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La gran tentación de todo cuarentón es tener un romance con una chica que tenga entre 21 y 26 años de edad. Ese "volver a los 17" como diría Violeta Parra, marcha sobre rieles hasta que ella le avisa que él es el hombre de su vida seis días a la semana, porque los viernes... "¡ella se va a bailar sola con sus amigas!". "¿Por qué a bailar?¿ no pueden ir a cenar, al cine, al teatro, a un recital, a una exposición de arte?" le pregunta el atribulado caballero, y rápidamente le describe algo obvio: que en los boliches van los tipos a levantarse minas y que estando bebidos o tal vez "fumados" es absolutamente probable que uno o más de uno se le tire un lance de manera obscena o agresiva. Pero ella lo mira como si él le hablara del sexo de los ángeles. El varón entra en pánico y lejos de apelar a la experiencia, que siempre nos enseña que el agua del río no se detiene aunque le metamos nuestro pie, enfrenta el discurso de la jovencita con planteos sobre la Etica totalmente inútiles, ya que esa decisión ella se la ha planteado como algo instituido, igual que los viajes de egresados de estudiantes, el show de streappers en las despedidas de solteras, la ingestión de pizza después de ver una película en un cine de Lavalle y la jura de la bandera cada 20 de junio. Pensando que su razonamiento está obnubilado por la edad, consulta a los machos más jóvenes de la especie, y descubre en ellos los mismos ataques de celos o incomodidad ante esta costumbre de las minas, que parece atacarlas a los 16 y les dura hasta cerca de los 30. Ellas aseguran no hacerlo con la intención de "transarse" otro flaco, sino para divertirse. Si van solas, afirman, pueden bailar más sueltas y hasta hacerse las payasas, "bardear" a todo el mundo, beber de más, y sentir la libertad de acceder a cierta cuota de descontrol que con el novio presente sería imposible. Incluso varias chicas confiesan "producirse más" y ponerse "más provocativas" cuando van solas a las "disco", total, si algún chico se les viene encima le dicen que tienen novio y listo. Aunque, claro, si el pibe está bueno, a lo mejor danzan un poco y algún piquito le dan. Hombres atormentados, con la excusa de que pasaban por casualidad, se aparecen de golpe en el boliche a la tres de la mañana, para ver qué están haciendo sus novias, pero este tipo de actitudes o intentar que ellas corten estas salidas puede significar el fin de la pareja. Allí es cuando el varón comprende que la mujer copió de él sus dos grandes defectos milenarios: inmadurez y egocentrismo. Y ante la brutalidad de presenciar su propia imagen interior reflejada duramente en el espejo de la histeria femenina, no le queda otra opción que ser un potus. Ni estar a favor ni oponerse, ser un potus, inmóvil, mudo, y esperar que a ella se le pase. Y si la chica cumplió los 30 y no crece, al menos, rogar que lo riegue un poco todas las mañanas.
(c) Luis Buero
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