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Estás aquí:  Inicio >>  Cuentos, poemas, relatos >>  Imperare por Gonzalo Bizama Muñoz
 
Imperare por Gonzalo Bizama Muñoz
 

Un cuento desde Concepción, Chile

 

 Uber Allen Gipfeln                           - En todas las colinas

 Ist Ruh                             se respira quietud

 In allen Wipfeln               En cualquier copa de árbol 

 Spürest du                        difícilmente percibirás un soplo.-

 Kaum einen hauch                                         

 

                                                              Goethe

 

     

     Recuerdo de manera muy vaga las últimas acciones que emprendimos para retirarnos del espantoso bosque de Teutoburgo. Mas bien tomamos el camino que mejor nos mostró La Fortuna y con la ayuda de los Dioses Plutónicos pudimos salvar el último collado en dirección a nuestros reales al otro lado del Rhin.

      Ese día infausto, los cielos se mostraron extremadamente severos con nosotros y decretaron nuestro sacrificio.

      Bajo el indolente mando de Publio Quintilio Varo, habíamos cruzado el Weser con seis legiones, 20 000 hombres para ser exactos, hacia Germania, el país de los bárbaros queruscos. Los germanos son una Federación de distintos pueblos entre los que se encuentran los engañosos alamanos, los atroces suevos, los refinados anglos, los crueles vándalos, los astutos queruscos, los fríos sajones y muchos otros. Los germanos son menos valientes que los galos pero los superan en engaños, ardides y en el ejercicio estricto de la disciplina.

      Componen sus viandas principalmente con carnes de cerdo, vegetales agrios, quesos y leche, lo que les da gran energía y estatura. Se diferencian también de los galos porque no poseen Druidas que celebren su religión y sus Dioses Inmortales son aquellos que pueden ver, y sentir sus influencias, como son EL Sol, La Luna, El Rayo y muchos otros. No conocen mujer  sino hasta los veinte años, porque creen que se medra en estatura, fuerza y bríos, y es cosa que se puede ver porque juntos y desnudos se bañan hombres y mujeres en los ríos.

 

      Tampoco les gusta introducir el vino, por decir que los afemina y les quita arrestos para el trabajo. Blasonan sus casas con águilas y falconetes, astas de ciervos, cabezas de jabalíes y toda clase de talismanes y amuletos y su mayor orgullo es fundar sus cortijos en medio de  territorios asolados cuyos limes no divisan, cosa que los galos nunca hacen porque protegen sus villas con un soto.

     Los germanos actuaban bajo la orden de Arminio o Hermann, como le llaman ellos, un joven de la tribu de Queruscos que había servido como mercenario en nuestras legiones y siempre mostró afección hacia Roma. Sin embargo  entró en inteligencias con los suevos y los alamanos y tomó el partido de la rebelión (seditio parte). Ese día, habíamos penetrado en la profundidad del país de los queruscos, seguros iban los astados portando nuestras divisas que rezan  SPQR, consignando al Senado y el Pueblo de Roma. Fue entonces que se desató una tormenta de granizos que empantanó los carros y la vitualla sin haber alcanzado las caserías de los bárbaros. Varo se negó a instalar campamento, levantar torres y fortificar la Plaza, (movere castra) y ordenó reanudar la marcha en tan malas condiciones. Al llegar a la región de las ciénagas, enfilamos siempre al Norte, orillando el bosque de Teutoburgo entre el collado y el pantano.

     Una horda bárbara de queruscos, suevos y alamanos nos esperaban en la cima, vestidos con pellizas, zamarras y cascos alados, recibiéndonos con un griterío terrorífico que nos templó los nervios y nos erizó la piel, al tiempo que blandían sus destrales y hacían sonar las espadas contra sus escudos.

     Una lluvia de flechas se abatió sobre nosotros, y sin poder formar las cohortes en dameros por quedar estrechos entre el cerro y el pantano tuvimos que mover la guerra de forma irregular sin arte ni ordenamiento. Arremetimos hacia ellos con tan mala suerte que la lluvia había reblandecido la ladera y resbalábamos por la pendiente y nos entorpecíamos las maniobras por el poco espacio, y los caballos rodaban y los astados no podían lanzar sus pilums y azagayas por temor a herirnos a nosotros. Finalmente fuimos cediendo posiciones y pese haber batallado toda esa mañana nos arrojaron al pantano donde miles de los nuestros encontraron la muerte ya fuere ahogados o pisoteados por sus propios camaradas. Cuando la batalla  anticipiti proelio – aún no se decidía-, logré, abrirme paso entre el ala izquierda de ellos, con no más de treinta equites de la sexta legión y un Primipillus, salvé el último collado y llegamos a un calvero donde nos reconcentramos y finalmente, cruzando unas turberas logré poner distancia entre la horda y nosotros. Barzonée un día entero con mis hombres, sospechando siempre que no nos siguieran los germanos. En las márgenes del Rhin, hice matar los caballos y logramos descender el río  en una nave de alto bordo.

       Mientras huía de los germanos, por un momento me quedó la impresión de que esa raza de gigantes rubios de cabezas dolicoides venidos del Indostán, algún día imperarán en el mundo. Poseen esa voluntad de predominio, ese desprecio por la debilidad y por el vencido tan propia de los Dioses.

      Ya en el hogar, no sé que es lo que me atormenta más las pesadillas.

     Si los cadáveres de veinte mil romanos muertos en la selva germana o las fiebres vómicas que contraje en las miasmas de Teutoburgo.

     Si la gélida sonrisa de Arminio sobre aquel collado y que aún me persigue, o los destemplados gritos de Tiberio que todas las noches salen desde el Palatino, clamando:

     ¡ Varo, devuélveme mis Legiones ¡

 

Concepción, 22 de Marzo de 2004.

  (c) Gonzalo Bizama Muñoz

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