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(Caracas) Luis Sedwick Báez
(Caracas) Luis Sedwick Báez
El escritor español Azorín consideraba al cine como un acto de meditación y bajo esta premisa viajaremos, durante los próximos minutos, por algunos ríos, unos calmos, otros turbulentos, en una suerte de aventura cinematográfica y apoyándonos en la máxima latina que indica que el azar favorece al aventurero, observaremos y analizaremos qué encontraremos en esta travesía virtual. Los carentes de imaginación favor de abstenerse de viajar.
El río representa a la memoria y a la emoción, ha sido cantado por poetas líricos, plasmado en la literatura , en la geografía , en la historia y el cine. El río podría asumirse también como una metáfora como para indicar límites, divisiones y obstáculos. El film “Río Rojo” de Howard Hawks no es más que una lucha contra los obstáculos - de cualquier tipo- que enfrenta el hombre. Los ríos son también una realidad tangible, que lo diga el pintor Auguste Morisot quien navegó por los raudales del Orinoco para estudiar la diversidad geográfica y étnica de la región. “El río me atrae”, escribía Morisot en su diario desde Ciudad Bolívar el 11 de abril de 1886 “sin saber cómo me encuentro siempre en su orilla”. Algún cineasta nuestro debería de inspirarse en la odisea de Morisot, así como lo hizo Luis Armando Roche sobre Humboldt y Bompland en “Aire Libre”, uno de los films que la vecina Cinemateca exhibe bajo el rótulo “Visiones del río”.
Los ríos tienen su particular nicho en el panteón de la mitología; que lo diga Dante cuando incluyó al río Aqueronte, el primero de los ríos del Infierno, río que fue también mencionado por Virgilio en “La Eneida” y Homero en “La Odisea”; o el sagrado Ganges, el río que funge como madre benevolente y fértil en la épica del Maharabata. Decía un periodista que “quizás una de las razones del por qué la gente se identifica con los ríos desde época inmemorial y por qué se los considera como sagrados es porque los ríos son la perfecta metáfora de nuestras vidas”. Así pensaba Louis Malle, el director francés, cuando realizó el documental sobre el río Ganges dentro de un enfoque religioso y sociológico. Jean Renoir, autor de obras maestras que han resistido el rigor del tiempo no podía imaginar al cine sin el agua: el movimiento de la cámara, decía, tenía algo de ineluctable como la corriente de un río. Renoir filmó también el Ganges en el film “El río” que data de 1950. El Rin, escenario de guerras, fue utilizado por el director austríaco Bernard Wicki como una metáfora para indicar el tránsito entre la niñez y la adolescencia en su film “El puente”. Eduardo de Bustos, considerado el maestro de la metáfora aseguraba que “ la metáfora es el recurso cognitivo que utilizamos al construir nuestro mundo moral y nuestra vida social”. En otras palabras, pensamos, hablamos y escribimos con metáforas pero también sentimos metafóricamente, los artistas sobremanera.
La cinematografía europea, a diferencia de la norteamericana, siempre ha asomado como más íntima, de un presupuesto más modesto, de una acción menos estrambótica y de una inclinación que favorece al diálogo. Un francés como Eric Rohmer es capaz de producir una obra maestra como “Mi noche con Maud” donde los personajes conversan durante todo el film, y cuya acción no es más que psicológica y de introspección o Louis Malle en “Mi cena con André”, donde todo el film transcurre con dos amigos comiendo en un restorán. El río puede vislumbrarse como un instrumento psicológico de acercamiento, como los amores tormentosos que tienen al Río de la Plata como escenario en “El lado oscuro del corazón” de Eliseo Subiela. Oliverio, un poeta que vive en Buenos Aires , se enamora de Ana, una prostituta que vive en Montevideo. Con el adelanto de dinero de un trabajo en una agencia de publicidad logra pasar tres días con su amante del otro lado del charco. El río adquiere en el film, una sensual y al mismo tiempo una trágica connotación.
El filósofo Nietzche, agudo zahorí de la condición humana decía, que lo que nos mueve en la vida es lo que no tenemos, lo que no nos pasa. Bajo tal premisa, el europeo en general prefiere ver films de aventuras, algo que azuce su imaginación, algo que Hollywood gustoso le proporciona, mientras la taquilla se enriquece por añadidura. Si uno ve el listado de los films más taquilleros en Europa generalmente Hollywood lleva la delantera. El francés siente un particular fetichismo por los films de vaqueros, del lejano oeste, una particularidad que no comulga con su idiosincracia. Tampoco me imagino a Bertrand Tavernier o a Marco Bellochio tratando de emular a Steven Spielberg o a George Lucas filmando sagas intergalácticas o de hombres-araña. Pero por otro lado tampoco podemos obviar el hecho que fue un francés y no un americano quien hace cien años, en 1902, introdujo en los anales de la historia del cine, en calidad de pionero, el tema sobre viajes a otros planetas como lo hizo Georges Meliès en su film “Viaje a la luna”.
