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ARCHIVOS DEL SUR
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Cuentos y relatos y un poema |
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Se incluyen cuentos y relatos de: Fernando Sorrentino, Ernesto Bollini, un poema de Fernando Luis Pérez Poza (desde Pontevedra, España) |
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La fórmula mágica
(c)Fernando Sorrentino
El sábado a la noche soñé con un hechicero. Estaba vestido como los hechiceros de los cuentos, con una túnica negra y un altísimo bonete puntiagudo. La túnica y el bonete estaban estampados con muchas medias lunas y estrellas plateadas. El hechicero era muy flaco, muy viejo, y tenía nariz muy huesuda y una barba muy larga y muy blanca. Pero lo importante es que, en sueños, me reveló los componentes de la fórmula mágica de la invisibilidad. Se ve que tengo estos sueños porque mi papá es farmacéutico, y yo estoy acostumbrado a las fórmulas.
Apenas me desperté, anoté todo en un papel y fui a buscar a mi amigo Marcelo, ya que quería compartir la experiencia con él. Nos encerramos en el laboratorio de la trastienda y pusimos en acción un ejército de tubos, probetas y alquitaras, y de unos a otros pasábamos ácidos y polvos y otras porquerías que allí abundaban y que no sé para qué pueden servir. Estábamos entusiasmados y en realidad ya no seguíamos la fórmula del hechicero y más bien nos dejábamos llevar por nuestra propia iniciativa, que consistía siempre en agregar más y más ingredientes, hasta que llenamos por completo un frasco enorme con un líquido negro, espeso, hirviente. Marcelo revolvió todo con una cuchara de madera y pasó una cantidad del líquido a un tubo de vidrio.
Entonces traje a mi perrito Lucas y, como se resistía de mil modos, tuve que obligarlo: le sujeté con fuerza el hocico y le hice tragar el contenido íntegro del tubo. El vidrio quemaba entre mis dedos y Lucas abría muy grandes los ojos. Cuando lo solté, el perro hizo una cosa rara, como una serie de toses o estornudos, y se quedó quieto, respirando apenas. Durante más de una hora Marcelo y yo lo observamos con atención, pero no ocurrió nada notable.
—Esta fórmula no sirve para perros —dije, al comprobar que Lucas había muerto.
—Bueno —contestó Marcelo—. Veamos si la fórmula del hechicero es buena para nosotros.
Volvimos a llenar el tubito dos veces y, primero yo, luego él, nos bebimos una buena porción de ese líquido negro y humeante. Por momentos parecía jarabe para la tos, por momentos parecía azufre o pólvora. Marcelo, como Lucas, se ahogó un poco y estornudó varias veces seguidas, pero a mí, en cambio, se me inundaron de lágrimas los ojos y sentí una llamarada de calor en la cara y en el estómago.
Con toda paciencia, esperamos una hora, y luego otra y otra hora. Como vimos que no nos sucedía nada, nos sentamos a mirar televisión y tuvimos que admitir que el hechicero se había burlado miserablemente de nosotros.
Sobre el autor:
Fernando Sorrentino nació en Buenos Aires en noviembre de 1942. Es profesor en Letras y escritor.
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La habitación de arriba
© Ernesto D. Bollini
-Siempre lo mismo – dijo Mamá Emilse.-Todos los días la misma historia.
Parecía indignada, pero en el fondo de sus ojos ya no brillaba ningún destello de ira.
-Llega y sube, eso es todo. Agregó Guadi . -Llega y se encierra allá arriba. Y nosotras,
como si no existiéramos.
-Y ni se nos ocurra golpearle la puerta, ¿No? Total, Mami siempre aguanta, aguanta lo
que venga. Para eso estamos.
Guadi acercó la silla a la de su madre, junto a la ventana, y la abrazó. Una lágrima rodó por
la mejilla de ambas.
-Tan solas, siempre tan solas para todo, querida hija.
-Y pensar que lo cuidamos tanto cuando pasó lo de la enfermedad ¿no.?... Así nos paga.
-¿Te acordás, Guadi, cómo rezábamos por esos días? Todavía me parece verte, arrodillada
en la alfombra, frente a la imagen de Santa Rita... Y lo imposible ocurrió.
-Sí, repuso Guadi. -A Dios gracias. Pero él, como si nada.
