Silva gaélica
Dicen que ocurrió en el Dun de Forgall. Dicen que así sucedió.
Kurvenal era un bardo de humor trashumante que se ganaba la vida recorriendo los mercados y palacios mientras cantaba odas a los santos, églogas bucólicas y elegías heroicas. Un día en el castillo de Forgall, la reina Deirdre que estaba casada con el rey Conor, bajó de la torre para ver con sus propios ojos a la plebe que se había reunido en torno a la plaza para escuchar los poemas y los cantos de Kurvenal con su lira. Al ver a la reina, Kurvenal quedó paralizado por su belleza e inmediatamente perdió el don del habla. Como nada sucedía, la reina se alejó con su corte, mientras la turba daba chanzas a Kurvenal y le palmoteaban en la espalda para que recuperara la palabra Enamorado, quiso volver a ver a la reina, aún sabiendo que su corazón pertenecía al rey.
Se hizo aconsejar por los mercaderes, quienes le sugirieron que se curara con el mago Morann. Este vivía solitario en un acantilado, sobre la cima de una montaña que se elevaba frente al mar. El bardo subió la montaña y consultó al mago sobre la pena que lo aquejaba.
- Es muy peligroso lo que quieres - le dijo el Mago Morann.-Si el rey sabe lo que pretendes te ahorcará en la plaza del castillo. Dame diez monedas de oro y tráeme hojas de mandrágora, enebro y estramonio y yo haré el resto.(Un ojo de burro, pelos de lobo negro, plumas de lechuza y leche de matrona componían la otra parte de la pócima.) Kurvenal buscó durante dos días en el bosque las hojas que le había pedido Morann y regresó a la cabaña del Druida para que el mago le preparara el filtro de Amor.
- Si tomas este brebaje cada noche - le dijo el mago -podrás ver a tu amada todos los días en la forma de bruma de la mañana. Kurvenal le pagó la suma acordada a Morann y volvió al Dun de Forgall. Esa misma tarde, Kurvenal bebió del filtro y durmió placenteramente toda la noche. Al amanecer, sintió que poco a poco se desvanecía y se convertía en neblina húmeda de la mañana. Así, pudo subir hasta la ventana de la torre y colarse entre los postigos. Al ver a la reina acostada en el lecho con sus largos cabellos rubios, su camisón blanco con hermosos arambeles y una coronilla de flores en la frente, no pudo contener su ímpetu, se deslizó suavemente bajo las sábanas y yació con ella.
La reina sintió la gran alegría que embargaba su cuerpo y su corazón y junto a su amante se entregó a las emociones más sublimes y a la más completa pasión.
Más tarde, ese día.
(c) Gonzalo Bizama Muñoz
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