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Estás aquí:  Inicio >>  Cuentos, poemas, relatos >>  La cantante de ópera - Freddy Bravo Espinoza
 
La cantante de ópera - Freddy Bravo Espinoza
 

Desde Lima, Perú

"...Había urnas de cristal llenas de ungüentos de varios colores, libros de magia con tapas de color negro y letras amarillas, seres extraños disecados: Unos con
¡cabeza de ratas y cuerpo de perros, palomas con alas de murciélagos, patos con cabeza de loro, gallinas con colas de perro, lagartijas con cabezas de ratones! Y otras alimañas sobrenaturales. A ambos lados de la sala, había aparatos de tortura como aquellos que en su época empleó la Santa Inquisición católica para aplicarlos con las brujas y las personas herejes..."
La cantante de ópera

Hacía muchos años que no tenía noticias de mi amiga de la infancia y adolescencia Alexandra de la Quintana. Como estuve mucho tiempo de viaje en el extranjero en mi calidad de miembro del Cuerpo Diplomático del Perú, perdí la pista de ella. Yo vivía en París con mi esposa francesa llamada Nicolette y mis dos hijos, Henri y Jacques. Ellos, debido a sus estudios, se quedaron con su madre en la “ciudad luz”. Retorné de vacaciones al Perú, después de varios años, a mi casa de la calle Jorge Basadre en el aristocrático distrito de San Isidro.

Llegué a Lima en la madrugada de un día viernes de los años 1990. Enterado de mi llegada, al día siguiente me llamó por teléfono mi entrañable amigo Lucho, a quien invité a almorzar en casa. Durante el almuerzo él me contó que mi amiga Alexandra, la cantante de ópera, se había retirado del “bell canto” a vivir en una antigua casona en este bello distrito y que estaba alejada del mundo, sólo en compañía de Mito, su gato. Era todo lo que sabía de ella y que alguien le había entregado una carta para mí.

A mi amiga, una brillante cantante de ópera en los años 1940/50, me la presentaron en el hall de entrada del Teatro Municipal de Lima en el que actuaba muy seguido. También se presentaba, en el Teatro Segura, en el Teatro Colón y otras salas de Lima, acompañada de un gran elenco y al lado de los actores y cantantes más famosos del Perú y el extranjero. Incluso actuó en el famoso Teatro Colón de Buenos Aires y en el Palacio de Bellas Artes de México y otras capitales de Suramérica. Lo extraño era que ella se había retirado en la cúspide de su carrera, cuando aún llenaba las salas y los directores continuamente le ofrecían trabajo, hizo lo contrario a otras cantantes que dejan su trabajo cuando su brillo se extingue. Alexandra era mi mejor amiga y me preocupó la carta que me había enviado, cuando incluso a mí, que era su mejor amigo, me había negado conocer el lugar donde se hallaba, ello significaba que algo debía andar mal, muy mal, en su vida. Después de la tertulia, me fui a casa y decidí leer la carta al día siguiente pues quería descansar luego del largo viaje desde Europa a Lima y, además, aquella noche tenía un compromiso donde unos viejos amigos míos y seguro que llegaría muy tarde a casa.

Al día siguiente sábado, con cierto nerviosismo, abrí el sobre cuando me encontraba almorzando con mis viejos amigos en la bella terraza del Country Club de San Isidro, ubicado en una zona donde había grandes casonas de estilo europeo habitadas por la clase acomodada de Lima. Delante del Club se hallaba el lujoso restaurante “Aquarium” al que concurría lo más graneado de la vieja aristocracia limeña. Dentro del sobre, estaba la dirección del lugar donde vivía Alexandra junto a un papel que decía solamente: "Necesito tu ayuda", ¡¡Me quedé frío!! Ella no era tan escueta, nunca lo había sido. Era más bien una mujer locuaz y comunicativa y por ello se había granjeado la simpatía de numerosas personas del ambiente artístico y social, algo debía estarle ocurriendo. Después de un rato de sobremesa, me despedí de mis amigos acordando vernos otra vez antes de mi retorno a París. Cogí mi viejo automóvil de marca Ford, modelo Fairlane 500 y me dirigí en busca de la dirección que figuraba en la carta. Después de manejar por varias calles y avenidas del distrito finalmente encontré la casa. Estaba casi oculta por los árboles y la maleza en un lugar aledaño al bosque “El Olivar” de San Isidro. Estacioné mi carro con la seguridad de que nadie iba a llegar a un lugar tan escondido como aquel para robármelo. La casona estaba frente a mí, majestuosa como si quisiese asustarme con su imponente estructura. En los alrededores de aquella, no se oía nada, ni pájaros, ni gente, ¡¡nada!! ni siquiera el viento. Era un silencio sepulcral, incómodo, parecía un lugar donde el tiempo no existía. Un poco asustado atravesé casi corriendo un jardín lleno de flores y me dirigí a la entrada de la casona, mientras caminaba me preguntaba porque Alexandra había escogido aquella mansión tan grande para vivir ella sola.

