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(Buenos Aires)
“No corresponde al príncipe, por poderoso que sea, sino únicamente al artista señalar al arte las vías que debe seguir. Lo nuevo, debemos admitirlo, parece a menudo incomprensible. Sin embargo hemos de atrevernos al riesgo de mostrar lo que es innovador, aun corriendo el riesgo de equivocarnos”. Esto declaraba Max Liebermann, presidente de la Secesión berlinesa, en 1903, en respuesta a las críticas del emperador Guillermo II que, contrario a los intentos vanguardistas del momento, propiciaba el retorno a los valores de un arte académico y moralizador.
Este conflicto de intereses ha sido un elemento históricamente recurrente entre el arte y el poder, entre príncipe y artista, entre precepto y transgresión, prudencia y audacia, estatismo y cambio. Conflicto que en la Alemania del siglo veinte resultó especialmente intenso y doloroso debido a las alternativas de libertad, anarquía y represión ideológica que se fueron dando en sucesivos momentos y en diferentes regiones de un país forzada o forzosamente devenido en Imperio.
Si a esta tensión ideológica, que acudió varias veces a la discriminación y la violencia directa sobre las producciones del arte y sus autores, unimos lo que puede considerarse el típico kunstwollen alemán hacia el dinamismo de la línea, la expresión nerviosa y el desgarramiento figurativo, la fuerza compulsiva del color y la complejidad conceptual, se comprende hasta qué punto la mayor parte de la plástica del siglo XX, aun desde los temas más cotidianos o anodinos, comunica al espectador un provocativo arrebato visual de materia y de ideas. Esto puede comprobarse en esta selección de casi cincuenta pinturas y esculturas del patrimonio de la Neue Galerie de la capital de Alemania, que nos llega en coincidencia con los festejos conmemorativos de la declaración de hermandad entre Berlín y Buenos Aires.
Es habitual que las exhibiciones dedicadas al arte alemán del siglo XX estén circunscriptas exclusivamente a un artista o a una asociación o tendencia determinadas. No sucede así en este caso. La selección berlinesa que nos visita incluye obras de artistas nacidos entre 1847 (Liebermann, pintor) y 1918 (Waldemar Grzimek, escultor) y por ello no es posible exigirle unidad de estilos o de tendencias; tampoco conforma una exposición temática o un conjunto con fuerte coherencia ideológica, más allá de la identificación de sus autores con la preeminencia de la libertad del hecho artístico sobre los condicionantes políticos del momento. Además, algunas obras son resultado de producciones juveniles –como las de Bôttcher, Blumenthalk y Heldt, hechas entre los 24 y 26 años de edad -, otras son obras de madurez o, incluso, de senectud, como el retrato de Otto Braun, que Max Liebermann pintó a los 85, disparidad que tampoco pretende ofrecer trayectorias lineales ni parábolas creativas completas. Sin embargo, el hecho de que todas las obras de esta selección hayan sido producidas entre 1929 y 1961-o sea desde el eje del período de entreguerras hasta el afianzamiento de la segunda posguerra- contribuye a trazar un panorama comprehensivo de lo que fue dable crear y ver en Alemania durante esas tres décadas tremendas transcurridas entre esperanzas y fracasos, ilusiones y desastre, destrucción y resurrección. Por eso, si bien no es habitual que una muestra itinerante se arme con esta libertad asociativa, hay que reconocer las ventajas de ese criterio, que tiene la habilidad de configurar un conjunto elocuente de testimonios íntimos que veintiocho significativos pintores y escultores de Alemania supieron dar de sí mismos y del complicado contexto histórico y cultural que les tocó vivir y registrar.
Museo Nacional de Bellas Artes
La muestra podrá visitarse de martes a viernes de 12.30 a 19.30 y sábados, domingos y feriados de 9.30 a 19.30.
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