-Hay que entenderlo, querida. Está muy tenso. El trabajo, las deudas, tantas obligaciones.
No lo forcemos. Ya cambiarán las cosas.
-Vos siempre tan condescendiente con él, Mami, por eso se aprovecha. Como cuando éramos chicos, ¿Te acordás? Siempre se sentía mal, siempre estaba enfermo, y faltaba al cole a piacere. En cambio yo, que ni se me ocurriera fingirme resfriada, ni los sábados me dejabas faltar a gimnasia. Te acordás, ¿no?
-Pero él siempre fue débil, sufrió tanto en la vida...Vos sos otra cosa, mi hija legítima, en cambio él...Entendélo, pobre.
-¿Y para Reyes.? ¿Alguna vez me trajeron lo que yo pedía.? Todos los años la misma muñeca.Pero a él, bastaba que lagrimeara un poco para que le pusieran el mundo a los pies.
Una densa llovizna comenzó a caer afuera. El cielo se había puesto de un tono metálico,triste. La tormenta parecía inminente.
- A él - dijo Mamá Emilse, casi en un suspiro—lo afectó muchísimo lo de Papi, pobre ángel.
- Papi, Papi...Te advertí mil veces que no volvieras a llamarlo así.No se lo merece. Y muy bien está donde está...¡Papi.!
- Bueno,Mamá Emilse apuntaba con el dedo, señalando la habitación de arriba. - Al menos,algo importante nos dejó antes de irse.
- Sí, muy importante, imaginate...No lo vemos nunca. El portazo de llegada...¡Pum!...Ni nos saluda...El portazo de su habitación...¡Pum!...Y buenas noches Bariloche...
- Pero está, nosotras sabemos que está. A veces pienso...¿Qué sería de nosotras si él no estuviera?
Digo, ¿a quién dedicaríamos tanto afecto, tanto cariño.? Yo creo que me volvería...
- Y yo también, Mami, la interrumpió su hija. -Yo también. Protesto, pero vos sabés cuánto lo quiero.
- Con lo que nos hizo renegar, porque no es ningún santo. Disgusto tras disgusto. Pero las madres estamos para eso, Guadi, andá sabiéndolo. Para sufrir y resignarnos.
La casa en sombras parecía palpitar con las voces femeninas. El color de las cosas era, a la vez, desdibujado y violento. Una sensación indefinida, acaso de angustia, se filtraba con la oscuridad en el alma de las dos mujeres. Ahora, en el opaco silencio, un viejo reloj de péndulo dejaba escapar el sonido de sus campanadas. Once. Tiempo de dormir.
- Martes, Mamá,--Susurró Guadi—Te toca a vos.
- ¡Ay, querida.! Con esta humedad me duelen tanto los huesos...¿No podrías ir vos?
- ¡Mamá.! ¿No dijimos Martes, Jueves y Domingo? Le reprochó Guadi.- A mí me corresponden los demás días, y son cuatro.
- Sí, pero hoy, no sé...No me siento con ganas...¿Vas? Tomalo como una orden de tu madre.
- A él jamás le ordenaste nada, ni siquiera le pediste nada. Nunca.Y así estamos. Siempre la misma historia. Esto no cambia más.
Guadi comenzó a subir, rezongando entre dientes, los veinticuatro escalones. Doce, rellano, giro a la derecha, doce. Los contó, como de costumbre. Los primeros doce, en inglés. El resto, en castellano. En el descanso, dos Avemarías, a toda velocidad, casi sin modular las palabras. Llegó al pasillo. Sus pasos resonaron en la planta baja, donde Mamá Emilse ya
tenía el rosario entre los dedos. Sesenta cuentas de oro. De oro dieciocho quilates. Tres golpes en la puerta. Uno, dos, tres. Tres golpes que se perdieron, como todas las noches,
entre las cuatro paredes de la habitación vacía.
Sobre el autor:
Ernesto D. Bollini nació en Londres en 1959. Se naturalizó argentino. Es farmacéutico egresado de la Universidad de Buenos Aires. Vive en Buenos Aires, Argentina.
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Así eres tú, compañera
(c) Fernando Luis Pérez Poza
1
Nube blanca o estrella nueva
en un cielo largo de verano,
así eres tú, compañera,
suave como la luz tierna
de un corazón bordado
con el hilo azul de la dulzura,
marea de sueños transparentes
e íntimos tesoros
que sólo la caricia fértil de unas manos
se atreve a poner al descubierto.
