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(Buenos Aires)
En el Museo Nacional de Bellas Artes el lunes 22 de noviembre se realizó la performance de Eduardo Costa La lección de Anatomía (homenaje a Rembrandt).
Así como después del impresionismo nadie vio la luz y el color del mismo modo, luego del paso del conceptualismo, la pintura tampoco fue la misma.
Junto a otros jóvenes artistas provenientes del campo de la literatura y la sociología, Eduardo Costa comenzó a actuar en el Buenos Aires de mediados de los años sesenta como creador de obras de eminente carácter conceptual. El arte de los medios fue una propuesta vanguardista que desdibujaba la figura del autor para permitir que la obra sucediese en la transmisión propia del medio de comunicación elegido. Esa actitud analítica que identificaba los distintos lugares de la creación en términos de productor, mensaje, receptor, y las situaciones que estos términos pueden atravesar, siguieron inspirando su obra hasta la actualidad.
Por un cierto azar propio de la técnica, en 1994 nacieron los objetos de pintura. Un pote de pintura acrílica dejado sin tapa en el taller, fue la evidencia de una utopía plástica hecha realidad: la pintura tenía volumen, no era preciso representarlo.
Con esta idea y material surgieron sucesivamente los limones de pintura, los pescados, las hortalizas, los retratos, vestidos y luego los monocromos geométricos. Capa sobre capa de pintura acrílica iba dando forma y volumen a verdaderos objetos cuya contradictoria esencia era la de ser hechos con pintura. El material hace a la técnica y conlleva cualidades expresivas propias. Así pues, el material –en este caso el acrílico- excede su función de medio y participa del contenido del mensaje. Que son esculturas, es evidente. Pero Costa nos propone un desplazamiento conceptual que implica abstraerlas, aislarlas, para pensarlas como pinturas volumétricas frente a la pedestre circunstancia de que, efectivamente, son pinturas porque su material es pintura. La volumetría es entonces una conquista para la práctica pictórica que la obra de Costa ofrece.
En el proceso de la realización, el artista se fascinó con la idea de reproducir no sólo el aspecto externo del objeto sino su interior. Así, la sandía contiene su carne escarlata poblada de semillas negras, los limones su pulpa, y las cabezas sus órganos. De este modo no sólo pinta lo que ve sino lo que sabe que está y no se ve. Pero la acción no termina allí: se complementa con la performance, en la que el artista nos ofrece, generosamente, su conocimiento. El rito de apertura de los frutos enfrenta al espectador con la certeza de la tautología. Al develarse el interior, Costa parece decirnos este limón es un limón. Irónicamente, decepciona las expectativas del público que se encuentra ante lo previsible. En este sentido, los que participan de la performance tácitamente comparten la ficción de que lo que está ocurriendo es la apertura de un fruto real. La ilusión de la pintura se produce una vez más. La crisis de la representación, tema que recorre el arte moderno desde el collage, pasando por el ready-made y el simulacionismo contemporáneo, encuentra en esta obra de Costa una profundidad reflexiva e intensidad poética realmente innovadora. Así, el conflicto entre ficción y representación se expone en la performance donde el artista re-actúa sus percepciones en el momento de la producción.
Si los huevos los provee la naturaleza, los representa la pintura, y ahora también los corporiza la pintura, los huevos de pintura son objetos culturales por derecho propio. Copian al objeto real, primera operación cultural y, segunda operación, están hechos de la materia que da origen a la técnica -la pintura- y su lectura cultural -la historia del arte-.
Los objetos de pintura juegan con todas las instancias propias de la pintura: la luz, el color, y la representación. Los primeros objetos de esta serie intencionalmente evadieron un aspecto fundamental de la historia de la pintura, el estilo. En su fidelidad hiperrealista que mantiene la escala original se ofrecieron como austeros frutos naturales. Actualmente, algunos interiores –como el del retrato del poeta Carter Ratcliff- exhibe una intensidad y artificialidad del color y una exasperación de la línea que cita al expresionismo.
La lección de Anatomía, en el museo -el lugar de la historia del arte-, es la representación por cita de la pintura en que Rembrandt representaba una lección de anatomía. Si en las artes visuales representar implica poner una imagen en lugar de una cosa, esto ya lo hizo el maestro holandés. Ahora Costa está poniendo sus cosas, que representan a varios objetos y a la pintura de Rembrandt en un juego de envíos y reenvíos semánticos.
En esta disección de la pintura que implica la performance, Costa inicia a los presentes en los secretos pictórico-biológicos. El artista con este ritual de evocación científica aspira a dotarnos de un método que nos permita ver lo que sabemos de los frutos y no sospechamos de la pintura. Los objetos luego se cierran, conservan su interior oculto, pero ya no es lo mismo, conocer su presencia estructura una nueva percepción que excede lo visual.
Tal vez, algún día uno de los pájaros que sobrevuelan los campos dorados de Van Gogh se detengan a picotear –como en las uvas del fresco de Zeuxis- sobre el corazón de una sandía jugosa de Costa.
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