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¡QUE VIDA DE PERROS!
Yo soy Kronos. No sé si mi nombre se escribe así, pero bueno, de cualquier manera así me parece mucho más interesante. Soy muy lindo, de raza fina, el pelo que me cubre es color caramelo subido y brilla estupendamente. Vivo en una hermosa casa de siete niveles, yo me recorro los siete, lo domino todo, subo y bajo las escaleras, y en ellas mis pasos se hacen humanos a lo largo y ancho del día. Y es por esta razón que me mantengo en línea, grácil y esbelto... Por esta razón y porque se les ha ocurrido que debo comer una sola vez por día. Yo no sé de donde cuernos sacaron esta nefasta idea, que a la fuerza debo acatar, aunque me muera de hambre. He perdido un poco de peso y se me advierten algunas costillas, me gusta estar delgado, ¡pero no tanto...! Todos creen y se comenta que soy medio tonto... ja, ja, ja. ¡No me hagan reír! Ellos no saben que yo soy un súper-perro, y que a la manera de Clark Kent, simulo estupidez para pasar inadvertido. Y en cuanto llega la noche, me pongo mis alas de águila y me lanzo por los aires.
- ¿Hay algún animal mitológico, que sea un perro alado? ¿No? Bueno, no importa, pues yo sueño que las tengo y vuelo, recorro la ciudad y me desplazo al campo apenas debajo de las nubes, lo abarco y admiro todo, miro y me deleito con el paisaje que poseo desde arriba. - Pero hay cosas que me emperran....Me da bronca cuando me echan afuera y cierran la puerta, no señor, eso no está bien, deben dejarla entreabierta, para que yo pueda salir o no, y entrar según mi deseo. Pero cuando la cierran desconsideradamente, no me queda sino impostar la voz, cosa que afortunadamente domino, y lanzar aullidos lastimeros, mientras acaricio los vidrios de la puerta lateral, teatral y dramáticamente. Los vecinos no lo soportan y me gritan por las ventanas y enseguida alguien viene a abrirme. Me gustaría que alguna vez me llevaran a pasear... Pero comprendo que esta es una utópica idea. Yo soy un perro tamaño baño y si me pusieran en la parte de atrás del auto, ahí no entraría nadie más. Así es que me conformo y me encantan mis paseitos vespertinos. No me importa mayormente quién me lleve, con tal de salir. Salto de gusto y me voy corriendo, claro, siempre doy vueltas a una distancia prudencial. En cuantito vislumbro que vamos a pegar la vuelta, patitas para que os quiero, corro un trecho largo y empiezo mi juego, me hago el boludo y me escondo, ji, ji, ji. -¡Kronos! ¡Kronos! –escucho, pero aquí me hago el desentendido, también para alargar un poquito más el paseo. Recién cuando veo que se vuelven y su voz se me figura afligida... hago mi aparición, como si tal cosa. Debo confesar, que de cualquier manera soy muy feliz. La hermosa pareja que tengo por dueños me ama aun creyendo que soy idiota. Y el bello doncel, el muchachito de la casa, también me quiere y a veces juega conmigo, claro, eso en el caso de que esté de buen humor... Yo soy muy sociable y me gusta mucho la gente. La joda es que paso muchas horas solo. A la simpática niña que ayuda en la casa ni la cuento, va y viene sin parar, a veces la sigo, pero me resulta cansador y sin gracia y desisto de la idea. Por ahí, hay otro personaje, parece que apareció esporádicamente, cierto es que está más tiempo en la casa, pero aquí entre nos, creo que la pobre está media chalada, siempre escribiendo y escuchando la radio, pero la mina me cae bien, no es de andar haciendo cariños o cosas por el estilo, pero jamás me trata mal y a veces me mira sonriente y me dice: -Y tú, ¿qué haces, Kronos? Lo que me remata de gusto, son las tardes en que se sientan a escuchar música y charlar... ¡Hogar, dulce hogar! Yo, deleitoso comienzo lentamente a hacer una espiral con mi cuerpo y lo acomodo enterito en la alfombra roja que hay en medio de la sala, es rica y se calienta apenas yo me acuesto y cubro su tejido con toda mi humanidad. Una alfombrita igual hay en la habitación de abajo, la de ella. A veces, solícito y cariñoso me espiralizo, por sobre la alfombrita de marras, para hacerle compañía, pero de pronto escucho el fastidioso -¡Fuera Kronos! -, al que generalmente hago caso omiso, porque si les diera bola, siempre, siempre, siempre estaría afuera, y no hay derecho. ¡No! ¡Puaj! Lo que más rabia me da y que me perdonen, es cuando me pica una pulguita indiscreta, y por ende, verbigracia, pues me rasco... ¡y con placer! - ¡No te rasques, Krono! ¿Habrase visto algo más absurdo? ¿Quién no se rasca si le pica? Y confiesen... ¿No es delicioso?
