Era un hombre erróneo. Le dieron cinco tiros y seguía caminando como si tal cosa. No iba por la mitad de la vida ni se encontraba a mitad de camino; había dejado el vicio y el gusto por el perdigóna la hora de la liebre y el gallinazo en la lagunita.
Le había encontrado el alma sucia a todas las cosas y mascando una rama seca, olfateaba ese olor a la putrefacción que para unos pocos tiene el mundo cuando se siente arrinconado ante la mirada que lo ausculta todo.
Pero tuvo tiempo para allegarse a la mujer que bebìa sola en un cafè, rendirse a sus pies, lograr que lo mirase antes de que ella aspirase un cigarro y después, algo después voltearse de lado, dejar que todos los transeúntes que oteaban el mesón y sus mesitas lo viesen convertido en un charco de sangre empezando a ser flor.
(c) Damián Vertiz
Damián Vertiz nació en Palermo Viejo. Es licenciado en letras y actualmente ejerce la docencia en el ciclo polimodal, Provincia de Buenos Aires. |