Y si quieren saber de mi pasado, el libro de Chavela Vargas, por Manuel Delgado
"Y si quieres saber de mi pasado", el libro de la ya mítica Chavela Vargas, es comentado por Manuel Delgado, director del periódico digital Club de libros, de Costa Rica
"Nadie se muere de amor, ni por falta ni por sobra"
"Y si quieres saber de mi pasado" de Chavela Vargas
Manuel Delgado
"Vivo para Diego y para ti. Nada más". Así decía Frida Kahlo a Chavela Vargas
en una carta que nunca llegará al público, pero que revela esa devoción que
se tributaron una a la otra.
Tributaron, así en pasado, suena a ficción. Lo cierto es que Chavela guarda
para la pintora mexicana lo mejor de sus palabras. Y eso es mucho decir,
porque palabras de calidad le sobran a la Chavela.
He aquí algunas de ellas:
"Yo amaba a la mujer, no a la artista".
"Me unió a Frida la manera de pensar, y de ser..."
"Frida esparcía ternura como flores, sí, como flores. Una gran ternura, una
ternura infinita".
"Yo hablaba con Frida, la mujer a la que amaba".
Frida ocupa la mejor parte de este recorrido sensual y sosegado por su vida
que Chavela ha denominado con el verso de la canción "Y si quieres saber de
mi pasado".
La canción continúa: "Es preciso decir una mentira", pero es tan directa la
narración, tan cálida, que al lector le queda la sensación (no, ¡la certeza!)
de que no hay aquí el mínimo espacio para la mentira, para la exageración,
para la inexactitud, que Chavela ha hablado con la verdad. No con toda, como
ella misma lo confiesa, pero sí con la suficientes para mostrarla de cuerpo
entero, tan llena de fortaleza y de amor.
Chavela narra desde su alma, desde su percepción, con una ciudadosa búsqueda
de las sensaciones. Es eso lo que hace su relato tan sorprendentemente vivo,
tan eficaz. Un ejemplo: hemos leído muchas veces el horroroso accidente de
Frida, su herida profunda, su sangre corriendo como ríos, y el polvo de oro
que se levanta como una erupción y luego le cae encima como en una
fabulosamente bien realizada escena de Bertolucci o una magistralmente bien
narrada página de García Márquez. Pero al leer su versión de esa película
tantas veces vista no podemos contener la emoción y la sorpresa de la primera
vez. Es como si hubiera reflejos que antes no hubiéramos descubierto,
detalles que algún proyector desperfecto hubiera dejado a oscuras, y que
aparecen de pronto bajo la luz de este reflector que se llama Chavela Vargas.
Es el uso exacto de las sensaciones lo que hace la diferencia: "Aquella tarde
de septiembre había una luz amarilla en el aire"; "los dos muchachos van
hablando de sus cosas...¿Alguien tendrá la desvergüenza de querer husmear en
los amores de los dos niños?... Es muy extraño que no se dieran cuenta de que
la tarde amarilla sólo podía traer dolor... Al sonido del golpe metálico... y
los metales crujían y mordían como si cientos de cuchillos trataran de sajar
todo cuanto se hallara a su paso... Hubo gritos, y sangre, y el chirriear del
tren... creían que era bailarina con su vestido de colores..."
Pero sobre todo, lo cuenta con toda la carga de la pesadilla mil veces
repetida que solo pudo habérsela contaminado la misma Frida, sin duda porque
Chavela no fue testigo del accidente, pero sí del dolor que desde entonces
acompañó a la musa mexicana hasta la muerte.
El capítulo que trata de Frida, es, sin tal vez, uno de los más encantadores
y enternecedores relatos de amor. En él se narra el encuentro, por cierto muy
breve, de dos personalidades que habrían de quedar en el cielo de México
estampadas con los mismos rasgos de pasión, de creatividad, de desesperanza.
La misma Chavela lo reconoce: "Pensábamos las mismas cosas y queríamos que el
mundo fuera como nosotras lo soñábamos. Ella era fuerte, yo era fuerte.
Parecía un potranca también, como yo, una yegua, de las que cuesta domar, de
las que nunca se doman,. Ella estaba postrada en la cama, o en la silla, pero
no me refiero a eso: digo que su pensamiento no se podía doblegar".
¿Habrá alguna anormalidad? Uno no deja de pensar que si dos personas como
ellas dos se encuentran, no importa donde, solo una cosa puede ser normal, y
es que se amen como se amaron. Y Chavela va deslizando una palabra tras otra,
un pensamiento tras otro, con emoción sí pero también con tal ausencia de
toda sorpresa, que a uno no le queda otra alternativa que pensar que lo
anormal hubiera sido la inexistencia de ese amor.
Algunas palabras y expresiones de la obra están cargadas de ese filo tentador
e irreverente que le arranca a cualquiera una sonrisa. Chavela narra, por
ejemplo, una expereriencia de su edad madura (vale decir, cuando ya había
vivido sus bien vividos siete siglos). "Con motivo de la entrega de la Gran
Cruz de Isabel la Católica... en un restaurante, una hermosísima señora se
acercó a mí y me susurró:
"--¿Chavela, cuando nos acostamos?
"¡Qué atrevida! Me encanta".
Pero la obra, que está toda ella llena de la más amistosa franqueza en
materia de amores, transcurre por los caminos por los que siempre ella se
guió. Es su tono: nada de estridencias, nada de confesiones innecesarias,
cero concesiones al sensacionalismo. Es el relato reposado de quien ha vivido
mucho, es decir, quien ha amado mucho y de verdad.
Queda para nosotros, sí el dolor de otro amor que nunca pudo ser: el de ella
con esta patria suya, esta mala madre que la abandonó y que sigue sin
reconocerla como su hija. Chavela es otro nombre más junto al de tantos que
tuvieron que huir de la estrechez de este medio para poder crear y crecer,
igual que Zúñiga, igual que Yolando Oreamuno y Eunice Odio, igual que Max
Jiménez, igual que José León Sánchez.
Debe haber algo en la psicología de los ticos que hace que los grandes nos
incomoden, y Chavela no deja de quejarse de eso.
En todo eso acierta, sin duda alguna, aún en ese amor por México que aparece
como nuestro rival. Con decisión explica: "Con Costa Rica me he comportado
como se ha de comportar cualquier persona sensata: no te quieren, no
quieras". Qué hermoso sería poder contradecirla, y decirle que la amamos de
verdad, pero a lo mejor resultaría una mentira.
Once capítulos componen esta confesión de vida que es "Y si quieren saber de
mi pasado". Ellos podrían ser agrupados en tres partes y un eslabón
indispensable.
La primera (capítulos 1, 2 ,3 y 4) narra su infancia desdichada, su huida a
México siendo una adolescente, sus primeros éxotos.
El segundo (capítutos 6, 7 y 8) , su mundo de gran artista y su caída, sus
quince años de infierno.
Tercero (los restantes), su vuelta a la vida, como un Resucitado, con todo y
sus brazos abiertos (son sus imágenes, tan descriptivas), su sosegada edad
madura.
Entre el primero y el segundo, ese eslabón que sella la obra con grandeza:
Frida, la eterna.
Dos frases para recordar:
"Amantes del mundo: a veces es más hermoso recordar que vivir."
"Nadie se muere de amor, ni por falta ni por sobra."