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Estás aquí:  Inicio >>  Cuentos, poemas, relatos >>  Poemas - por Norma Segades Manias
 
Poemas - por Norma Segades Manias
 

...Una aspereza tibia
de membranas sedientas y agraviadas
erizan las caricias
en la ciega intemperie de tus manos.
Ésas
con las que hiñes las harinas,
con las que anudas hebras minuciosas
y racimos de harapos.
Ésas que rozan las espaldas anchas
cuando tu hombre recuerda la ternura...

La escritora.

 

“... porque hasta el último hálito de vida

voy a aferrarme a la conciencia.”

Leticia Ricárdez (México)

 

La voz estalla en huecos de conciencia

con un gesto de espiga reclamándole al siglo sus silencios culpables.

La voz se eleva triste, sin ritmo de panfleto admonitorio

ni cadencia de muerte multiplicando coágulos

ni palabras convulsas.

La voz busca engendrarse

con semen de fogatas pulsando en la vigilia,

en el cántaro azul de una esperanza ejercida a mansalva.

La voz quiere ser clara como el agua en la lluvia o la luz en la aurora.

La voz quiere ser largamente pura.

 

Pero ella no suscribe al disimulo,

renuncia a los secretos, abdica a los disfraces, reniega de mordazas.

Entonces ya no puede consentir los dolores encrespados,

admitir los vendajes que ciegan las pupilas,

omitir la denuncia.

Entonces se apasiona,

entonces se derrama como un bálsamo tibio

entre todas las llagas rigurosas, entre todo el agravio,

entre todos los odios que invaden la intemperie cuando la vida exhibe

sus colmillos de eclipses y penumbras,

 

inventa algunas treguas tutelares,

alguna fe propicia que le encienda horizontes a pesar del espanto,

algún síntoma breve de escasas indulgencias malheridas,

un resto de plegaria agazapada

que funde otra liturgia...

Pero en el fondo sabe

que algo viene creciendo a través de la pena

que, más allá de la quietud del viento, el hambre anda en jaurías,

que tiene el corazón de pie en las coordenadas del más hondo cansancio,

que tiene el corazón sobre la furia.

 

Libro “Desde otras voces”

 

La mujer de los rezos

 

En vísperas del luto irrevocable,

cuando no hay más que desgarrar tinieblas,

cuando la sangre es un aliento inmóvil

y las lenguas de arena fugitiva

impacientan los miedos.

Cuando se quiebran voces amarillas

con la furia desnuda del silencio

y hay rumor de pestillos oxidados

y distancias

            y fiebres

            y gemidos

y garras de ceniza

han trazado una raya en los espejos,

su figura de gárgola raída

vigila los umbrales

a la luz mortecina de las velas

que consumen recuerdos

y eleva sus endechas desdentadas

desde el ritual nocturno de los rezos.

Es ella:

            la que aguarda en los rincones,

la que custodia el llanto y el destierro,

la que conoce el gesto,

            la consigna,

la pregunta final...

            y la respuesta;

la que asedia los párpados exángües

por la orilla del velo,

la que conoce el tiempo y la liturgia,

los rostros primordiales del que espera

junto al perfil menguante de la luna

y cuyo nombre no ha de revelarse

hasta que callen todas las trompetas

y ardan negros jinetes en el cielo;

la que exhuma jirones balbuceantes

para construir antiguos talismanes

que protejan las huellas...

Porque es preciso el viaje

            y el abismo

y el río que se oculta en la memoria

y el resplandor lejano de fogatas

en los ojos vacíos del barquero.

Es ella,

la nodriza,

la que mece

el último destino de los sueños,

la pálida hilandera de esta trama

donde la vida sólo es el reverso;

la testigo implacable del llamado,

la que,                     

de tanto acompañar ausencias,

es una sombra más entre las sombras...

una tallada máscara de arcilla

cobijando el asombro de los muertos.

 

Poesía inédita (nueva edición de “Mi voz a la deriva”)

 

Bogando ausencias

 

Más allá...

            más allá...

            proa al poniente...

