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Pedro era un buen titiritero que quería mucho a sus títeres y los cuidaba con cariño. Ese día, al guardarlos en el bolso después de la función, se dió cuenta que necesitaban un buen baño porque estaban bastante sucios. De inmediato desató la atadura que unía la cabeza con el camisolín que armaba los cuerpos y se los dió a su ayudante, un muchacho un poco tonto y distríado, para que los lavara y planchara y volviera a armar los títeres para la próxima función. Joselín, el ayudante, se sintió muy importante con la tarea que le había encomendado su maestro y dejó los camisolines tan limpitos y planchados que parecían nuevos. Después se dedicó a sujetarlos a las cabezas, pero cuando lo estaba haciendo como era su costumbre se distrajo pensando en miles de otras cosas: que si el domingo era un lindo día, después de la función podría dedicarse a jugar a la pelota, que probablemente estaría en la plaza el vendedor de manzanas acarameladas que le gustaban tanto..... y también ese grupo de chicas tan bonitas que aparecían cada domingo y se reían mirándolo con picardía. Terminó el trabajo, los guardó en la bolsa, la cerró y allí quedaron los personajes hasta el momento de la función. Ese domingo los chicos del público estaban impacientes y los obligaron a apurarse en el armado del teatrito y comienzo del espectáculo. Joselín alcanzaba los muñecos a medida que el titiritero los necesitaba, pero apenas comenzada la función se produjo el desastre: todos los chicos se reían como locos, silbaban y hacían tal barullo que era imposible continuar. Pedro no entendía qué pasaba hasta que miró a sus muñecos y allí lo descubrió: el elefante tenía el camisolín con las alas de la abeja, que a su vez lucía la hermosa cola del caballo y éste mostraba la gordura y la colita del chanchito. ¿Cosas del distrído de Joselín? Por suerte, como buen titiritero, Pedro supo salvar la situación: sacó la cabeza por sobre el frontón y riéndose él también enfrentó a los chicos explicándoles que como era un mago había transformado a los personajes para que ellos no los reconocieran pero que enseguida los volvería a su verdadera forma. Mientras él hablaba, adentro del teatro Joselín, temblando, cambiaba el vestuario a sus auténticos dueños. Todo se arregló y de ahí en más la función transcurrió como siempre. Al terminar, Pedro buscó a Joselín. Estaba hecho un ovillito, más chiquito que nunca, esperando la merecida reprimenda del maestro. Pero se equivocó, Pedro le palmeó la espalda y le dijo: -Gracias, muchacho!! Me has dado una idea genial. Voy a escribir una obra en la que invente personajes combinados, puede ser muy divertido. Joselín dió un suspiro de alivio pero se prometió prestar más atención en adelante, no fuera a suceder que cuando el titiritero necesitara los títeres combinado, él los armara bien y el maestro esa vez no estuviera de tan buen humor.
(c) Sarah Bianchi
Sarah Bianchi es dramaturga, titiritera, profesora de letras. Fue distinguida como Ciudadana Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires por la Legislatura porteña en 2003. |
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