Bianca lo miraba profundamente. Algo había en aquel cuadro que llamaba fuertemente su atención. Absorta, solitaria y anhelante se detuvo ante esa pintura. La miraba, la recorría enteramente con sus ojos ávidos, afanosos por descubrir algo más allá de los matices, de los colores y las formas. Bianca no era conformista, no se contentaba con advertir una mera combinación de rojos y amarillos. Buscaba algo más. H. decía que Bianca se buscaba a sí misma. ¿Acaso se había perdido y nadie le había avisado?
Si, efectivamente, Bianca se perdió en el cuadro.
Lo contempló mucho tiempo y de formas variadas: parada frente a la imagen, mientras despeinaba con sus pequeñas manitos la maraña que llevaba por cabellera, con la cabeza inclinada y más inclinada, llevando ahora sus brazos al costado de su cuerpito de muñeca. De revés, parada de manos, postura que, indefectiblemente, dejaba ver sus piernas un tanto chuecas.
Y así fue. De tanto mirarlo, Bianca pasó sin avisar y sin pedir permiso al glorioso cuadro. Una vez allí, comenzó a deslizarse sobre las vetas anaranjadas , rodando por las amarillas. Sentada en la franja más rojiza de todas, Bianca se sorprendió al notar sus manitos manchadas de colores.
Bianca se desoló, se atormentó al percibir que pronto el cuadro quedaría vacío, que solo nadaría en una tela limpia, blanca y sin vida. Pero ya era demasiado tarde para regresar y con lo que le había costado llegar hasta allí, no se le ocurriría ni remotamente, ni por casualidad, ni aunque le pagasen dólares, volver.
H. comenzó a extrañarla desde que Bianca se perdió en el cuadro y , aún más, la extrañaba desde antes. Es que H. siempre decía que Bianca se perdía....
c) Natalia Pascuariello
Sobre la autora:
Natalia Pascuariello nació en la ciudad de Puerto Madryn, provincia del Chubut – Patagonia argentina - en 1984. Es estudiante de Periodismo y Letras en la ciudad de Trelew. Actualmente colabora en el Suplemento Cultural Tela de Rayón del Diario Jornada de la misma ciudad.