¿Ande habrá ido la Deolinda? Se dican cosas... nada oye el Eulogio. Cada mañana,
cuando el sol se revuelve en las aguadas del río cree ver los rizos de la rubia moza...
El dorado
Anoche estuvo hasta tarde recorriendo el espinel y hoy es temprano todavía cuando el Eulogio rema despacio hasta el medio del río para tentar suerte con el dorado. Ahora es la época. Pronto vendrán los turistas a Paso de la Patria y, entonces, por dos semanas, el Eulogio no tendrá que arrancar su sustento al agua. Sólo con las propinas por llevar a la gente en su canoa y aconsejar sobre “el pique,” habrá suficiente para comprar las alpargatas nuevas y la carne para el charque. También mercará una peineta y se la regalará a la Deolinda, cuando ella vuelva.
Riela la luz del sol en el agua y el Eulogio cree ver el pelo rubio de su china entrerriana. ¡La Deolinda! No hay en todo Corrientes una moza como ella ¡Y tan dedicada! Amasa chipá mejor que las lugareñas y en su rancho, en el de los dos, porque están bien acollarados, sí, en su rancho no faltan las flores.
La Deolinda, cuando vuelva, le va’dar un hijo, un gurí fuerte como el ñandubay de la isla... ¡Chamigo que la vida es dura pero tiene sus cosas!... Sonríe el hombre a su pensamiento y levanta los remos que chorrean diamantes por la pala ancha, los sostiene un instante así y luego los gira en el tolete y forma con ellos una abierta “V.” Ya ha llegado. Ahora viene lo lindo. Se medirá con el dorado, el bravo pez, peleador y aguerrido. Por eso le gusta, porque pelea. Aunque recuerda la vez aquella en que había tantos que saltaban solos adentro de la canoa. Y no son mentiras de pescador, no, el Eulogio no miente. Recuerda bien el arco metálico que se elevaba de golpe con un chasquido seco y después la caída en la sorprendida barca.. Buscar la muerte, buscar la propia muerte o el destino del pobre pez, morir así, sin lucha.
El Eulogio cobra sus presas con parsimonia ¡Hay tanto tiempo! Con la destreza de sus manos mueve el cordel con que pesca y así se suman bogas y pacús. El dorado se hace “de rogar”. Ya vendrá más tarde. Y el mediodía se siente en la espalda del hombre que hoy tampoco tiene apuro.
Los pescados se amontonan, se entrecruzan en el fondo de la canoa: grises, plateados, plateados, negros; ojos rojizos de piedra dura. No han sufrido. Apenas cobrados, el Eulogio los despena. Dos o tres saltos agónicos y después, el cuchillazo certero. Si el pescado es muy pequeño, el Eulogio lo devuelve al agua. ¿Para qué “nicó”el sufrimiento?
Con gestos rituales, idénticos, cumple su tarea. Apenas si se depega del recuerdo de la Deolinda, los ojos clavados en el agua ahora dorada por el sol oblícuo. ¿Y ande habrá ido? Y la imagina perdida en la espesura, a merced de las alimañas, pero rechaza la idea. No... si la Deolinda se ha ido pa’Goya, a comprar unas cintas y ya’i de volver... Y es un mosaico su recuerdo: el día en que la conoció, en la fiesta de San Baltasar - Mocita, usté es un angelito de los que acompañan al Santo? -Pero este don Eulogio,¡Qué hombre! Y después la visión del galope con la huaina en ancas y la llegada al rancho de Paso Patria...y el olor de Agua Florida en el pelo rubio y la voz cantarina - Eulogio, ite cebando unos mates mientras amaso.
Unas aguas de sangre junto a la margen opuesta y el paso de los siriríes que silban en el cielo encendido, le dicen que ya es hora, pero... ¡Hay tanto tiempo! El río junto al bote se ha oscurecido, es un cristal calmo y profundo que Eulogio corta en dos con su remo, chap-chap en el silencio. Gira lentamente y vuelve la embarcación hacia la orilla, aparta los camalotes que le tienden una alfombra engañosa y amarra el bote en el embarcadero duplicado por el agua tersa.
Llevará los pescados al hotel, porque son muchos. Con dos o tres para ellos -para él - hay suficiente. ¿Ande habrá ido la Deolinda? Se dicen cosas...nada oye el Eulogio. Cada mañana, cuando el sol se revuelve en las aguas del río, cree ver los rizos rubios de la moza.
Los hijos del puestero de “La Baguala,” que a veces suelen bajar a las orillas, dicen que la vieron en el embarcadero, blanca y dorada en el sol de la mañana, las manos para atrás y el pelo al viento y luego el arco de su cuerpo y el chasquido: que se la tragó el río, dicen los hijos del puestero.
¿Ande se fue la Deolinda? A Goya, piensa el Eulogio, a comprarle un pañuelo...Y piensa después en el dorado...tan bello. Buscar la muerte, buscar la propia muerte o el destino del pobre pez, morir así, sin lucha.