas se aventaron apenitas vieron las
máquinas de talar. ¡Pumrr pumrr pumrr!!!
sonaba por todo el bosque, como serrucho endiablado en un puro ronroneo, en
fin, yo espero que no se vengan pa’cá, estoy surtido d’inquilinos y no doy a
basto.
–Mirá, ahí viene mamá pájara
Linda –afirmó muy entusiasmado el otro de ellos, mirando disimulado hacia el
cielo por donde llegara doña Linda.
–¡Hola, Hola! –dijo la pícara
cerrándole un ojo al disimulado ya que desde la tragedia era una de sus
huéspedes inesperadas y secretas.
–¿Qué pasó pájara Linda, qué sabés?,
¿novedades? –preguntó algo curioso él.
–Naida, naida compañeros, desde
que se alzaron al tío no han güelto, pero es probable que se llegen en una de
estas noches.
–Ay Santísima Vírgen, ¿y por qué
lo decís así tan segura y tan campante?
–Pos en la noche las autoridades
no los ven babosos, y claaaro, como se tienen sus bisness entre’llos, resbalozos
que son, andan a oscuras como gatos de monte.
–Uy no juemialma, y qué vamos
hacer, como verás, yo no me puedo mover.
–Ni yo.
Sólo el inmenso y el grande
callaba.
–Pué, armarnos de valor y de
esperanza.
La pájara Linda les traía malas
noticias pero no soluciones. Ella era muy positiva a pesar de los trances que
ya hubiera tenido. No era la primera vez que tenía que mudarse de emergencia,
pero siempre salía con lo mismo: armarnos de valor y de esperanza.
–Vos con lo mismo, ya desiara
–atendiole el otro arbolillo.
–Pero es cierto, hay que tener
esperanza, a lo mejor se cansan de destruir la naturaleza, di por sí, ¡sin
nosotros no son nada!
–Qué va, no fregués, ésos no se
van a cansar, sólo comer y comer y comer y no les da a basto. No no, como vos
te vas volando es más sencillo ah, pero uno que está pegado a la tierra y no
puede ni saltar. Ya pudiera yo con mis ramas quitarles las máquinas tan feas pa
que no nos corten el tallito, sí sí, y es que debe doler, ¡pobre tío!!!, cómo
le dieron, a mansalva, como a matar culebra, y lo pior era que lloraba en plena
caída, no lo’yeron ustedes.
–Yo sé que es cruel pero no todos
los hombres son malos.
–Habrán de ser todos no,
¡maliantes!!!, volá ojo pájara Linda, volá pluma.
Llegaban a la conversación la boa
Sebas y la lora Rojas. La culebrona estaba colgada sobre uno de los bejucos del
enorme y despertose un poco agitada por los gritos de los demás.
–¿Pero qué es este alboroto Dius
mío, qué es el sancocho que se tienen? –gritó ella al instante.
La lora Rojas venía de hacer sus
circuitos mañaneros, estaba tan tristona desde lo sucedido, perdió a su
canarito de amor y desde entonces volaba sola como buscando a su ser querido.
Todos atacaban a la pájara linda por ser tan benevolente con los hombres.
Se encaramó nuevamente la boa
Sebas al tronco viejo del enorme y empezó a sacar su lengua la muy chata. La
lora Rojas puso sus canillas a la par de la boa Sebas y gimió a todo galillo:
–Jujujujú, como podés defenderlos
pájara Linda, ellos tan malos, jujujujú, no ves lo que me hicieron.
–Yo sé que son malos pero no hay
que perder la esperanza, a lo mejor cambien un día –repingó ella en un puro
pío, jú, pío, jú.
–¡Taz Loca!!!, ya no, jujujujú,
pa qué, ya no tiene sentido –lloraba y lloraba la lora Rojas.
–El mundo es joven, aún podemos
recuperar lo perdido, imaginen, aún hay tantos niños, ellos pueden cambiar el
mundo, ellos pueden salvarnos, salvar el bosque, salvar a los animales,
salvarse ellos mismos.
–Jujujujú, a ellos no les
interesa, sólo comer y decir que esto es mío, sólo mío y sólo mío. No les
interesa nada ni nadie, como si vivieran solos en la tierra, si estamos
nosotros y no nos ven. Ni nos hablan los zorompos, no les gusta nada de
nosotros, ¡yerba mala nunca muere!!!, sólo ellos, comer, comer y comer, jujujujú.
