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Leyenda familiar -Patricia Romana Bárcena
 

desde México

"...Así las cosas no tenían pa cuándo arreglarse. Lucio tampoco veía en Genaro un buen hombre para su hija; como estaba contenta se conformaba. Dolores sentía que, en el fondo, su hija no estaba a gusto y que se aguantaba pa no rajarse. Esa era su creencia y de ahí nadie la sacaba. Por eso pudo ser ella la que enterró el cuchillo en el pecho de Genaro, pa luego quitarse la vida que con semejante culpa se convertiría en infierno. Sólo Dios sabe quien de los dos murió primero, porque el miedo de Genaro al ver a su hijo en los brazos de Dolores lo pudo llevar a todo..."

Leyenda familiar

Ya tarde, con la poca luz que deja el sol sobre los cerros cuando se oculta, terminaba Lucio el último atillo de leña para echarlo en su espalda y llevárselo a Zenaida. En esos días el frío arreció y era necesario mantener el fogón encendido. Aunque Zenaida traía el frío por dentro, de algo le serviría un poco de calor en el cuarto cuando amamantara a su hijo. Su pena era grande, también la de Lucio. Quedaron viudos el mismo día. Él perdió a su esposa, pero Zenaida además del esposo perdió a la madre. En esos lugares tan apartados nadie se preocupa por investigar las muertes. Nomás los entierran y los bendicen. Allá Dios que averigüe pa dejarlos en el cielo o mandarlos al infierno. Uno tuvo que matar al otro y luego quitarse la vida. El cuchillo quedó en el suelo, justito en medio de los cuerpos ensangrentados. Lucio está siempre callado, no tiene palabras para consolar a su hija, nomás le dice que es buena y que por eso Dios le conserva la leche para alimentar al niño. Dicen que con las penas se secan los pechos, pero ella los tiene bien llenos. Cuando cruzan la mirada parecen decirse cosas pero no se dicen nada. Después del entierro se acabaron las palabras. Cada uno tiene su hipótesis. El temor a una coincidencia los mantiene mudos.

El niño está tranquilo, duerme toda la noche y sonríe cuando Zenaida lo acaricia o cuando el abuelo se acerca...Ya pasará el tiempo que todo lo cura. Cuando crezca el nieto les traerá alegrías. Dolores era una mujer difícil y de ideas arraigadas. No le cuadraba el yerno ni la vida que le daba a su hija. "Perro que ladra no muerde". Lola no acostumbraba los gritos, con la voz bajita metía buenos fregadazos. Ya le había dicho a Zenaida que el marido que había escogido no le iba a servir pa nada. Por eso se apartaron de la familia y se hicieron un cuarto lejos. Dolores no iba a dejar de ver a su hija y se hacía tiempo para visitarla. Con el pretexto del niño que venía en camino se le presentaba con comida y centavos, aprovechando cualquier ocasión para hacer sentir poca cosa a Genaro. Y el otro, de pocas pulgas, arremetía contra la suegra tras las faldas de Zenaida. Genaro sí era de gritos y manotazos, pero no frente a Dolores.

Así las cosas no tenían pa cuándo arreglarse. Lucio tampoco veía en Genaro un buen hombre para su hija; como estaba contenta se conformaba. Dolores sentía que, en el fondo, su hija no estaba a gusto y que se aguantaba pa no rajarse. Esa era su creencia y de ahí nadie la sacaba. Por eso pudo ser ella la que enterró el cuchillo en el pecho de Genaro, pa luego quitarse la vida que con semejante culpa se convertiría en infierno. Sólo Dios sabe quien de los dos murió primero, porque el miedo de Genaro al ver a su hijo en los brazos de Dolores lo pudo llevar a todo.

A fin de cuentas Zenaida no quedó sola, tiene la fortaleza para criar a su hijo y cuenta con su padre. De esos grandes amores que no supieron amarla, no guarda malos recuerdos. Cualquiera que haya iniciado la muerte tuvo el valor de quitarse la vida. Por eso Zenaida les lleva flores a sus tumbas, y le ha contado a su hijo que una tarde muy fría su padre y su abuela, que tanto lo querían, fueron juntos a cortar leña; cuando venían de regreso un hombre a caballo les arrebató la leña y la vida...Como el niño no recuerda ni a su padre ni a su abuela, no siente ninguna pena cuando escucha esa leyenda.

(c) Patricia Romana Bárcena

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