Ernesto Mallo es argentino. Su primera novela "La aguja en el pajar" fue distinguida como mejor novela policial en el año 2007 en la Semana Negra de Gijón y recibió el Premio Memorial Silverio Cañada a la mejor novela policial publicada en español durante 2006 por un autor debutante. Fue también Primera Mención del Premio Clarín-Alfaguara de Novela, 2004. Mallo nació en la ciudad de La Plata, Provincia de Buenos Aires en 1948.
Publica por primera vez en Archivos del Sur el cuento "Mientras Crece la Noche"
Mientras Crece la Noche
Lenta despega la mañana. Es como si el día no quisiera levantarse. Hace ya algunas horas que las calles han comenzado a inquietarse y los sobrevivientes de la noche anterior a asomar los hocicos de sus cuevas, otear el horizonte en prevención de predadores y para sorpresa de los predados: la ciudad es campo de caza. Vuela su majestad el halcón. Pero Giam no se siente un halcón esta mañana, más bien tiene la sensación de ser un Harold Lloyd en la escena donde pende a gran altura de las manecillas del reloj de la torre. Recuerdo infantil en la oscura sala del cine de barrio que siempre se le figuró como un intento, desesperado y vano, por detener el tiempo. A veces, como hoy, se le despierta la conciencia abrumadora del paso del tiempo, de su paso por el tiempo. Entonces Giam no puede hacer otra cosa que verlo escaparse segundo tras segundo, ya no en las manecillas porque el tiempo, mayormente, se ha hecho digital. Al menos le queda el consuelo de que los números no tengan la entidad de flechas de que se enorgullecen las manecillas. Giam procede al cuarto de baño y se instala bajo la ducha a fin de lavar su cuerpo de los sueños de la noche que, disueltos, se van dando aullidos de agua arremolinados por el sumidero. Recuerda dos, esos dos que lo despertaron y le hicieron la noche difícil. Bajo la flor del agua vuelve uno: Giam se arroja a una pileta de natación, por la parte baja, toca el fondo con sus manos, se recuesta boca abajo, lanza burbujas por la boca y la nariz, allí se queda unos instantes disfrutando del hecho de que para algunos espectadores ignotos en la superficie les haya impresionado, les haya parecido admirable, que se haya lanzado así, osadamente a la pileta. Entonces Giam trata de impulsarse con los brazos a fin de reganar la superficie y el aire que ya sus pulmones claman. Entonces Giam ve que no tiene fuerzas, que no puede despegarse del fondo. Piensa, en el sueño, he llegado al fondo, pero no puedo salir, ¿dónde se ha ido todo el mundo?. La asfixia avanza a la velocidad del pensamiento, lo supera. Entonces Giam haciendo un esfuerzo tremendo se alza lentamente surcando verticalmente las aguas que han adquirido una densidad extrema, mientras piensa, en el sueño, que la admiración despertada en los espectadores de la superficie se habrá trocado ahora en lamentable conmiseración. Pero lo verdaderamente terrible de la pesadilla es que fuera de la pileta, en la superficie, no hay nadie, nunca hubo nadie. Entonces Giam despertó, agitadísimo a la aún noche. El otro sueño... el otro ya se le ha escurrido por los vericuetos de la memoria. Maldice Giam bajo la ducha, pues el sueño, sin darle tiempo a lavárselo, se ha vuelto al hoyo desde donde, sabe, volverá a encantarlo. Pero se consuela, con los ojos llenos de jabón, pensando que si no es este será otro, que los sueños nunca se terminan. Ahora sí, comienza. Al terror de la noche le sucede el terror del día. Giam ha logrado atravesar la primera prueba.
Como cada vez que sale a la calle, tiene un pensamiento para todas las personas en el mundo que ese día saldrán a la calle y que nunca regresarán a sus casas y, a continuación, practica simuladamente el juego infantil de no pisar las rayitas de las baldosas en la vereda. Y ahora, sepultando la condición de caracol desnudo, esconde los cuernos, adopta la mirada del predador y se lanza a la salina como anoche a la pileta. El miedo le carga los músculos, su columna se estira. Desde su nueva altura, la sensación de poder es más alta que la del temor. Giam vuelve a ser el Giam prehistórico que habrá de sobrevivir al día, entrar en batalla, el miedo a la confrontación se ha trastocado en deseo de guerra en exhilaration, en grito, en gesto, en decisión a la velocidad del rayo, en desprecio por las heridas, en omnipotente sensación de inmortalidad. Renacimiento. Pausa. Alimento. Hay un momento de duda en la sensación de plenitud post prandial como dice el prospecto del antiácido que toma. Segundo Round. No muy diferente del anterior. Al caer la tarde, semioculto en la cueva de linyera, mirando con aprensión a izquierda y derecha, alerta a las hienas, cuenta el botín, lo pone a resguardo. Ha triunfado.
Ahora viene la parte del extrañamiento, ahora viene la parte en que Giam es más Giam que nunca. Giam se toma un breve descanso que, como la ducha con los sueños, le lava la mente de la sangre derramada en combate. Hay sutura de las heridas propias, hay olvido de las heridas infligidas a los otros. Los músculos se pueblan de hormigas en una sensación de creciente felicidad. Hay tranquilidad, for once, for him, in this, of all places.
Este de ahora, es el momento de recuperar la mitad perdida, for a while at least, y entra deliberadamente lenta la carne armada en la carne amada y recuerda dos cosas: menos tu vientre todo es oscuro, baldío y turbio, y la frase de la mujer del emperador chino que llama a este acto hacer el viento y la lluvia, y piensa, y sabe, y siente, que juntos son una metáfora perfecta, y los relojes son los horrorosos relojes blandos de Dalí, menos cómicos pero más indulgentes que el de Lloyd. Y es este el momento de la petit morte, en el que no importa nada más que este momento. Este es el premio.
Y así la mañana, y así los días, y así la vida mientras crece la noche.
(c) Ernesto Mallo
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