A salvo de las aguas traicioneras,

de la furia salvaje,

            alucinada,

de la fuerza golpeando sobre el fango

como indómitos potros sediciosos

liderando manadas,

tensando cada músculo de espuma,

engendrando,

            en la huella de sus cascos,

un trueno subterráneo,

            amenazante

-sin cabestros capaces de humillarlos

a la conformidad de las amarras-

que cabalgan,

            bravíos,

            por el cauce,

excitados a muerte sus ijares

con espuelas de rabia.

Es necesario andar,

hombre y distancia,

por las viejas alturas de la costa

donde buscan refugio los silencios

de migración amarga.

Es necesario huir

bogando ausencias,

cargando,

            mansamente,

el bagaje de miedo en las espaldas

y guardar,

            por los sueños de la sangre,

la memoria furtiva de un recodo,

un harapo de luna entre los sauces,

la osadía de un trino en la llovizna,

la sombra de una garza...

mientras el llanto ardiente,

            amordazado,

mastica el desarraigo en las entrañas.

Más allá...

más allá...

sobre las grupas

salpicadas de greñas sudorosas

y lenguas erizadas,

asediados de oleajes invasores,

trepando soledades vulnerables,

en tanto

bufa el belfo persistente

contra la ruina gris de la barranca.

 

Poesía inédita (nueva edición de “Mi voz a la deriva”)

 

Canción sin cuna

 

Una aspereza tibia

de membranas sedientas y agraviadas

erizan las caricias

en la ciega intemperie de tus manos.

Ésas

con las que hiñes las harinas,

con las que anudas hebras minuciosas

y racimos de harapos.

Ésas que rozan las espaldas anchas

cuando tu hombre recuerda la ternura

y habitan las guaridas del relámpago.

El frío fija su estilete agudo

sobre el refugio de tu amor descalzo

como si aún no fuera suficiente

el bramido del río

            desmadrado,

la substancia extenuada de la yerba,

los rituales del hambre,

            el desamparo...

Como si aún no fuera suficiente

mecer antiguas nanas de mendrugos

sin reproche furtivo o cuestionario

o habitar las comarcas de la lluvia

cuando combate,

            vertical y aguda,

la pobreza del rancho.

Como si aún no fuera suficiente

sentir que hay otra vida deteniendo

las lejanas compuertas de la sangre

que recorre

por sendas incesantes,

tu estirpe de rocío,

            tu memoria,

tu arcilla amarga,

            tu dolor tallado...

Desde un tiempo de sombras y temores,

desde un tiempo de cielo agazapado,

peregrinas los días,

            las arenas,

las huellas de la luz en el ocaso

y entonas

            con murmullos desgreñados

toda la latitud de la esperanza

amamantando un sueño

            a pura luna

en el légamo azul de tu regazo.

Maternidad costera,

            dura y honda,

útero de silencio y madrugada:

por el talle anegado de las islas

va tu canción,

            sin cuna,

            navegando.

 

Poesía inédita (nueva edición de “Mi voz a la deriva”)

 

Andamios en el viento.

 

Yo edifiqué este amor.

Con fragmentos de oscuras inocencias,

con torpes esqueletos de caricias,

con harapos de sueños,

con astillas de heridas sin cerrojos,

con retazos de olvidos,

con silencios,

con este terco corazón obrero

enhebrando

            una a una

            las miradas

hasta llegar al beso.

 

Yo edifiqué este amor.

Me desollé las manos

            y el alma

            para hacerlo.

Desgarré la agonía de mis pieles

en el seco perfil de tus misterios,

en tu salvaje lluvia de raíces,

en tu escasa ternura,

en la eterna aspereza de tus miedos,

en el rencor marchito de tu zarza,

en la estirpe indomable de tus fuegos.

 

Yo edifiqué este amor.

Establecí mi sumisión descalza

como piedra y cimiento,

lo parí con la fuerza de la tierra

en la orilla de enero,

lo afirmé como hiedra a tus murallas

de aguijones sin tiempo...

y lo sostengo

            a pura garra y dientes

entre racimos de cuchillos negros.

 

Libro “El amor sin mordazas”

 

(c) Norma Segades Manias

 

 
 
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