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Por los lados de Helsinki
por Luis Sedgwick Báez
a Leena Kurko, in situ.
a Pauli Makela, en la distancia geográfica.
(Caracas)
Para el ojo avizor, y a simple vista, los nombres de las calles podrían asomar confusos. Es que el sueco representa el segundo idioma oficial de Finlandia y los nombres aparecen en ambos idiomas. Incluso en Helsinki existe un Teatro Sueco con representaciones en esa lengua. Durante siglos, primero bajo la égida sueca, luego la rusa , Finlandia siempre llevó consigo una personalidad propia. (Recién en 1917 obtuvo su independencia). Es el país más civilizado que he conocido hasta ahora, quizás debido a su escasa inmigración. Esta particularidad le ha permitido aferrarse a una innata y visceral genuflexión a la ley y al orden, un sabio respeto al conciudadano y a la naturaleza. Tal vez este apego a ultranza los incline a que su fuero interno sea un torbellino de emociones que se canaliza de distintas formas, la más obvia, desahogándose en la bebida ( desde muy tempranas horas) y (en casos extremos) , en el suicidio.
Se habla mucho de la soledad que embarga al lugareño pero creo que se trata más bien de una condición existencial, consustanciada con el clima, su cultura e idiosincracia. No diría que son gregarios, más bien parcos en el hablar, con sus prolongados silencios pletóricos de significado, de sentimiento, humor y tragedia, distantes en aflorar sus emociones, generosos con el invitado, amables en su trato. Algunos agradecen al director de cine Aki Kaurismaki en haber logrado transmitir, a través de sus films, el alma del finés al exterior. Tuve oportunidad de compartir con ellos en sus casas y nunca me sentí turista, actuaban como cualquier hijo del vecino. Tímidos por antonomasia , alguien debe de romper el hielo. La mayor parte habla inglés, la comunicación se hace por lo tanto más fluida. Su idioma es difícil de retener al oído.
A fines de septiembre el viento soplaba a ratos con ímpetu, el cielo era de un constante gris, la llovizna errática pero en los días de sol uno comprende cómo el nativo le rinde culto a la luz: toda la ciudad adopta otro cariz.
El agua, elemento simbiótico con el habitante, puede apreciarse por doquier: en sus fuentes, en los lagos de sus parques, en sus canales, sus bahías, en su mar. El puerto, desde donde parten cruceros hacia sus países vecinos, semeja más bien un pulcro malecón, con su mercado variopinto, los turistas detrás de las artesanías y las pieles, ferrys que en hora y media , atravesando la bahía de Finlandia, llegan hasta Tallin, la capital de Estonia y lanchas que circunavegan las islas en la periferia. "Es mi lugar favorito de Helsinki" me decía la dependiente de un supermercado cuando le comenté que había regresado de la isla de Suomennlina, un antiguo fortín militar, con una comunidad bohemia y solaz para el visitante que se pasea por sus espacios verdes, rústicos, con la brisa del oleaje en el promontorio occidental de su península. El islote de Harakka, a minutos de distancia de tierra firme ( en invierno el agua se congela y se cruza a pie) , es un refugio de artistas donde cada uno tiene asignado un espacio, utilizando un antiguo edificio que fungía como centro de investigación científica.. El día acordado, en una mañana de sol, Merja Winquist - que preparaba una exposición en Brujas- nos esperaba en el muelle. Recorrimos con ella parte de la isla, salpicada con exposiciones colectivas al aire libre, mostrándonos luego su obra y los artículos que sobre ella han aparecido en revistas de arte, diseño industrial y periódicos.
Fundada el 16 de junio de 1550 por el rey sueco Gustav Vasa, Helsinki es una de las benjaminas de las capitales europeas. Es relativamente pequeña, con más de medio millón de habitantes, espaciosa, abrigando un óptimo sistema de transporte, una vida cultural intensa y variada y dotada de una extraordinaria imaginación para el diseño gráfico, funcional y arquitectónico. Por ser su geografía un tanto monótona, la arquitectura rompe el molde de su estética visual creando un entorno de agradable sensibilidad. Helsinki es sobria en apariencia, pausada en sus movimientos, emotiva en su intimidad, quizás siguiendo los patrones de sus coterráneos nórdicos, escandinavos y rusos. De tanto en tanto alguna bulla por aquí, estridencias en la calle acullá, no son más que manifestaciones de su comportamiento etílico, una característica marcada en la población.