Cuando estuve frente a la entrada de la casona no hizo falta que golpease la puerta, esta sonó con un ruido quejumbroso y se abrió... sola. Entonces vi. una amplia sala de madera recién encerada y en el centro de ella había un fino piano de cola.

- ¡¡Alexandra!! ¡Alexandra!! –Llamé a voz en cuello- ¿Estás aquí?

No tuve respuesta alguna. Me senté un rato sobre un mullido sillón para esperar por si venía alguien. Pero no ocurrió nada y decidí “tomar al toro por las astas”. Me puse a explorar la casona, recorrí cada lugar de aquel palacio y no encontré a nadie, es decir, a nadie... vivo. Las habitaciones estaban limpias, en el aire flotaba una fragancia de rosas, ¡¡era el perfume que ella solía echarse!! Pero igual no había nadie, me sentí muy sólo.

Pasaron las horas, el silencio y la soledad se hicieron presentes y empecé a pensar en la posibilidad de irme a casa. Al cabo de un rato se produjo una enorme tormenta que me hizo desechar la idea de irme pues mi auto no tenía limpiaparabrisas y era peligroso manejar sin ellos pues podía chocar. Para colmo de males, el temporal no amainó y como me encontraba en una casa limpia y con todas las comodidades aunque con el teléfono cortado, decidí quedarme para ver en que terminaría todo aquello. Felizmente yo estaba de vacaciones. Comprobé que la refrigeradora y las despensas de Alexandra, que eran muy grandes, estaban llenas de víveres así que no tuve problema con la comida. A los dos días de estancia, fui a ver mi carro y arranqué el motor para que no se estropeara, felizmente llevé un teléfono celular con su cargador.

Yo esperaba la llegada de mi amiga Alexandra en cualquier momento pues ella era... impredecible. Por ello, me quedé para esperarla y por supuesto que también por la misiva: “necesito tu ayuda”. Durante el día, me echaba en el mullido sillón de la sala a leer de todo: novelas, poesía, historias de batallas y aventuras; también caminaba por el jardín y disfrutaba del olor de las flores y hasta tomaba el sol echado frente a una piscina. Escogía mi almuerzo pues yo sé cocinar, tomaba una siesta sin bulla alguna que me despertara, en fin era un lugar paradisíaco sin duda y ¡¡quedaba en medio de la ciudad!! Era una pequeña ciudad dentro de la ciudad. El problema surgió cuando en las noches el viento furioso abría la ventana de mi dormitorio dejando entrar el frío. Una de esas noches, mientras afuera llovía, algo me sorprendió. Sentí un golpe fuerte, abrí los ojos y vi que era … la ventana. La cerré con cuidado y volví a echarme escuchando el ruido que hacía la lluvia al caer sobre los cristales. De repente, mire la mesita de noche, y me di cuenta de que había revisado en todos los lugares de la casa menos en este. Al abrir el cajón, hallé una linterna y varios recortes de periódico que estaban amarillentos por el tiempo. Bajo la luz de la lámpara, leí los viejos recortes de periódico y noté que eran noticias relacionadas con el mundo de la ópera y sobre todo con las obras en las que Alexandra había participado. Los recortes se referían a hechos sangrientos: “Un electricista del teatro fue ahorcado durante la puesta en escena de la ópera “Carmen” de Bizet”. “Una cantante secundaria de ópera llamada Andrea Rey, que estaba de descanso, se ahorcó durante la ópera “Las Cuatro Estaciones” de Vivaldi”. Los cantantes y actores aseguraban haber presenciado varios fenómenos misteriosos durante las óperas. Entonces pude darme cuenta que aquello era lo que había llevado a Alexandra de la Quintana a huir del mundo: la maldad humana.

