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Colores
Enfrente de mi casa hay un árbol
con flores color violeta. Lo veo cuando me asomo a la ventana del living, lo
veo al salir del edificio de departamentos donde vivo. Hay mucho verde ahí y
también muchos árboles porque hay un parque. En el parque hay muchos perros,
los llevan en grupos de seis, de diez, hasta de dieiciocho perros he contado,
atados con correas y el que los pasea se llama paseador. Desde hace algunos
años hay paseadores de perros en Buenos Aires, personas que se encargan del
trabajo que los dueños no pueden o no quieren hacer. A los paseadores se les
paga y algunos dicen que les pagan muy bien. A los perros habría que
preguntarles qué tal la pasan, pero ellos no hablan y sólo ladran o gritan o
aúllan, y a veces tienen calor porque los tienen atados a los árboles. A algunos los dejan correr sueltos por el
parque y otros perros se pelean, se corren el uno al otro y ladran al grupo de
perros que tienen enfrente y que parece un grupo rival.
Pero nada de eso me conmueve hoy,
sigo caminando por la vereda mojada porque ha llovido hace un rato y veo un
perro chiquito calzado con botitas. Las botitas son de color marrón y el perro lleva impermeable.
Le pregunto a la dueña o a la mujer que lo lleva porque no sé quién es ni la he
visto antes por el barrio si le ha enseñado al perro a caminar con botas. Ella
me dice que no, pero el perro recién sale de la peluquería, está bañado, con el
pelo seco y peinado y no quiere que se ensucie, dice.
Cuando llego a la esquina me
detengo porque el semáforo está en rojo. Enseguida sale de no sé donde un
hombre con la cara pintada y comienza a hacer malabares con unas pelotas de
plástico: rojas, verdes, amarillas, azules. Sonríe, tiene un cartel pintado en
el pecho, sujeto a la remera verde que dice: ¡sonría! hoy es lunes. Claro, hoy
es lunes, lo había olvidado y él me lo recuerda. Alguno de los automovilistas,
antes que se ponga el semáforo en verde le dan al joven una moneda.
Cruzo la calle, puro asfalto negro
y me detengo para cruzar la avenida: hay muchos ómnibus, autos, demasiados así
que tendré que esperar a que el semáforo esté en verde. Hay muchas personas que
esperan para cruzar también y muchas personas que viajan en los ómnibus. Cruzo
la avenida y ya estoy en otra plaza, ésta está cercada por rejas y tiene juegos
infantiles y también un sector para perros. Pero aquí hay muchos menos perros
que en el parque, porque ahí retozan en cambio en esta plaza no pueden hacerlo.
Hay personas que caminan apuradas y autos que circulan a toda velocidad. Hay
perros exóticos y personas de caras extrañas y también exóticas, seguramente
extranjeros que han venido a vivir a Buenos Aires ¿durante un tiempo? No lo sé, ¿lo sabe
alguien? Camino una, dos cuadras, me detengo en los negocios que ofrecen
pescado, joyas, perfume, loteria, bar, ropa, alfombras, y hay uno que me llama
la atención más que los otros: el color frutilla, fucsia. Me detengo durante
algunos minutos en la vidriera: la ropa, los juguetes, los adornos, todo es de
color rosa o fucsia. Decido entrar. hay muñecas de plástico y vestidos para
niñas, carteras, pañuelos, siempre dentro de la gama rosa, fucsia. Creo que
también hay un aroma a chicle rosa, camino por ahí, es un decorado digno de una
casa de muñecas tamaño natural. Le
pregunto a una vendedora desocupada si
toda la tienda está dedicada a las muñecas y me mira casi con asombro. Creo ver
una sonrisa sarcástica en su cara y me contesta: - Sí, por supuesto. ¡Enhorabuena!
pienso, aunque tal vez no sea éste el adverbio que pienso. Tal vez pienso otra
cosa, tal vez me indigna ver ese lugar destinado a las niñas que bien podrían
estar jugando en el parque entre las flores, corriendo, saltando, o divirtiéndose con muñecas pero no así, en ese
artificio, dentro de ese lugar. Descubro que además hay una peluquería y un
café ahí adentro, como una casa encantada donde sólo faltan las hadas y los
gnomos, pero si estuvieran ahí ¿cómo serían? No quiero aguarle la fiesta a
nadie pero algunos deberían dejar que los niños usen la imaginación para jugar
y no darles todo dentro de la caja con moño. La estupidización es mayor cuando
veo a las madres entrar a comprar "cositas" de color fucsia al
negocio: vestiditos, remeritas, carteritas, y salen con la bolsita de la compra
y hablando, gesticulando encantadas con la última adquisición para las niñas.
Ya se encargarán las niñas cuando crezcan de echárselo en la cara: mamá, vos no
tenías tiempo para mí, no me leías jamás un cuento, podrías haber coloreado un
dibujo con témperas junto a mí, mamá, mamá, mamá...
Me voy de ahí al negocio de la
esquina donde hay un cartel verde que dice café y promete ser aromático. Es un
bar dedicado a esa bebida que no dejaba dormir a las cabras cuando masticaban
los granos de la planta. Yo también
quiero tener imsomnio para poder escribir más y no pensar. El café, hay de
varios tipos, me dice la moza que me atiende ¿cuál quiero tomar? No lo sé, no
sé elegir entre tantos tipos de café: dígame usted contesto y ella elige. Tampoco
me importa mucho, el café es de color marrón y está bien caliente. Le agrego un
poco de leche que han traido en una pequeña jarra blanca. El color del líquido
de la taza se convierte en un color clarísimo. Casi en el color piel de la camiseta que la abuela de mi padre me
tejía para enfrentar cada invierno, en lana finita, casi invisible pero ¡qué
abrigo! Después que ella dejó de tejer
cada invierno esas camisetas y se fue de este mundo, no he podido encontrar ese
color de la lana en ningún otro objeto. Termino de beber el café y leer el
diario y me voy. Salgo a la esquina donde da el sol, ahora ha salido el sol y
brilla y produce una especie de arcoiris en los charcos de agua de la calle. Y
cuando voy a cruzar la calle me detengo porque un globo rojo y brillante se ha
soltado de la mano de alguien y corro para que un auto no lo aplaste y veo al
niño como corre por la vereda con el delantal del jardín de infantes, se ha
soltado de la mano de la mujer que lo lleva y que también empuja un cochecito
con un bebe y tomo el globo, durante unos segundos lo sostengo de un hilo tan
poco fuerte y en unos segundos pasará a la mano del niño, se lo doy y el niño
me mira con los ojos azules bien abiertos y yo miro los reflejos en los ojos
del niño y sigo, sigo caminando como si ese día fuera único - y lo es - , como
si los colores existieran siempre, como si siempre los viéramos, como si el
color claro de la camiseta que la abuela de mi padre tejía volviera a aparecer
alguna vez, como si los perros caminaran descalzos como perros y los niños
jugaran al aire libre como niños, como si
la sonrisa de ese niño con el globo se grabara en mi mente como un recuerdo
indeleble.
(c) Araceli Otamendi-2008 imagen: Tienda del barrio de Palermo - crédito de la fotografía Araceli Otamendi
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