Los arbolillos asentían a las
frases de la lora Rojas. La boa Sebas trataba de acariciar a su amiguita pero
le daba miedo que en una de esas la golpeara muy fuerte con su cola. Solamente
el enorme callaba y no decía palabra alguna.
–Miren, ahí viene el monito
Gonzalo, qué le pasa.
Y era cierto, venía Gonzalo en un
puro apuro, guindándose de las ramas como si fuera saltamontes, apurado apurado
que apenas pudo decir en su aventón:
–¡Corran!, ahí vienen.
Se elevó la pájara Linda entre
las ramas opulentas del enorme y divisó el cuadro trágico: un grupo de hombres
y mujeres caminaba hacia ellos y traían máquinas de talar. El bullicio se
palpaba. Pensó ella, pos vienen pa’cá, le
van a dar al enorme, yo lo defenderé, yo le salvaré. Los humanos reían y
caminaban muy rápido, sin importarles la hierba, los insectos, las mariposas,
los grillos y las ranas. Destrozaban sus casas y sus nidos, apresaban a sus
hijos y dejaban huérfanos y muertos, madres solitarias al paso de sus pasos. La
boa Sebas se trepó a otra de las ramas del enorme y guindose como buena culebra
que era y de un salto cayó a otro de los palos cercanos hasta desaparecer entre
la maleza oscura que de los otros árboles abríase a su trecho. La lora Rojas
alzó vuelo y no se dignó a mirar, seguramente por el mal recuerdo que escenas
tan tristes le traían a su corazoncito destrozado. Los otros dos arbolillos se
agacharon un poco tímidos pensado que el desgraciado de ese día iba a ser el
enorme y que con suerte a ellos ni los mirarían, ¡porecito, no quiero estar en su pellejo! El enorme callaba, sus
brazos descansaban al toque de la brisa fría de esa tarde, sus hojas hablaban
de amor y libertad, decían esperanza. Al unísono de sus palabras las hojas
verdes y tiernas empezaron a moverse como bailarinas pocapenas, sabían ellas
que era la última vez que lo harían, no había escapatoria, ya los hombres y
mujeres se acercaban y no se irían sin su presa. Entonces llegaron y ya no
había tiempo para la rebelión. Reflexionaba pájara Linda: ¡nooo!!!, no pueden hacernos tanto mal, no, verdá que no. Y como si
el enorme lo decidiera abrazó a la pájara Linda y le expresó: volá, y nooo te olvidés deee mí. La
tierra movióse un poco y las personas que ya tenían preparado todo pensaron que
aquello había sido un temblor. Pero continuaron en su empresa y ya se podía
escuchar el abominable sonido de la destrucción. Ella no sabía cómo reaccionar,
era la única ahí, ¿qué podía hacer?
Claaro, si estuviera con ustedes, y más con ustedes niños, verdá que
me harín caso, verdá que defenderían al bosque, al árbol y a la flor, verdá que
le dirían a esta partida de inútiles que no entienden, que por fa, que puuucha,
déjennos vivir, que dejen cantar al gallo y a la rana, croá croá croá,
quiquiriquí, que nos dejen volar en
libertá y que sepan que esta es nuestra casa también, este es nuestro hogar,
que no lo destruyan, que qué barbaridá lo que han hecho hasta ahora.
La pájara Linda se encaramó al enorme y allí
sintió como el gran árbol lloraba en su agonía, ahí vio como ellos no sentían,
sólo reían y reían. La vida se le iba y la tragedia de verse en la triste
insuficiencia de no poder hacer nada la martirizaba. Siguió ella su camino y no
miró hacia atrás. Con sus alas de colibrí despegó y no quizo ver más. Arriba y
muy lejos de la realidad decidió que de ahora en adelante todo iba a cambiar.
La vida no era vida si ella y todos sus amiguitos no vivían en ella. ¡Puuuuuuuuum!!!, sonó en la tierra, ¡patatús!, ella no miró.
(c) Paulo González Ramírez
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imagen: Árbol (Puerto Iguazú) - crédito de la fotografía: Araceli Otamendi
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