De pronto, en la oscuridad de la noche escuché el sonido de unos cristales rotos y maullidos de gato: ¡¡miauuuu… miauuuu…!! Sonaban lastimeros y me causaron temor, entonces ¡¡un temblor involuntario sacudió mi cuerpo!! De inmediato pensé en ¡¡Mito!! El gato de Alexandra. Descendí por las escaleras hasta llegar a la sala donde estaba el piano. El sonido provenía de debajo de este. Los maullidos de gato empezaron a hacerse más fuertes, parecía que lo estaban matando. Empujé el piano de cola, me eché pegando mi oído al piso de madera para ver de donde partía el sonido. Empecé a palpar sobre el piso, mis manos tocaron algo. ¡¡Síííí.. era una trampa!! Al abrirla vi. unos escalones de piedra y un lugar frío y oscuro. Los maullidos del gato cesaron. Saqué mi linterna y alumbre los escalones y bajé despacio. Una vez abajo, vi que había un interruptor, lo accioné y la pequeña estancia se llenó de luz. ¡¡Lo que vi, me dejó paralizado por el terror!!

- ¡¡Mierda, -exclamé- esto es un museo dedicado a la brujería!!
Había urnas de cristal llenas de ungüentos de varios colores, libros de magia con tapas de color negro y letras amarillas, seres extraños disecados: Unos con ¡¡cabeza de ratas y cuerpo de perros, palomas con alas de murciélagos, patos con cabeza de loro, gallinas con colas de perro, lagartijas con cabezas de ratones!! Y otras alimañas sobrenaturales. A ambos lados de la sala, había aparatos de tortura como aquellos que en su época empleó la Santa Inquisición católica para aplicarlos con las brujas y las personas herejes.

En eso vi a Mito, el gato de Alexandra, estaba sentado al lado de una extraña mujer de cara a la pared como si estuviera castigada, su cabello estaba sucio y desordenado, tenía encima una túnica andrajosa de color negro y ambas piernas estaban atenazadas por grilletes de metal. Parecía la escena de una película de terror.

Vacilé un poco, pero me sobrepuse y avancé, no hice caso al temblor que sentí por el maullido salvaje del gato. Yo soy un poco miedoso pero sentí la necesidad de saber quien era la mujer que estaba sentada de espaldas cara a la pared en aquella lóbrega mazmorra. Sigiloso, me acerqué y era... ¡¡Alexandra de la Quintana!! En ese momento, sonó la puerta de la estancia y aparecieron muchas personas con luces de bengala, pitos y serpentinas de colores, eran actores y actrices de teatro. En eso Alexandra de la Quintana se levantó, me miró y acercándose a mí me dijo:

- ¡¡Sorpresa!! Bienvenido a casa. ¿Te acuerdas que una vez me dijiste que cuando murieras querías estar a mi lado pues soy tu mejor amiga? Quedé sorprendido. Esta es tu casa, -continuó ella-, y te quedaras conmigo para siempre porque… estás muerto como yo.

(c) Fredy Bravo Espinoza

Sobre el autor:


Freddy Bravo Espinoza es licenciado en Sociología. Actualmente, es colaborador de sitios web literarios y culturales de Alemania (Berlín), España (Madrid (8 web site), Sevilla, Valencia, Palma de Mallorca), Argentina (Buenos Aires, Rosario, Rivadavia), Costa Rica (San José) y USA (Chicago y Boston) donde han publicado mis Cuentos y Relatos. Es autor de 8 libros todavía inédito, y es Editor-Director de la Revista Literaria-Cultural Electrónica
“LA GACETA DEL PERU”, de Lima, Perú.
 
 
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