No en vano América era vista por los conquistadores europeos como un mundo nuevo, un lugar de selva, aventura y riqueza. Para los nuevos conquistadores disfrazados con otras vestiduras , el interés es el mismo. Werner Herzog jamás podría haber dirigido en Europa “Aguirre” y “Fitzcarraldo”, dos films que se verán dentro del ciclo organizado por la Cinemateca. Tampoco imagino a Klaus Kinski encarnando al atormentado amante de la ópera que trata de construir una ópera en medio de la selva navegando por el río Rin como si fuera el Amazonas. Tanto el Rin como el Amazonas vibran ante nosotros, los espectadores, bajo distintas tonalidades emocionales.
El Viejo Continente, Europa, no es más que un gran museo y punto de mira de una civilización. Su geografía tampoco escapa de esta aseveración . Tantos siglos de guerra, luchas intestinas, sufrimiento, decantamiento , pensamiento y cultura han signado la naturaleza de su geografía. Personalmente y salvo excepciones encuentro a las montañas europeas como moles de piedra en actitud plácida y estática y los ríos, quizá de tanto ser navegados por milenios asoman como demasiado usados, inertes, restándoles una vitalidad intrínseca y salvaje que podría tener un Orinoco o un Paraná suramericanos.
Hace poco me encontraba recorriendo el estado de Nuevo México, con sus espacios infinitos y al atravesar un puente, me indicaron que el hilo de agua marrón que se movía entre unos enormes peñascos no era más que el Río Grande. Este río, de enorme connotación histórica y sociológica, escenario de la conquista española, de la conquista de la tercer parte del territorio mexicano por parte de los Estados Unidos, se ha convertido en un río emblemático por lo que representa una división cultural. “Río Grande” también fue un gran film de John Ford, uno de los tantos films donde este río es casi su protagonista de referencia.
Otro de los films incluídos en el ciclo de la Cinemateca es “Apocalipsis ahora”, basado en la novela de Joseph Conrad “Corazón de las tinieblas” que apunta hacia un simbolismo de nuestras vidas, un viaje a nuestro inconsciente tratando de escarbar el mal que llevamos dentro. Los puentes sobre el río que allí aparecen podrían representar la dicotomía entre el bien y el mal, una misma moneda de angustia y dolor hasta la liberación final, una catarsis con su consabido precio: la muerte. Filmado en Filipinas, país que funge como Vietnam, el film de Francis Ford Coppola es, en sus propias palabras “ un pronunciamiento sobre muchas cosas: la naturaleza de las cosas modernas; el frágil límite entre el bien y el mal; y el impacto de la sociedad americana ante el resto del mundo”. Otro film dentro de esta misma tónica es “El puente sobre el río Kwai” de David Lean que asoma como un análisis sobre los motivos de la gente que lo obliga a hacer cosas irracionales y estúpidas y los planes organizados con esmero que se arruinan sin propósito.
El río es también escenario que da pie al desbordamiento de las pasiones más recónditas del ser humano. Esta atmósfera de opresión es lo que se capta en “Deliverance” de John Boorman, film de hace 30 años, tan fresco hoy como ayer, y donde el carácter urbano del ciudadano confronta la mentalidad agreste e inhóspita del lugareño, una actitud que infunde terror y temor. El film es una simbiosis entre la naturaleza geográfica y la naturaleza de los seres humanos que se unen para infligir dolor y angustia, algo que experimentan los cuatro amigos que deciden ir en un viaje por canoa a través del territorio “banjo” en el estado de Georgia. La selva y el río son el recuadro ominoso en “La misión” de Roland Joffé donde un jesuita, interpretado por Jeremy Irons, se proponía construir una misión para convertir a los indios a la religión católica. Son vívidas las imágenes del personaje que, atado a un crucifijo, es arrojado cataratas abajo.
El río Nilo ha sido escenario de expediciones históricas y de carácter exploratorio. El escritor Emil Ludwig escribió una monumental biografía del Nilo, convirtiéndose en uno de sus protagonistas. Agatha Christie en “Muerte en el Nilo” , convertido luego en film, nos trae un aura de misterio y sofisticación en un paquebote y donde el asesinato adquiere una connotación colectiva. En “Las montañas de la luna” de Bob Rafealson, un capitán irlandés Richard Burton se embarca para descubrir las fuentes del Nilo, conoce a un teniente inglés John Speke, ambos buscan la gloria, naciendo en el interim una amistad. Pero en la Inglaterra victoriana la Sociedad Geográfica Real y otros mezquinos intereses se interponen para su propio beneficio incitando la pugna entre ambos. Es oportuno mencionar el epílogo de esta odisea de amistad y aventura: “Dos personas se hacen amigos en un mundo salvaje; dos amigos se enemistan por un mundo civilizado”.
