S I E S T A
Siempre venís a buscarme
a la hora de la siesta
cuando en las calles del barrio
el sol se aplasta y bosteza.
Gurises despreocupados
pachorrientos, sin problemas
nos vamos para el arroyo
con doce años a cuestas.
Flequillos desobedientes
ocultan chispas traviesas
y curiosea el ombligo
bajo la escasa remera.
Los pies descalzos contagian
la tibieza de la tierra
que en las rodillas nos prende
medallones de inocencia.
Salta un sábalo besando,
dispara una martineta
y en la cuchilla, los montes
marcan su ondeada silueta.
Los sauces adormecidos
rastrean las aguas quietas
una chicharra declara
ser dueña de la madera.
La iguana de patas chuecas
corre en la costa desierta
las margaritas silvestres
derrochan sus acuarelas.
Un cardenal nos observa
posado en la tipa vieja
sin sospechar ni él, ni yo
que vos tenías gomera.
¿Dónde escondías tu maldad?
¿En qué bolsillo la piedra?
Del cielo, como una estrella
cayó e1 avecita muerta.
Su copete: un gorro frigio
(el del escudo en la escuela)
- Es símbolo de libertad –
me había dicho la maestra.
En su capullo de plumas
un corazón de poeta
ama el derecho a la vida
odia tu honda traicionera.
En el pecho se le enciende
una roja escarapela
el tero lanza a los vientos
sus chillidos de protesta.
Con guías de mburucuyá
que me dió la enredadera
con ternura, con tristeza
le hice una tumba en la arena.
Te quise como a un hermano
con una amistad sincera
compartimos nuestra infancia
las experiencias primeras.
Hoy te descubrí cobarde
ojalá que te arrepientas,
por su dolor, por mi llanto
tendrás que tomar conciencia!
Regreso solo y no entiendo
¿cómo no te causa pena
saber que él estará ausente
la próxima primavera?
Y no vuelvas a buscarme
a la hora de la siesta
para matar inocente
al mundo le sobran guerras.
(c) Susana Goldemberg
sobre la autora:
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