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Dos almas, por Luis Buero
 

Cansado de tantas frustraciones amorosas, había decidido no volver a
interesarme por una mujer. Por culpa de la publicidad televisiva, las
películas condicionadas y algunos chistes verdes, me resultó imposible
enfrentar yo solo, la soledad..
Entonces, desde que Ella y Yo somos novios, encaro esta relación de pareja
de otra manera. Ella también ha sufrido mucho y si bien tenemos caracteres
totalmente opuestos, ella ha dejado que determine el curso de nuestras
vidas.

Dos almas


Por Luis Buero

Cansado de tantas frustraciones amorosas, había decidido no volver a
interesarme por una mujer. Por culpa de la publicidad televisiva, las
películas condicionadas y algunos chistes verdes, me resultó imposible
enfrentar yo solo, la soledad..
Entonces, desde que Ella y Yo somos novios, encaro esta relación de pareja
de otra manera.  Ella también ha sufrido mucho y si bien tenemos caracteres
totalmente opuestos, ella ha dejado que determine el curso de nuestras
vidas.
Sabiendo que el amor eterno dura, más o menos, dos años, o treinta meses, no más, la técnica que utilizo para que nuestra unión perdure es la del desencuentro.  Por ejemplo, un sábado la llamo por teléfono antes del
mediodía y le digo las palabras de amor más bellas que un humano pueda
imaginar.  Con aire romántico, no olvido elogiar las partes de su cuerpo que
más venero, provocándole una gran ansiedad. Luego propongo encontrarnos en la zona de Retiro, digamos, junto a la Torre de los Ingleses, entre
pajueranos y marineros.
Pero ella sabe, (sus venas y nervios lo saben), que yo no iré, que
investigaré en el mapa de la ciudad cuál es el lugar geográficamente opuesto
y desesperado, como si en realidad fuera allí donde la cité, la rastrearé
por todas partes. Quedaré desolado.
Ella, por su parte, me esperará infructuosamente en el sitio indicado, y
volverá amargada y tensa al hogar.
Otras veces le he dicho que voy a estar caminando por la avenida Rivadavia
del 4200 al 5500, entre las seis y siete de la tarde. Si quiere verme deberá
caminar en el mismo sentido o de manera inversa en ese horario. Pero como
supone que puedo haber entrado en un bar o negocio, estar sentado en un gran banco de la Plaza Lézica o recorriendo un shopping nuevo, o paseando por las galerías de José María Moreno, estará nerviosa y expectante todo el tiempo.
Ella, a su vez, me ha citado en calles sin nombre y sin número, o cortadas
tan pequeñas que ni figuran en los mapas, o frente a un barco rojo o negro
en el puerto de La Boca, o frente a cierta tumba sin flores del cementerio
de Avellaneda.
Nos hemos intentado ver en los ascensores de la firma Olivetti, en la
tribuna popular de Boca un domingo en pleno clásico, en los pasillos del
laberíntico Ministerio de Bienestar Social, en las salas de la Biblioteca
Nacional, en las escaleras de la Caja Nacional de Ahorro, frente a la Casa
Rosada un primero de mayo de aquellos en los que todavía los presidentes
convocaban a las masas, durante una peregrinación a la Basílica de Luján  y
en la estación Plaza Miserere a eso de las siete de la tarde, cuando los
hombres suben a los trenes como ovejas espantadas. Fijamos como fecha
posible para nuestra boda, el día en que vuelvan a juntarse Los Beatles.
Desde que empezamos el noviazgo, hace siete meses, solo la he visto cinco
veces, de las cuales dos son válidas y circunstanciales, pues de las otras
tres, dos fueron reuniones de familia y en la tercera hice trampa.
Pero en esas dos, en esas dos verdaderas, nos amamos hasta la locura, nos
mordimos las lágrimas y las manos, y juramos, entre besos, seguir buscándonos toda la vida.

(c) Luis Buero

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