Ernest Hemingway, un aventurero por antonomasia y de cuyas novelas varios films se han inspirado, afirmaba que la novela americana entró en la modernidad con Mark Twain. Sus obras “Las aventuras de Huckleberry Finn” y “Tom Sawyer” tenían al río Mississippi como marco y complemento, como conducción acuática de una historia sobre la amistad en films, uno de ellos en versión musical de J.Lee Thompson, que pasó sin pena ni gloria.
Pero en esta travesía fluvial aparecen otros ríos que navegan por el cine con otro cariz más amable. Por ejemplo: “L´ Atalante”, considerado por un amigo como el film más romántico que jamás haya visto. Jean Vigo pasea en una balsa por el río Sena a un par de enamorados en su luna de miel. El director aprovecha esta travesía para comentar sobre los cambios de la economía que dependen del comercio. Idéntica correlación podemos situarla cuando el inefable Auguste Morisot escribía en su diario el 7 de enero de 1887 desde San Fernando de Atabapo “Tal es la vida ( en este pueblito del Alto Orinoco), van pasando los días sin esfuerzo, sin que se sienta la necesidad de mejorar su bienestar ni de aumentar su comercio y por ello su apatía”. Como por un efluvio recurrente retornamos a San Fernando de Atabapo para situarnos en la trama de “Río Negro” que su propio director Atahualpa Lichy denominó “un western amazónico”. El film retoma los consabidos temas del caudillismo latinoamericano: el autoritarismo desmesurado, la lucha por el poder a cualquier precio, el ego personalista en detrimento del bienestar colectivo, esta vez bajo plena dictadura de Juan Vicente Gómez en 1912, cuyo personaje, Funes, obviamente se le parece. El río, en el film de Lichy se convierte en un espectador, un instrumento activo y amoral que contribuye, a través del contrabando, a transculturizar la zona, a afrancesarla. En una escena, otro de sus personajes, “La emperatriz de Río Negro”, recuerda a su ciudad de antaño, París, en plena selva venezolana teniendo al río de testigo y cómplice.
Amor y comedia se entremezclan en “La reina africana”, filmada en el río Ulonga Bora en el Congo belga donde Humphrey Bogart era el encargado de llevar provisiones a través del río a poblaciones del este de Africa durante la Primera Guerra Mundial. Su contraparte amorosa era, y es, porque los actores siempre están presentes entre nosotros, Katharine Hepburn . Y ahora volvamos a lo nuestro para concentrarnos en nuestro Orinoco, el indomable, el que canta Diego Risquez en “Orinoko mundo nuevo”. Risquez considerado en Francia como un cineasta de culto siempre ha aportado su particular “imago mundi” al cine venezolano. “Orinoko, mundo nuevo” es un film visual, pictórico que nos remonta a la época de la colonización, un film que la prestigiosa revista “Cahiers du cinéma” tilda como un “anti-Aguirre”, es decir, un enfoque opuesto y visceral del film de Herzog. A través de una iconografía de imágenes ( Risquez debería de haber sido pintor, además) nos presenta una hagiografía de los amerindios: buenos, puros. El film podría verse también como el sueño europeo: la mitificación de la geografía y sus habitantes. El río Orinoco se convierte en el film en un medio y no en una decoración. Incluso los ruidos son naturales .
Grandes cineastas han filmado los ríos, desde Manoel de Oliveira con el Douro que cruza su Oporto natal hasta Michelangelo Antonioni con “Gente del Po”. Las autopistas podrían verse como ríos de automóviles, varios films las ubicansu como columna vertebral, pero no transitaremos por ellas, son harina de otro costal
Ya nos vamos acercando al final del viaje. Para los interesados en los ríos vis-à-vis al cine y con el dólar remontando río arriba, del 26 al 27 de julio próximos se realizará en Burguedà, Barcelona, el llamado Festival del río”, una muestra de films y videos que versan sobre tres temas:
el río como vida
la fuerza del río
el río y la aventura.
Quiero concluir esta charla con un poema de Alfonso Reyes que cantó a Río de Janeiro desde la bahía de Guanabara:
“He llegado al final de mi canción
que es más tuya que mía
y no pude Río de enero
decirte lo que quería”.
Sobre el autor: Luis Sedwick Báez es escritor, ensayista y crítico de cine; miembro de la Fipresci ( federación internacional de la crítica cinematografica); actualmente es director del Centro de estudios de la Opep, del Ministerio de energía y minas en Venezuela.
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