  
(Buenos Aires) Araceli Otamendi
Las culturas originarias de América trazaron una historia independiente de la epopeya de Occidente. Dicha historia, construida a partir de imaginarios diferentes, supo transcribir las mediaciones entabladas entre dioses y hombres proyectándose hacia un presente donde suele reaparecer para recuperar sus dimensiones perdidas.
Las metáforas del pensamiento visual elaborado por aquellos pueblos se sostiene todavía en su raíz profunda y en sus conocimientos ancestrales.
Los mecanismos de colonización y aculturación con que se ha intentado someter a nuestras culturas aborígenes contemporáneas no supieron percibir un hecho innegable: que los pueblos renacen y se reconstruyen a partir de su propia memoria. Las identidades perdidas, atrapadas en medio de discursos que no les pertenecen, se afirman en símbolos que son a su vez reinterpretados y reelaborados, generando novedosos lenguaje donde se propone el renacimiento de la imagen y se estructura un nuevo campo de resistencia, el de la expresión visual.
El libro Mapuche Arte de los Pueblos del Sur, editado por la Fundación Nicolás García Uriburu y presentado en el Museo de Arte Popular José Hernández junto con la muestra del mismo nombre, de objetos de platería, cerámica, textiles, esculturas en madera, de la cultura mapuche de la colección de esa fundación, rescata la cultura de uno de esos pueblos originarios.
La producción general del libro es de Joaquín Molina, Curador de las colecciones de la Fundación Nicolás García Uriburu.
El libro está muy bien editado con más de 150 imágenes a todo color y textos de Joaquín Molina en castellano y en inglés. Contiene además un glosario que permite comprender la terminología utilizada para nombrar las diferentes piezas. Pero además, contiene otras palabras de esa cultura, por ejemplo, según el glosario, la palabra "che", usada en la Argentina, quiere decir persona, gente.
Acerca de la cultura mapuche
El conocimiento de los mitos y de los dioses de los pueblos es uno de los antecedentes que permiten comprender mejor sus costumbres y formas de vida.
La cultura mapuche no está libre de las ideas de lo sobrenatural; ellos conciben el mundo como una serie de plataformas que definen la ubicación de las tres zonas cósmicas: cielo, tierra e infierno. A pesar de que podríamos simplificar estas tres zonas en dos mundos, el natural y el sobrenatural, la visión cósmica del mapuche apunta hacia otro criterio, según el cual el mundo sobrenatural es algo tan real y tangible como el natural. La región celeste, o wenu mapu, está poblada de dioses que ocupan una jerarquía bien establecida. La Luna, killén, el lucero del alba, wuñelfe, también están deificados, así como los seres fallecidos que han alcanzado significación mítica: guerreros, caciques, machis y fundadores de linajes han pasado a tener un lugar en el cielo y a ellos se les ruega para obtener seguridad y prosperidad.
El eje de ese universo que une el cielo, la tierra y el mundo subterráneo es el rewe (poste escalonado), y desde allí es que la machi –encargada de la representación divina en la lucha entre el bien y el mal, cuyo campo de batalla es la tierra– viaja al cielo en busca de sus espíritus auxiliares. Ella tiene poderes como vidente, adivina y sanadora; para ello se sirve de sus cantos con kultrun (timbal, símbolo de la tierra), sus visiones y sus sueños. El mapuche considera los colores del cielo, azul y blanco, de gran valoración positiva y son los que utiliza para los estandartes o banderas de la machi.
Esta visión del cosmos y la percepción del color de la naturaleza y de su bóveda celeste han establecido entre los mapuches una coherente simbología, la cual vemos nítidamente en sus manifestaciones artísticas.
Vida cotidiana
A partir de la conquista y la colonización, se introducen especies vegetales y animales desconocidas para los habitantes primitivos. El trigo y la cebada, la oveja, el caballo y otros animales domésticos se adaptan con extrema facilidad; esto crea un vínculo de mayor permanencia entre el mapuche y el suelo.
La mujer cuida la huerta, los animales pequeños y las aves y practica labores como la cerámica, la cestería, y con su huso y tortera se sienta a hilar la lana de la esquila, con la cual elabora ponchos, fajas, frazadas y otros textiles, ayudada por sus hijos menores e hijas solteras.
El hombre, jefe del hogar, se ocupa de los trabajos relacionados con la agricultura y el cuidado del ganado mayor, e igualmente realiza artesanías en cuero y madera. Las artesanías han sufrido un natural menoscabo con el acceso del mapuche a los mercados urbanos, que le proporcionan sustitutos de cómoda y fácil obtención. Esto influye en el empleo de nuevos utensilios de uso doméstico que implican la desaparición de los tradicionales.
