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LA QUÍMICA
Una vez, al calor de un café en el legendario Monteblanco de la Carrera Séptima de Bogotá, Manuel me había dicho que la nostalgia podía definirse como un caribe con gabardina. Ambos reímos. Él siempre reía. Yo, quizá, lo aprendí de él. Otra vez, más en serio, le hablé por teléfono a su casa para decirle que la nostalgia me acosaba y que, definitivamente, abandonaría Bogotá y me iría a vivir a la casita de retiro en Lorica. Volvió a soltar la carcajada, aquella esplendorosa carcajada, frondosa como él y como su experiencia vital.
--La nostalgia –me dijo— es un problema de orden químico-biológico–. Hay momentos en que el organismo echa de menos las sustancias que lo nutrieron en la infancia y entonces, en una operación cerebral, transforma esa ausencia en un sentimiento de evocación, de recuerdo, de añoranza. De modo, Davo –así siempre me llamó--, que debes irte a Lorica y comerte tres sancochos preparados con el bocachico de nuestro amado río Sinú, beberte una caja de Kola Román y diez guarapos de panela, degustar cinco motes de ñame con queso salado, seis platos de arroz con coco, siete batidos de níspero con leche y doce empanadas de huevo. El estómago hará que la nostalgia desaparezca.
¡Santa receta de Changó!
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EL ARBOL SAGRADO
Lo recogí una mañana en mi Willys-52 de la posguerra, mi WVM, en casa de su hermano Neftalí. Manuel y yo habíamos convenido visitar a los artesanos de San Sebastián, junto a Lorica. A la vera del camino, de carretera destapada y polvorienta, avistamos una extraña ceiba, de escasa altura, ancho tronco y ramaje disparejo.
--Es la llamada ceiba de agua –comenté.
--No –replicó él con vehemente seguridad--. Es un baobab, árbol sagrado de Senegal. En su copa habitan los ancestros de los esclavos, cumpliendo su función después de la muerte, que es la de cuidar a los vivos. No es gratuito el hecho de que la cumbia se baile en torno a los árboles y que junto a ellos se oficien las ceremonias vudú.
--¿Y cómo llegó hasta aquí?
--Transportada su semilla, Davo, en el único lugar seguro y húmedo de los barcos negreros: la vagina de una esclava. De una hermosa princesa negra que, seguramente, sospechó que hacia donde la traían no existían los baobabs.
Al continuar el camino, murmuró:
--¡Qué hermoso será morar allí algún día!
--Me cuida, ¿no?, maestro.
--Tenlo por seguro, Davo. Más de lo que puedes pensar.
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AVE FÉNIX
--El día que Delia, mi hermana, murió, le dije a Rosa: A mí no me metan en un hueco... a que me pudra. Crémenme, lleven mis cenizas a Lorica y espárzanlas sobre las aguas del río Sinú entre flotantes rosas rojas. El Sinú las llevará al mar y el mar de vuelta al África. Además, quiero encontrarme en el camino con mis ancestros llegados en las naos negreras. Pero, ente todo, quiero saludar a los parientes enfermos que fueron lanzados al mar en mitad de la travesía.
--Pero... no se nos quede allá, maestro, pues acá lo necesitamos –repliqué.
--Volveré, Davo, volveré. Pero, primero, necesito hacer ese viaje. Volveré, como nuestra sangre volvió a vengarse en el jazz y en la cumbia, en Guillén y en Candelario Obeso, en la milonga y en Luther King, en Malcolm X y en Pelé, en Celia Cruz y en tantas otras y tantos otros. Volveré a vivir en aquel baobab de Lorica. Allí me encontrarás.
(c) David Sánchez Juliao
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