La ciudad duerme temprano y después de cierta hora pocos transeúntes circulan por las calles, replegándose en sus casas o en otros sitios nocturnos. Uno que otro restorán de moda, como el ubicado en la calle Korkeavuorenkatu, abren sus puertas hasta la medianoche y sólo aceptaban comensales, debido a la larga lista de espera, pasadas las diez de la noche, como me ocurrió a mí en aquél día. Los museos se destacan más por sus exposiciones individuales - plenos de eclecticismo e imaginación - como las vistas en el Museo de Arte Contemporáneo-Kiasma o en la Galería de Arte Nacional-Atheneum, que por sus colecciones permanentes que representan una suerte de patrimonio cultural: paisajistas, retratistas, escultores, unos de inclinación académica y convencional, otros de trazo más individual.
Un punto de encuentro y de fácil acceso y ubicado en el centro de Helsinki, (Mannerheimentie y Aleksanterinkatu), es debajo del reloj de Stockman. Esta tienda por departamentos - una de las más grandes de Europa- ocupa toda una manzana y prácticamente siempre alguien por la ciudad carga una bolsa con su distintivo verde y blanco. El subsuelo es una tentación para el gourmet y gourmand.
Los japoneses -esos frenéticos viajeros que deben de captar todo en foto y video pues sus vacaciones son exiguas en el tiempo de disfrute- adoran "Temppeliaukio", la iglesia subterránea construida bajo roca. Otros prefieren "Uspenki" la iglesia ortodoxa encima de una colina o la enorme Catedral Luterana de fachada blanca, en la plaza del Senado.
Existen amplias y espaciosas avenidas: Esplanadi, Bulevardi, con sus cafés tradicionales y decimonónicos ("Ekberg"), parques (Kaivopuisto, Kaisanien, Hesperianpuisto) , mercados cerrados como el de Hakaniementori, con sus estantes de embutidos y quesos, pescados y aves, frutas y miel, libros, ropa y artesanía. Salvo en las grandes avenidas, las calles se sienten huérfanas de transeúntes. Para el curioso visitante, tal particularidad le permite desplazarse a sus anchas y con ritmo pausado, observando vitrinas y sitios sin obstáculo. Eerikinkatu, se ofrece como una calle para todos los gustos: boutiques elegantes, cines ("Orion", la cinemateca de Helsinki), bares con billares y rockolas estilo años 50-60 ("Moskva" de estilo retro-soviético y "Corona", ambos propiedad de los hermanos Kaurismaki), restoranes, librerías y anticuarios.
Mannerheimintie es una avenida curvácea, y me puse como tarea recorrerla pues abarca una parte del espectro de cotidianeidad para el lugareño y visitante: tiendas, salas de cine, restoranes, sitios de comida rápida, parques, negocios, museos, ópera. La estación de trenes, que data de 1914, es de Eliel Saarinen (padre de Eero) ; el centro cultural Finlandia es de Alvar Aalto que fundó la firma Artek en 1935 que aún fabrica sus diseños; todos ellos nombres ilustres en el mundo de la arquitectura; y el Kiasma, en estilo postmoderno, es del norteamericano Stephen Holl (siempre hubiese pensado que escogerían a un finlandés!).
Los suburbios de Helsinki, unidos a la capital por espléndidas autopistas, con autobuses y trenes que llegan a la hora prefijada, se convierten en ciudades-jardín, como Espoo y Tapiola, donde tuve la ocasión de asistir a una exposición colectiva de arte y luego invitado donde unos artistas (Liisa Hamarila y su esposo Jessu ) con una cena a base de salmón, carne de reno y salsa de zarza., especialidades de la gastronomía de Finlandia. Algunos tienen sus casas de campo por estas zonas - con su indispensable sauna- otros viven allí todo el año, desplazándose a la capital por trabajo.
(c) Luis Sedgwick Báez
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