El grito que separo del viento
ha de convertirse en rumor para la pesadilla.
Es el rumor.
¿Agradecida al fin por tanto abismo,
qué asesino de niños jamás se oculta con su arsénico
en la hierba tremenda?
¿Cuántas esfinges me clausuran?
¿Qué hilachas de esta tripulación
de perras desposeídas ante el portal inconcluso?
¿Dónde está la hermoseada en el horror?
Es un árbol.
Un temporal la precipita de repente a la fiesta
donde debes entrar y volar y velar por tu silencio.
El oro de la antigua tierra
emerge calcinado en la fisura.
Grito en el sueño,
tal vez crezca al día anterior donde se abrieron las puertas.
La palabra inservible dice lo que debe decir.
Las mandíbulas ocultan su plato de aguijones.
¿Qué hacer con la canción ahogada en mi lastimadura?
Errante, pierdo el nombre que destruyo.
Como a un castigo los recuerdas:
acechan los colmados, verdosos devoradores.
¿He de curarme con la canción más tibia?
¿Qué haré con estos padres?
¿A quién curaré?
La clara noche tiene piedad de las tumbas.
Por aquella memoria nadie llora
o sube a ese cráneo con cenizas verdaderas.
La marchita realidad ya no refleja los mundos
donde pronuncio las sílabas intactas del derrumbe.
Déjame ir.
Es otra miseria.
Arrinconándose a las formas de tristeza,
¿qué piel sigue usurpando a la piel esta mañana?
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Vuelvo atrás
en su pálido envoltorio
con la forma de criatura que atraviesa el relámpago.
Salto en un soplo
de una marmita hambrienta a una cesta estrujada.
Allí donde ninguno ha de enfrentarse -allí donde todo-,
subirán las voluptuosas.
En ti me escucho hasta los pasos de un insecto.
Su congregada leyenda, heroica de fulguraciones,
huye por ella, inmóvil ya de espinas.
¿Y en qué profundidades la morada?
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Los objetos hablarán por sus antiguas vidas.
También son los sumisos, cautivos en los tugurios
/de la razón,
quienes advierten el brillo.
El viento atesoró manuscritos encarnados,
agujeros de mis dientes.
Entonces trágame arena amarga,
no quiero ser con tu misericordia en esta cena inapelable.
Devuélveme el hálito de tanto principio.
Sobre la faz del planeta
hubieron extendido la irrecusable figura.
Había brazos y piernas, espuma lamiendo
las sobras del banquete.
A fin de no olvidar donde la cueva,
sepultarán como reliquias
los huesos que nos cubren.
Ya están debajo y los veo.
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Las aguas amamantan la desolación del pródigo.
Miserable juego, laberinto sonámbulo,
dondequiera que estés muestra el peligro.
¿A qué virgenes reclamarían por la incurable
en medio de un fuego sin respuesta?
Flota hirviente esta flor carcomida,
y en ocasiones oigo su aletazo de niña desnuda
brotando en el jardín vampiro.Recién llegada,
mirará en los espejos de barro cuanta ruina
ya vieron otras mártires,
cuánta ruina, repitiendo, cuánta ruina.
¿Será una ofrenda esa víspera,
una andadura triunfal por las escalinatas del enigma?
La criada mira, comprueba, desconfía.
El extranjero huye con su fertilidad a separarnos.
Es el desierto.
-Siempre algo ha de morir en el desierto- me advierte
/mi rehén, mi semejante.
Sería un error recuperar el sueño de la garganta
abriéndose por fin a las lagunas de oscilante estupor,
blanquísimas como una esfinge.
Más nocturno que esta espesura,
el iris cantará en los andamios.
¿Pero qué atribulada recomiendas para acercarme, aún así?
El día siguiente vuelve fiel a aquel retrato
como al alba enemiga donde nada refleja
la llanura y los ciervos.
¿De quién esa canción de las limosnas?
Socorro.
Devástame.
Socorro.
Devástame.
Socorro.
Devástame.
Socorro.
Esta cara aborrecida rodando por los médanos
a su juicio final -a su bastardo centro-,
levanta los ojos en la fronda.
La compasión vacila por mí,
(la cara es el cuerpo contraído
a la máxima potencia.)
¿Qué grulla comerá a la zorra, entre los pastizales,
como en la fábula imperfecta, la vida?
¿Qué decir de este escalofrío?
Cantaré contra lo invisible.
Las máquinas del mundo socavarán
la pobre raíz del hombre enfermo.
Me dices que en el sueño le arrancan de cuajo los dientes,
que la sangre fue nada más que sal ardiendo, primitiva.
Hasta cuando cantas me dices.
Cierras las puertas al paso de una procesión.
El árbol del submundo está llenándose de ojos:
ojos como grietas en el tronco del acebo,
ojos-silbidos para el nacimiento de la niebla,
ojos que Todo lo Ven ,
ojos abiertos y cerrados en la circunstancia del cielo,
ojos de lenguas carnosas para el vientre de una estatua,
ojos de piedad y de renunciamiento,
ojos para consagrar el placer en mitad de la selva,
ojos de follaje perenne sobre la cruz de espinas,
ojos gargantas tragando sangre del desquicio,
ojos como criptas de rocío en cada lágrima,
ojos para articular este idioma del regreso,
ojos para guardar el instante,
ojos donde ver los teatros del tiempo,
ojos convertidos, osados, insistentes,
ojos donde ocultar el nombre, sus fusilamientos.
Las tormentas renacen aquí y nunca ritman
con la zozobra de los charcos.
¿De qué raza, de qué otra raza
franqueando las cabezas muertas hasta la edad
del tormento hechizante?
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Debajo del muelle estará el que implora
con la vegetación de la mímica del recién nacido.
¿Y cómo puede ser tan inocente?
Era cierto que caía con la forma de las revelaciones
pero sin despeñarse,
así como quien cae al aljibe de su presentimiento.
Pero ahora tampoco es la muerte.
Aún serán maravillosos los palacios encendidos.
Supe de los cimientos del jardín baldío,
de las trampas movibles, del agua que todo lo derriba.
Pero camino con la garganta filosa,
¿con mi voz del desquicio más alto
sobre los cementerios hundidos de la historia?
¿Y qué se sustrae a qué?
Díganme por qué no anochecí la tribulación y la masacre,
el encapuchado a punto de volarme la cabeza.
No fui capaz de distinguirme entre las apariencias,
de mordisquear como murciélago la tumba recién estrenada.
Pude estar segura, prisionera, transformar lo atroz
en panes verdaderos.
Entonces llego al desierto lunar de donde partes
con tu madre, tu padre, y todos sus cadáveres.
Has cosido mi plegaria de magnolia negra.
La invocación era el lugar de la injuria, no del rescate.
Después del arrabal y del gusano,
has de lamer con asco las mordazas.
Aúlla sobre el oro yacente.
Es la condenada que baja hasta nosotros.
(c) Manuel Lozano
Londres, enero de 1997
(Este texto pertenece al libro "Bizancio bajo las aguas", de Manuel Lozano, habiendo sido seleccionado e incluido en el libro de arte "La Mujer: Soledad y Violencia", editado e ilustrado por el pintor Juan Fernando Cobo A., de Colombia (Edit. "Gente con Talento", agosto de 2004) y por la Antología de Nuevas Voces Hispanoamericanas, (Ediciones "La Isla Iluminada", Barcelona, enero 2005.) Al mismo tiempo, fue presentado en las lecturas que hiciera Lozano en Edimburgo y París, durante agosto y septiembre.)
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