Adolescentes obvios
Por María Brandán Aráoz
¿Usted notó cuántas cosas obvias se nos pasan a las madres de adolescentes diariamente?
¿En qué anduvo pensando como para no advertir que para la hija de dieciocho llegar a las dos o tres de la mañana a una fiesta o lugar bailable y volver a las siete es tan obvio como quedar de cama y en cama al día siguiente hasta pasado el mediodía? A quién se le ocurre pretender que una adolescente de quince arregle de nuevo su cuarto, cuando es obvio que ya hizo una vez su cama... la semana pasada; reacomodó los "nidos" en su placard el mes anterior; y es obvio que las revistas se apilan en un rincón a medida que se las va leyendo.
¿Cómo que pretende que estudie ? Si es obvio que nadie, excepto los tragas, toca los apuntes de la Facultad o repasa las materias del cuatrimestre hasta unos días antes de los parciales o pruebas finales.
¿Que su hijo se perdió durante uno o dos días sin avisar? Pero si es obvio que estaba en casa de un amigo o se quedó a dormir la mañana en lo de la abuela porque se olvidó la llave. Todas cosas obvias que cualquier persona, salvo usted que es de mausoleo, comprendería al instante. Para eso ya se tienen quince años y una (o uno) es dueño de tener su cuarto como quiere. O ya se tienen dieciocho y uno (o una) es dueño de no estudiar, ausentarse sin aviso o llegar a la madrugada. Procederes obvios que en el nuevo siglo nadie discute. Excepto usted que, por ser una mujer mayor de cuarenta, no le entran en la cabeza.
- Obviamente estás desactualizada, vieja -dice con ironía el adolescente.
¿Será cierto? Bueno si pensamos en lo que fue nuestra propia adolescencia...
Mi cuento es que una noche fuimos a bailar con mi amiga E y dos galancetes. Remontábamos los diecisiete. A las tres de la mañana, cuando "volvíamos", E descubrió que se había olvidado las llaves de su casa... en su casa.
-¡Cómo voy a despertar a los viejos!-gimió.
Le agarró tal ataque de terror, que los cuatro (galancetes incluidos) formamos un angustiado conciliábulo en la vereda.
-¿Qué hago?-nos preguntaba E, desesperada-. Si se dan cuenta de que llego a esta hora me matan.
-¿Y si te quedás a dormir en casa de ella? –arriesgó uno.
Ella estuvo de acuerdo y nuestros acompañantes nos dejaron a las dos en mi casa.
Pero el asunto también se complicaba porque entre conciliábulo y traslado ya eran pasadas las cuatro y teníamos que superar un escollo difícil. En ese entonces yo vivía en un dúplex y la escalera para llegar a los dormitorios tenía un defecto congénito (nunca sabré si mantenido por desprolijidad o con un claro propósito), los últimos escalones crujían. El dormitorio de mis padres quedaba al lado de la escalera y cada vez que crujía el escalón, mi madre se despertaba, miraba el reloj y me armaba un escándalo.
Esa noche tuvimos suerte. E y yo nos sostuvimos mutuamente y, despojadas de las plataformas, con trancos dignos de Gulliver, sorteamos los escalones peligrosos y llegamos sanas y salvas al dormitorio. Nos zambullíamos en las camas, cuando nos paralizó el sonido del teléfono. Nuestro mal presentimiento fue confirmado por Carmen, nuestra empleada doméstica.
-Llaman de la casa de E –vociferó furiosa desde la planta baja.
Por supuesto despertó a mi madre y, mientras yo me las entendía con ella, mi amiga fue temblando a atender.
Media hora después, un padre enfurecido venía a buscarla.
A nuestras incomprensivas familias no les pareció obvio que E no hubiera avisado porque se había ido a dormir a la casa de su amiga.
A nosotras si nos pareció obvia la penitencia que tuvimos (yo la ligué de rebote) y aceptamos con resignación un impasse de salidas.
Salvando las distancias, las obviedades muchas veces se pagan. Y puede suceder que una madre descubra que hay una cantidad de cosas obvias (y diarias) que también a los adolescentes se les pasan por alto.
Cuando alguien acostumbra a desaparecer sin avisar y finalmente aparece...
-Hola. Llegué. ¿Qué hay de comer, Ma?
-Nada. Nosotros ya comimos. Por la hora, obviamente pensamos que no venías.
Se olvida la llave, llega intempestivamente a casa y puede quedarse horas paseando como fiera enjaulada en la vereda. Los padres salieron a comer afuera suponiendo obviamente que estaba en casa de un amigo.
Si él o ella acostumbra a tener " nidos" en el cuarto...
-¡No me mandaron a lavar los jeans!
-No estaban en el canasto, era obvio que los tenías puestos.
¿Y si al profesor le parece obvio tomar sin aviso una evaluación? ¿Si por razones obvias en la Facultad se cambian las fechas de los parciales sin avisar? Ya no hay tiempo para aprobar la materia. ¡Si al menos se hubieran leído (cual traga) todos los apuntes...!
Los métodos han cambiado y puede que las madres estemos desactualizadas, que no haga falta enfurecerse y que todas condenemos el autoritarismo. Aún así, muchas actitudes obvias tendrán malas consecuencias. Y quizá los adolescentes terminen por comprender que en el siglo XXI, cuando ellos van... nosotras ya estamos de vuelta. ¡Es obvio!
© María Brandán Aráoz- escritora argentina
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