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Estás aquí:  Inicio >>  Cuentos, poemas, relatos >>  El Liguria en Puerto Fuentes por Samuel White
 
El Liguria en Puerto Fuentes por Samuel White
 

"...El Liguria (1)se balancea en la cala y la profundidad no supera los dos metros. Se puede adentrar uno caminando hasta treinta metros de él mirándose los pies. El Liguria se balancea. Lo miro como se mira la mujer que soñaste mucho tiempo y desde ayer es tuya. Le miro la panza como miro a contraluz a las mujeres que saltan de la cama al baño con esa ligereza que sólo denuncia pudor..."

El Liguria en Puerto Fuentes

 

- ¿Ha visto usted pescar a los monos?

- ¿Cangrejos

- Si.

- Los he visto varias veces especialmente en Java.

- ¡Vaya!... ¡Y yo que creía que le contaba a usted una novedad extraordinaria!

 

Noches y noches de vaguedad. No aquella del filósofo inglés (2)sino la sensación poderosa de estar incubando el desierto. Me explico ¿no? Y sentado en cubierta pelando naranjas y limones para hacer dulce en una molicie aplicada o atenta a los gorgoteos pegajosos del dulce me daba a sentir físicamente el avance la desertificación comenzada años atrás cuando los poemas se fueron transformando rápidamente en miles de kilómetros en otro desierto que aún me sueña y bueno... eso tiene explicación. El viaje metaforiza perfectamente al poema y no hay lugar para las dos cosas. Pero esto.

El dulce se envasa caliente. Por una obviedad igual a aquélla por la cual la venganza es un plato que se come frío. Pero no me has dicho porque se envasa caliente me dirán. Y no les diré una mierda hasta más adelante. Alienta en esto una sola cosa. Tengo que contarte esta historia y si quiero que llegues al final alguna carne fresca algún jabón olvidado en el piso tengo que poner. Sino ninguno llega. Recogen lo que buscan o se aburren y se van.

Los ocho envases quedan alineados contra la pared y cuando llevo diez líneas las tapas comienzan a sonar. Es un sonido maravilloso el que algunos objetos realizan por nuestra causa y es maravilloso también como desenganchamos la causalidad y nos ponemos a disfrutar de esa preciosa salva de ocho taponazos en la noche que es un mar de aceite. Apenas el sonido de los neumáticos de un auto que frena en la bocacalle y se suma sin romper. Hechizado. Hace media hora que dejé la cama. Y hace dos horas que intenté dormir.

El sampang está cruzado a unos cien metros de la boca de la herradura. El viento del mar lo mece como mece mi cuero y lo protege de la resolana de las dos de la tarde. Fuentes mira con su cara de águila imperial hacia la punta de la herradura. Hace más de una hora que estamos así. Y puedo seguir varias más. La comunidad de lo escrito resguarda de las palabras. Todo lo escrito es garante de este silencio. Pude verlo alguna vez en otras personas de las cuales era involuntario testigo y el efecto es opuesto. ¿De qué batalla, de cuál insoluble disputa se adustaron esos rostros vueltos hacia el agua? Nada más inexacto. El rostro de cóndor cobrizo de Fuentes con sus dos bandas blancas en los parietales no puede estar más satisfecho. Puede ser que ignore que lo que me dijo hace un par de horas mientras comíamos sin pudor tres docenas de naranjas de las cuales cada cuarto de cáscara se fue adentrando en el mar. No sabe que el párrafo enfático que fue su último párrafo en esta siesta dicho casi de espaldas y después del cual sobrevino el silencio destrabó la caja china que durante un año me puso a mirar noticias y jugar el tetris sin poder otra cosa que leer diarios o e-libros y jugar al tetris.

El Liguria se balancea en la cala y la profundidad no supera los dos metros. Se puede adentrar uno caminando hasta treinta metros de él mirándose los pies. El Liguria se balancea. Lo miro como se mira la mujer que soñaste mucho tiempo y desde ayer es tuya. Le miro la panza como miro a contraluz a las mujeres que saltan de la cama al baño con esa ligereza que sólo denuncia pudor. La desnudez mirada las intimida. La mirada sobre el cuerpo las pone a temblar. Les miro la panza y sueño. Por eso apuran el paso al baño cuando deberían caminar hacia la luz recortada en el pasillo con modales persas con actitudes de gata que se estira con la lentitud de una aurora que se descorre. El Liguria se deja mecer y yo me pierdo en el espacio que tus piernas triangulan de luz y no entiendo nada.

(1)Emilio Salgari. Los náufragos del Liguria

(2)Bertrand Russell.

(c) Samuel White

Sobre el autor:

 

 

 
 
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