2
Tu piel es una tregua infinita
donde hierven sin límite todas las ansias,
un horizonte limpio
que descorre las cortinas del alma
y envuelve en papel de seda
esta negra soledad de náufrago.
3
En tu sonrisa de cometa alegre
madura la luz,
vuelan pájaros de espuma y frenesí
y arde el tuétano del aire
como la paja seca de un granero
en mitad de un rojo incendio.
Tu llanto es un cuchillo
que rasga la médula del tiempo,
un loco polvorín de voces tristes
que me invade sin freno
hasta el fondo de los huesos.
4
Ven y llena mi taza de fuego,
corta la espina del rosal amargo
donde se ocultan las penas.
Derrite este círculo de nieve
que corre helado por las venas
y no sabe en qué abismo infinito
esconde el destino
su agria sentencia de muerte.
5
Házme volar en tus relámpagos
hasta dejar atrás el cielo.
Pérmiteme que sea
una gaviota blanca en tu cerebro
para que pueda abrir mis alas dentro
y surcar las olas destiladas
de tu océano secreto.
6
Así eres tú, compañera,
un suspiro de acróbata en el filo del silencio,
un delirio de luz que vuelca sus enigmas
en el balcón abierto
de sus ojos llenos de agua clara.
Así eres tú, compañera.
Así, de esta manera
que yo te digo y te imagino,
una nube blanca o una estrella nueva
que se mueve en círculos abiertos
por el hueco vacío de mi almohada.
7
Un velo de abriles nuevos
bordado con finos hilos de deseo
te cubre el rostro,
es un retal hermoso de seda
que viste de tules la noche
e inunda el alma de ciegas pasiones.
Es una fiebre de junio,
una rosa de adolescencia
que huele a primavera intacta
y estrena aromas de coral y terciopelo.
8
Eres hilo que enhebra los retales
del que fui, del que soy, del que seré,
una ola abierta
en la marea ardiente del atardecer
que trepa a la arena de mis costas.
Eres lluvia que fertiliza el alma
y fermenta la ternura de mis dedos
como si fuera levadura eterna
que el infinito siembra en la piel.
Eres un mar profundo y definitivo
lleno de juegos malabares
que devora el agua de mis ríos
y ahoga en el azul todas las penas.
9
Vuela libre, compañera,
y surca el cielo,
vive esta aventura breve
que el tiempo te regala,
disfruta de la vida y explora tu destino,
descubre el horizonte transparente
de toda la ternura de los siglos.
10
Siembra de alegría el aire,
a veces tan vacío o carente de sentido,
y aprecia el valor irrepetible de las cosas,
y a pesar de que el tiempo desnudo y sin careta
es un pozo amargo y profundo
donde sólo florecen los árboles de la muerte,
derrámate sobre mi almohada como un sueño
y dale algunas pinceladas de color
a esta vida que pasa a la deriva
como un velero que se va a pique
sin que nadie detenga su agonía.
11
Eres uva en la cepa de mis versos,
racimo egregio que crece en la parra
de los sentimientos
y abre territorios fértiles
de ternuras audaces
en el ritmo frenético de las palabras.
Eres fiebre cálida,
loca precisión de ola salvaje
que se ajusta a la cadera
y se apodera de la médula
con sus golpes de espuma acumulada
y sonrisas derretidas de sirena.
12
Tú, esperanza alada
donde confluyen todos los ríos
arteriales del pensamiento,
eres luna de círculo completo,
grito de estrellas blancas
acampadas en los surcos
más azules de las venas,
eres flor de cumbres imantadas
que inunda de polen
y vuelos de mariposas blancas
la amarga raíz cuadrada del mañana.
13
Vuela, compañera,
como un pájaro que tiembla y que palpita
en el azul del aire,
como un verso que estalla en el oído
el carnaval florido de sus haces.
Vuela, compañera,
como un viento tranquilo
que besa
las hojas secas y amarillas de mi otoño.
Vuela, compañera, vuela,
que el cielo pertenece al infinito
y la ternura carece de fronteras.
Sobre el autor:
Fernando Luis Pérez Poza, poeta y escritor, vive en Pontevedra. España.
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