En el verano, la vida familiar transcurre al aire libre, y alrededor del fogón en invierno, dentro de la ruka o vivienda mapuche. Ésta generalmente tiene su entrada hacia el este, punto cardinal relacionado con el bien, así como el sur, portador de buenos vientos. Del norte proviene el viento que trae el mal tiempo, que arruina las cosechas; de allí, dicen, vino el demonio.
El mapuche concibe una organización patriarcal de la familia, en la cual los hijos varones representan su perpetuidad. Las relaciones de parentesco, la proximidad territorial y los lazos de cooperación mantienen unido a un grupo. Asimismo, las creencias religiosas compartidas son importantes, pues elevan a categorías divinas a los ascendientes y fundadores de los linajes que componen cada grupo local. 
Cerámica
A pesar de haberse perdido algunas técnicas decorativas complejas, que eran características de las primeras manifestaciones de alfarería en el pueblo mapuche, se siguen conservando las formas primitivas y las decoraciones de su cerámica. El mapuche Pascual Coña –en las crónicas que en 1930 dictó al padre Moesbach, misionero capuchino– nos dice sobre este tema:
Algunas de las mujeres antiguas tenían mucha habilidad en el arte de la alfarería; fabricaban diversos cántaros, jarros, ollas, platos, tazas; toda clase de vasos de barro. Al ejercer su arte usaba la alfarera greda y cierta piedra, llamada uku. La greda se secaba al sol, la piedra se trituraba repetidas veces hasta que quedaba bien pulverizada; luego se la pasaba por un cedazo. Hecho esto se mojaba la greda con agua y se la amasaba esmeradamente. En cuanto la masa estaba blanda y plástica, se la mezclaba con el polvo cernido de uku, procurando que los dos materiales se mezclaran perfectamente. Cuando el material estaba bien amasado, se sacaba de él puñado por puñado para trabajarlo. Primero se formaba con ese barro de greda y uku el asiento redondo del vaso por hacer, luego se tomaba otro puñado de la masa y se la transformaba entre las palmas de ambas manos en tira o piulo. Cuando ese piulo había alcanzado el largo suficiente se lo depositaba sobre el asiento redondo siguiendo la circunferencia de este; allí se apretaba con las manos el piulo sobrepuesto… El vaso hecho lo templaban en el fuego; lo rodeaban de llamas hasta que se pusiera candente. Cuando notaban que estaba bien templado lo sacaban del fuego y quedaba terminada su obra de cerámica.
Vasos de formas asimétricas como los "jarros pato", que aparecen alrededor del año 500 d.C., se fabrican hasta el día de hoy de la misma manera que entonces.

Platería
Es a partir del siglo XVIII cuando se desarrolla la orfebrería en plata entre los mapuches, creando un estilo reconocible que llega a su punto culminante en el transcurso del siglo XIX. Aunque la posesión de las joyas de plata aparece como uno de los elementos comunes a todo ajuar femenino durante ese siglo, la mayor concentración de objetos y monedas de plata estaba en poder de los lonko o caciques, quienes en esa época tenían una demanda enorme de objetos de plata para satisfacer las exigencias de su estatus; incluso los más poderosos tenían un platero personal que trabajaba a su servicio. Una vez que desapareció el estatus que se fundamentaba sobre una sólida posición política, económica y social, los mapuches debieron desprenderse de sus joyas, aunque aún se observan mujeres que asisten a ceremonias con sus ricos atavíos de plata. Aparte de su función como indicadores del estatus de las personas que los usaban, estos ornamentos de plata sirvieron como medio de intercambio en transacciones comerciales. La platería, al igual que los animales, significó un capital de reserva para momentos de escasez o necesidad. A fines del siglo xix, las monedas de baja ley fueron utilizadas para colgantes y adornos, provocando escasez de circulante, y muchas de las joyas antiguas fueron reutilizadas debido a la falta de metal noble. Es corriente observar modernos pectorales que rematan en una placa con decoraciones antropomorfas, características de épocas anteriores.
El auge obtenido por la orfebrería mapuche durante el siglo xix se observa en la cantidad de piezas de esa época que han sobrevivido hasta el día de hoy en manos de coleccionistas y nos permiten admirar la gran variedad de formas y decoraciones que crearon esos magníficos artesanos.

Textiles
La artesanía tradicional que tiene más vigencia entre los mapuches es la textil. El hilado de los vellones de lana es ocupación de toda mujer mapuche, quien, en los momentos que le dejan libres sus otras tareas, produce hilados de distinto grosor, según la prenda que piensa fabricar. Se hila con huso indígena y también con torno de hilar de pedal español (ruca). En el proceso del teñido usan nalca o relvún para los rojos, maqui o barro para los negros, cochayuyo o radal para los pardos. Para tejer frazadas, mantas y alfombras utilizan el telar vertical, en tanto que para las fajas de tejido más fino emplean telares horizontales tendidos en el suelo. Los motivos decorativos muestran diseños típicos preincaicos, algunos incaicos y otros más tardíos, incluso hispánicos.
