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Estás aquí:  Inicio >>  Cuentos, poemas, relatos >>  Tres girasoles en la habitación china de Oscar Wilde por Manuel Lozano
 
Tres girasoles en la habitación china de Oscar Wilde por Manuel Lozano
 

"...En esta madriguera, como un crucificado,el hombrecillo francés
está gritándome en la puerta:"-Ni la muerte ni el sol pueden verse de frente."
¿Qué anida dentro del cedro apollillado de esa cruz?
¿No aullaba de placer ante la aurora?
Con las manos atadas, fosforado y feliz, llevo ceniza a tu tatuaje."

Ya lo sabes, ya lo habrías de saber:

en estos obstinados dominios se desmorona el llanto.

Llueve. Dócil, el letargo

sucumbe como un ruego en mi boca de esfinge.

Del otro lado del diluvio -de sus jerarquías tan crueles-

encuentras la entrada.

Se abre.

-Es del amor siempre el crimen.

Llega ataviado de extraño pasajero 

al infierno de mi melancolía-.

Parece abrirse el pétalo verdinegro, caníbal.

¿Por qué los cuerpos desmembrados

ríen doblemente al abandono?

¿Así enarbolas la herida intocable de tus padres,

enamorada y persistente en su trono de reina?

Zumba el aguijón en medio de la feria.

(El tamborilero nos mira.) 

Altas lombrices contra los hierros

prueban el agua, solísimas,

como antes del agua.

(El tamborilero nos mira.)

Aun así, duelen las hojas de estos pinos

en la hora feroz del balbuceo.

¡Tanto vuelo indiviso, tanto ayer en borrador

golpeando debajo de las tumbas!

¿Pero no lo veían tus ojos, tu esplendoroso vacío,

como vieron el triunfo de aquél que no se nombra?

Las alas se incrustan en mi espalda

con cartílagos, con sangre y con uñas. Río.

Ríes.

El pico escarba la seda oscura de todo desamparo

con aceite hirviendo de la profanación.

-Celebro mi cacería de memorias mientras duerme el testigo.

El rostro de amor fue heroico en su tragedia. Me adhiere.

Vuelve a encarnarse cada noche:

es que viene para ser reemplazado-.

Suenan las compuertas a través de los huecos de espejo

entre ruinas burlonas.

Raspa el viento desahuciado

la amarilla flor sin sosiego de los dioses,

la moradora tenaz de mi agonía. 

Ya no hay llagas para congelar en la caverna.

El último letargo se divierte en el rocío.

¿Que jinete venerable, gracioso, bruñido,

ofrece el pan de la paciencia ante el relámpago?

Parece detener de cada aroma los estigmas.

Lamo claridades, lamo intersticios.

En esta madriguera, como un crucificado,

el hombrecillo francés está gritándome en la puerta:

"-Ni la muerte ni el sol pueden verse de frente."

¿Qué anida dentro del cedro apollillado de esa cruz?

¿No aullaba de placer ante la aurora?                 

Con las manos atadas, fosforado y feliz, 

llevo ceniza a tu tatuaje.

 

 

 

© Manuel Lozano

París, Musée Gustav Moreau, 15 de septiembre de 2004 

 

 Sobre el autor:

 

 
 
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  Copyright 2003 Quaderns Digitals Todos los derechos reservados ISSN 1575-9393
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