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Estás aquí:  Inicio >>  Cuentos, poemas, relatos >>  Poemas por Dionisio Vivanco
 
Poemas por Dionisio Vivanco
 

Dionisio Vivanco
Poemas del libro Oscuraclaridad
Selección

 

Yo soy Caín,

soy el hombre,
soy el hermano del muerto,
el que trata de explicar lo inexplicable
con la boca llena de tierra,
con la sensación de la sangre en vano,
con el dolor de lo que está hecho
y ya no tiene remedio,
porque siempre es nunca,

y nunca

es volver a empezar.


Cometí este crimen,
en el momento
que el cerezo perdía sus flores,
la vida parece caer desde entonces
girando sobre sí misma,
hasta extraviarse en palabras
que no tienen sentido,
y se rompen de repente en mil pedazos,
como el sordo cristal
donde se refleja mi alma.


II


Yo no ultrajé el cadáver,
lo miré largamente con una sonrisa equivocada,

le robé los zapatos... es cierto,

pero también es cierto, que besé su boca lúgubre
y bajé de la montaña con los ojos agonizando,
cargado con lirios para que se marchitaran en otra parte.

Escondí su cuerpo entre las enredaderas
y revisé sus bolsillos,
con la esperanza de encontrar algo de valor,
mientras un perro ladraba desde sus entrañas
y su rostro se llenaba de oscuridad.

Sus ojos me miraban desde la muerte,

y quise huir...

huir del llanto y la confusión,
pero me quedé entre las espinas y la tierra,
entre esos esqueletos que esperaban la resurrección,
el perdón de los pecados, la absolución de sus desvelos.


XIII

Todo lo que encontré
es todo lo que perdí,
Lo que parecía tener
y se lo llevaron otros,
sin decir esta boca es mía.


Mis recuerdos se extraviaron
entre el luto y la tierra,
entre unos papeles sin remitente
que volaban húmedos y vacíos.


Nada fue mío...
ni siquiera lo que fui
o lo que podría haber sido,
y hasta mi sonrisa
se transformó en despedida


XXIII

Maté a mi hermano...
y comí en el mismo plato
que otros hombres.
Busqué el placer  de otros cuerpos,
para confundirme,  para despedirme,
para que me olvidaran
y me dejaran oscurecido y distante,
entre la bruma de una larga noche.

Grité como un loco
para tratar de despertarlo,
pero todo fue inútil,
estaba profundamente muerto
y un hilo de sangre brotaba de su boca,
como un manantial siniestro
que va dejando una huella triste
por donde caminan las hormigas.

Dije Levántate y anda
mientras degollaba un cordero,
pero él se quedó inmóvil,
envuelto en un dolor de noches
y de tiempos apolillados,
de lágrimas que van contagiando
una extraña sensación de ausencia...

que me confina en mis desvelos.


XXX

Soy el que acuchilla y el  que recibe el tajo,
y nadie grita o llora cuando me hieren.
El dolor me derriba y la angustia
me atraviesa con su filo preciso,
y su certero movimiento se mete en mi carne
como una pesadilla de garras sonoras
que matan y mueren.

Soy el verdugo y el condenado,
el que muere al momento de cometer el crimen,
Soy el culpable sacrificado,
y mi sangre se mezcla con barro y sudor,
con los orígenes y con la agonía,
con la furia y el amor,
que dormían abrazados sin darse cuenta.


Empuño la mano y parece que la vida...
toda la vida cabe en ella,
parece que el tiempo y los sueños,
el éxtasis y el desconsuelo amenazan y sonríen,
escupen y besan,

y cuando la abro de par en par,

se eleva el delirio de la resurrección y de la muerte,
envuelto en un vuelo de palomas liberadas.


XXXII

Encuéntrame...
encuéntrame porque estoy descarriado.
Olvida a los otros,
porque estoy perdido en el desierto
y no sé como volver al camino.
He perdido de vista las estrellas
y estoy a merced del viento y de la arena,
y tengo miedo y hambre, y me han negado
la sal y la levadura, la palabra y el agua.

Olvida al rebaño,
ellos caminan uno detrás del otro
mordiéndose los talones,
y aunque yo he robado y asesinado
algo grita en mi interior,
y trato de entender el movimiento de las cosas,
lo inexplicable, las flores y el mar,
las moscas y el universo.

