Esconderse
No sé cuándo comencé a esconderme, si fue en la adolescencia o ya entre los paneles informativos de la universidad.
Durante cualquier momento del día lo necesito. No huir de las miradas, porque podría quedarme en casa, solo; si no simplemente ocultarme.
Mis amigos ya me conocen, y están habituados, aunque nunca hablamos del tema. Es natural que en una reunión yo desaparezca de pronto detrás de un cortinado, o debajo de la mesa. Si eso ocurre con mis amigos, ellos prosiguen sin muestras de asombro, y hasta puede darse que dejen una cerveza, o un platito con sandwiches cerca de mi escondite, y si estamos viendo un partido, gritan los resultados para que yo pueda enterarme. Pero cuando ocurre entre desconocidos me veo forzado luego a buscar excusas, a veces las más extrañas.
Me llaman particularmente la atención los rincones, los roperos, la parte de abajo de las mesas...
Asi conocí a Mariana. Yo estaba escondido entre dos esteras publicitarias, en un comercio, y escuché una respiracion agitada que trataba de silenciarse. Sentí un profundo disgusto, sentí que me estaban violando, me volví hacia donde escuchaba el ruido, dispuesto a reaccionar con firmeza, pero vi sus ojos más bien asustados. Ella tampoco estaba acostumbrada a compartir sus escondites, ella también estaba dispuesta a defenderlos. En esa ocasión sólo podríamos habernos detestado, o comprendido, y asi surgió una profunda complicidad, le señalé un lugar donde la estera hacía esquina, nos dirigimos hacia allí gateando.
Horas después cerraron el local y la oscuridad nos protegió más.
Dormimos abrazados, y nos despertaron los ruidos de la apertura del salón. Salimos sin que nadie lo notara y nos dimos cita en una estación de metro que tiene una salida de aire que los dos conocíamos.
Llegué cinco minutos antes, pero ella ya estaba agazapada en el pequeño respiradero, no nos dijimos nada, me acurruqué a su lado. Pasados unos minutos empecé a sentirme incómodo, ella cada tanto me miraba, y avancé por el tunel hasta que me aseguré de que no podía verme. Horas después salí al andén, ella esperaba el tren, y entonces fuimos a tomar un café. Desde ese día nos escondimos juntos, y compartimos también salidas, íbamos al cine, a algunos conciertos.
En el círculo de mis amigos, y luego en el de ella, comenzaron a invitarnos por la sola curiosidad de vernos desaparecer.
Muchas veces el problema era que nos incomodaba compartir el escondite, y alguno de los dos buscaba otro. Eso pasó la última vez. Estabamos debajo de una mesa larga, y ella se desplazó al otro extremo, y de allí pasó a una mesa distinta. Senti que algo pasaba, salí a buscarla, pero no la encontré.
Yo sigo escondiéndome, y sigo buscándola.
(c) Guillermo Bravo
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