La leyenda del origen del hilado (Llallin kushe) cuenta cómo una araña vieja salvó a una joven de la cólera de un anciano enseñándole a hilar una enorme cantidad de lana en una noche. Esta leyenda, así como símbolos sagrados como la estrella (wranglen) o elementos como el sapo (lafalra), usados por la machi para los conjuros contra espíritus y fuerzas malignas, forman parte de los diseños tradicionales de las matras. En las fajas femeninas abundan los símbolos de fertilidad como el rayen, flor que alude a las posibilidades de fecundación de la mujer; también los símbolos de fuerzas originarias del cosmos, como las dos serpientes míticas de los mapuches Tren-tren (positiva) y Kai-kai (negativa), o el Temu, árbol relacionado con los poderes del agua. Las mujeres son las encargadas de trasmitir a las futuras generaciones el lenguaje de los símbolos, historias, mitos y mensajes a través de los tejidos.
Según palabras de Joaquín Molina
"Los orígenes del pueblo mapuche –al que los españoles denominaron araucano– han sido objeto de múltiples investigaciones. Según algunas teorías, fue producto del mestizaje de grupos étnicos que atravesaron los Andes conquistando territorios y mezclándose con la población autóctona. De ellos pehuenches, pampas y ranqueles, e incluso los tehuelches, adquirieron sus hábitos y costumbres, así como su lengua; también hay quienes sostienen un parentesco con las culturas septentrionales.
Lo cierto es que el impacto de la conquista española de estas tierras fue tan grande que afianzó la unión de los pueblos que vivían en ellas, a la vez que generó la adopción de elementos culturales hispanos. Este proceso de homogeneización cultural ha llegado hasta hoy bajo el nombre de cultura mapuche, la cual sintetiza actualmente elementos propios tanto de los pueblos aborígenes serranos y de las pampas como de criollos y españoles.
El gran desafío que tiene en el presente el pueblo mapuche es conservar sus tradiciones y su identidad, a pesar de su inserción en una sociedad que le impone determinadas condiciones sociales, económicas, políticas y culturales.
La población mapuche vive agrupada y organizada sobre la base de unidades productivas familiares, relacionadas con los recursos económicos. En este sistema económico-familiar la mujer cumple un rol importante, así como sus hijos, y es el hombre quien administra los recursos de la familia.
En lo ritual, mantienen aún sus prácticas originarias, y es tal vez el nguillatún la ceremonia que más los identifica. Con esta convocatoria, que varía según la comunidad y se realiza una vez al año, los mapuches no piden solamente por la fertilidad de sus campos o la fecundidad propia y la de sus animales, sino que también oran a sus espíritus para mantener viva su cultura.
Para Conrad Fiedler, la actividad artística comienza en el momento en que el hombre se encuentra frente a frente con el mundo visible como algo terriblemente enigmático, y es en la creación de una obra de arte donde se entrega a una lucha con la naturaleza, no por su existencia física sino por su existencia espiritual.
Ya sea en el arte textil, la platería o la cerámica, los mapuches reflejan con maestría la riqueza de su simbología y su concepción colorista íntimamente ligada a la naturaleza.
La Fundación Nicolás García Uriburu se constituyó con la finalidad de preservar y difundir las manifestaciones culturales y artísticas de los pueblos originarios de América, tanto las del pasado como las del presente, y uno de sus objetivos fue formar esta colección, que abarca desde elementos rituales, platería y textiles hasta objetos de uso cotidiano.
La creación de una fundación que diera un marco jurídico a las colecciones de objetos de arte que Nicolás había empezado a juntar fue el más importante de los proyectos que emprendí, junto con él, a fines de los años 70.
Muchas colecciones particulares se dispersan después de la muerte de quienes las formaron; de ahí la importancia de preservarlas para el futuro.
El Museo de Arte Precolombino de la Fundación Nicolás García Uriburu reúne un importante acervo de los testimonios artísticos de las culturas primitivas del sur del continente, parte del cual vemos reproducido en este libro.
Al ser las colecciones tan variadas como quienes las emprenden, ésta tiene la impronta de un artista que siente profundamente su origen latinoamericano y es consciente de su responsabilidad con la sociedad. Dentro de esa responsabilidad asumida por él está la de determinar que los destinatarios finales de su obra, así como de las colecciones que forman parte del museo de la fundación que lleva su nombre, sean los miembros de su comunidad, asegurándose que su proyecto siga vivo.
Uriburu es un fiel creyente en la vida, y su visión humanista, socialista y utópica, parte de su fuerte compromiso artístico y social".
La edición de Mapuche Arte de los Pueblos del Sur cuenta con el apoyo del Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, a través del Fondo Cultura BA.
(c) Araceli Otamendi
Bibliografía:
Carlos Mordo, La herencia olvidada- Arte Indígena de la Argentina, Fondo Nacional de las Artes
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Museo de Arte Popular José Hernández
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