Estoy solo y sin consuelo,
apenas sostenido por débiles hilos,
y ya casi no tengo fuerza...
encuéntrame a pesar de todo lo que he hecho.
Encuéntrame antes que sea demasiado tarde
y me rompa contra el abismo
de mis propios besos...
Búscame en la noche más oscura,
ahí estaré esperando con los brazos abiertos
y mi corazón lleno de otoño.


XXXIV


Arrojo al agua la mandíbula,
y quisiera quedarme en este lugar
donde nadie me obliga a la ternura,
me refiero a una sonrisa,
a una mirada profunda como el invierno,
porque aquí sólo hay una arquitectura de mausoleos llenos de agua,
de cornisas que caen a un mar inevitable y profundo.


Contemplo estos paisajes que encienden sus imágenes,
para que mis ojos seducidos por la lejanía,
vuelvan desde esos crepúsculos que se hunden mas allá
de los límites del tiempo y del fuego...


Es posible que nadie encuentre el arma,
la arrastra la corriente río afuera
entre quebradas y gramáticas grandilocuentes,
entre luciérnagas apagadas por los dedos de un niño,
entre girasoles amarillos que se van destiñendo poco a poco,

hasta quedar con un color estúpido


de suegra de soldado.


XXXIX

Lo que queda y lo que sobra
lo recojo con mis manos,
aunque sean restos o cenizas,
y disputo con los perros
los huesos arrojados
en los rincones de la noche.

Y en esa oscuridad
que parece que nunca volverá a despertar,
sepulto a los muertos,
y me derrumbo lentamente,
como unos labios
que besaron sin estar enamorados.


Es como si mi propia muerte
viniera a verme antes de tiempo,
y me encerrara en una ventisca
que deja sólo residuos y distancias,
mientras alguien,
oculto entre las sombras,

endulza el agua, para que nos dé más sed


XLI

Cuando no estoy duermo,
y mis sueños caen como flores,
como palabras de una oración llena de viento,
de zapatos sucios
que dejan pisadas apagadas y distantes.

Miro alrededor y no sé si volver o quedarme
entre los ciruelos, entre  los naranjos,
entre los huesos llenos de silencio,
en los que se columpia la muerte de vez en cuando.

Pero yo conozco el camino de regreso...
ese camino incierto
que se abre como mil preguntas o mil respuestas...
ese camino por el que corro,
como un perro que huye...

después de morder la mano que le dio de comer.


XLIV

En mi pecho
arde una extraña sensación
que no logro entender,
que me oscurece de pies a cabeza
y me deja a la deriva,
mientras una lluvia torrencial
cae de mis ojos sin motivo aparente.

Tal vez sea,
porque enviudé sin casarme
y nunca me detuve para mirar atrás
y no borré mis huellas,
o porque me robé los frutos
del árbol equivocado
y el fuego perpetuo
se apagó entre mis manos.

O porque,
en lo más hondo de mis abismos
llevo un dolor  que hace sangrar mi hombría,
o porque asesiné a mi hermano,
y desde entonces,
estoy condenado a ganarme
el pan con el sudor de mi muerte.

Tal vez sea, porque me enredo
en el silencio de la tarde,
en ese mismo silencio que presiento
como un sonido que no  se escucha,
que se resigna a su afonía de uvas mojadas,
de hojas que revolotean
mientras despierto entre las sombras...

confundido por la ausencia de Dios.


XLVIII


Mi mano se estrelló contra tu cráneo,
con una fuerza incontenible y perpetua.
Tu herida fue una catástrofe
que se reventó contra mi pecho.
Tu sangre manchó mi cara,
mi ropa,  mis palabras
y tus ojos llenos de cielo
se fueron apagando lentamente,
mientras te escupía y juraba
que no te volverías a levantar.

Traté de entender este turbio sacrificio,
y me puse a temblar de pies a cabeza
y la desesperanza  brotó de mi piel
desordenando las sensaciones,
las ideas, los cariños irreparables,
que parecen perderse en esa rutina,
que una y otra vez,
es interminablemente lo mismo.

Y me visto de luto y llevo flores
y me hago preguntas que anidan en mi desconcierto
y no me dan tregua,
y me dejan entre palomas y labios fatigados,
entre rastrojos, esqueletos y simetría,
entre heridas llenas de silencio
que arden en mis voluptuosidades,
mientras miro al revés la oscuridad
y me devuelvo sin que pueda evitarlo.


(c) Dionisio Vivanco
 
 
 
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