Por más que se enfurezcan, yo me rasco y me rascaré. ¡Qué embromar! Muchos son los días aburridos. No viene nadie. Subo y bajo las escaleras con mis humanizadas pisadas y espero ansioso la noche, pues aunque esté espiralado sobre la alfombrita roja de que les hablé, en cuantito me duerma, surcaré los aires convertido en perro cóndor. He de confesar un poco compungido que alguna que otra diablura me mando a veces. Y es cuando se han descuidado con algún manjar y ha quedado a mis expensas, yo, ni corto ni perezoso, he hecho acopio de él y me lo he zampado sin más ni más. Poco después me ha venido el cargo de conciencia y el dolor en el lomo del zapatazo que me han propinado, ¡y con justa razón! Pero, por más que sepa que lo tengo bien merecido, no deja de dolerme, ¡qué caray! ¡Otra...! Se enojan porque cuando viene alguien yo lo huelo... como si fuera una gran novedad que nosotros los perros nos olemos para conocernos, para identificarnos, y bueno, son costumbres, culturas diferentes, y yo hago lo mismo con las personas, y me parece normal... ¿O no? Algo que me tiene mal, y pienso que es seguramente por eso que ando medio neurótico... es por la falta de amor... ¡Ay sí! ¿Quién puede vivir sin amor? Es que a decir verdad mis vecinas perrunas dejan harto que desear, digo para mí, y sobre todo para mi estructura física, casi todas diminutas, emperifolladas y un tanto ridículas. Me coquetean como locas, pero ustedes comprenderán, que sería absoluta y materialmente imposible intentar siquiera, cualquier tipo de acercamiento... ¡Ejem, ejem! Espero que mi buena suerte me ampare y se mude a este hermoso barrio una perra como la gente, ¡bah! como la gente digo y lo que quiero decir es que reúna las condiciones y medidas mínimas y necesarias para ser mi pareja. Yo no soy nada pretencioso, ¡pero háganme la caridad!.... Hay cosas que saltan a la vista y son obvias por demás. Y ya charlé demasiado. Les conté mi vida y milagros. Me voy, me espera mi alfombrita roja, espiralizar mi cuerpo, y al fin con mis dos mágicas alas, tener al mundo desde arriba, a mi disposición.
(c) Laura de Rokha
Sobre la autora:
Laura de Rokha
Escritora chilena-argentina-venezolana. La hija del mítico poeta chileno Laura de Rokha es una hija del continente americano. Nació en Chile, vivió más de treinta años en Argentina y lleva más de dos décadas en Venezuela. Por eso en su literatura confluyen armoniosamente palabras de distintos países. Escritora de cuentos, novelas y teatro, ha publicado los libros de cuentos “Casimirio Cauteloso y Encuentro con lo vivido” (Editorial Multitud, Caracas, 1986) y “¡Qué perra vida! Una docena de cuentos perrunos” (Editorial Multitud, Caracas, 2001). Su dramaturgia infantil para títeres le ha valido dos premios internacionales. Laura, además de escribir, es una “hacedora” de títeres: tiene el mérito de haberlos convertido en obras de arte y exhibido en exposiciones en Caracas, Maracaibo, Valencia y Washington. Artistas de la talla de Eugenio Zanetti, Antonio Canales, Marcel Marceau, Susana Rinaldi, entre muchos otros, tienen títeres de Laura, que se especializa en reproducir cuadros y fotos de Frida Kahlo en títeres.
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