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Nostalgia de tango
© Cecilia Vetti
El patio lloraba nostalgia de tango, cuando Ernesto dormido en el sillón de mimbre abrió los ojos. Las baldosas parecieron bailotear a su alrededor, volvió a cerrarlos. Se quedó un rato así, sintiendo los murmullos de las sombras, después, con el brazo sano se refregó los ojos y palmeó su pierna derecha. Sintió la casa desierta y esa soledad le dio miedo. Como un miedo de niño, sin un sentido especial. Tanteó el aire, pero sólo fue un intento de acercarse a algo. Pensó que ni siquiera tenía una radio.Cuando él le dijo que estaba loco por la polaca, Marta se lo había llevado todo. La cosa venía de antes. Por las noches sentía el aliento de Marta sobre su espalda y el llanto sofocado por la almohada. Ella empezó a cercarlo con sus celos y le dijo cosas que no se le pueden decir a un hombre. Eso lo puso tan mal, que le largó todo lo que sentía por la otra. Marta se quedó un momento sin palabras, y mirándolo con odio empezó a insultarlo hasta lograr que se fuera. Cuando volvió, la casa estaba vacía: sin mujer y sin radio. Seguramente ahora Marta estaría en Saladillo, mirando el campo desde la cocina de la casa vieja. En la radio, algún tango sonaría bajito, como a ella le gustaba. El prefería que todo el patio se llenara de tango, aunque los vecinos protestaran. Un golpe de sangre lo llevó muy lejos mientras dormía. Al despertar, no podía moverse, la lengua se negaba a obedecerle. Mojado por sus propias aguas, sintió que nada le pertenecía. No podía soportar el hedor de su cuerpo. Cuando pasaron las horas, un miedo nuevo se le metió dentro, pero ni siquiera podía llorar. Por suerte apareció su hermano Savino que todos los viernes venía a visitarlo. Tal vez, si él no hubiera llegado, ahora estaría muerto. Podía recordar el ulular de la ambulancia y ese inacabable mes en el hospital. Volvió a su casa. Cuando pudo pararse, salió de la pieza y arrastrando su pierna entró en la cocina. No hay nada comparable con la cocina de la casa de uno. Poder hacerse unos mates apoyado en la pileta, aunque el agua se cayera al suelo y formara charquitos de luz.
- Del mate no quiero desprenderme Delia, para mi es una compañía -- le dijo a su cuñada.
Le prohibió a su hermano y a Delia que le avisaran a Marta, y mucho menos a la polaca. No era cosa de estar apoyándose en las mujeres. Alguna vez vino un pariente, un compañero del trabajo, pero a medida que pasaron los días, todos se fueron olvidando. Con los vecinos siempre había tenido poco trato. Savino, Delia, y el tiempo inexorable cayendo sobre él. Una tarde que recostado en el sillón del patio dejaba vagar sus sueños por el muro de ladrillos, apareció la polaca. Dijo que la puerta estaba entreabierta. Seguro que Delia la había dejado a propósito. La rubia se paró a su lado, estaba tan linda. Con los ojos entrecerrados vio que ella lo miraba con recelo. Se le acercó tan suave y lo besó en la boca. El abrió los ojos y pudo ver los otros, claros, transparentes.
- ¿No me querés más? Me dijiste que te ibas a venir a vivir conmigo- lo apuró la polaca.
Sintió una náusea y un gusto amargo le subió a la boca. Su cabeza y el cuello humedecidos. Hubiese pagado para que ella lo secara. Pero no, eso no era cosa de hombres.
- ¿Vos estás extrañando a tu mujer?- volvió a preguntarle.
El asintió con la cabeza.
- Pero habláme che. ¿O te creés que soy una perra?
El dio vuelta la cara hacia la pared.
Sintió los pasos lentos de la mujer al salir, pudo detenerla. Pero para qué. Al rato, el silencio empezó a dolerle. Ni siquiera se levantó para hacerse un mate. Había roto el espejo del baño para que sus fantasmas no lo persiguieran. Tenía los ojos ahuecados como un ave seca. Quizás, sería la luz de esa bombita solitaria. Delia dijo que no iban a venir por un tiempo, Savino estaba muy enfermo, el asma lo tenía a maltraer. Cuando lo dijo lloraba. Si Savino había muerto, Delia no aparecía más. Había un poco de comida en la heladera, yerba y bizcochos en el armario. Ya no necesitaba otras cosas. En el patio hacía frío. Le pareció ver a alguien deslizarse detrás del limonero. De pronto escuchó música y la nostalgia de tango desapareció. Un tango, un tango de esos que golpean el pecho, se dejó oír:
“Hoy vas a entrar en mi pasado
en el pasado de mi vida.
Tres cosas lleva el alma herida,
amor, pesar, dolor...”
Se levantó como pudo, un parche de estrellas se asomaba por el cielo anochecido. Tuvo ganas de dar unos pasos, levantó una pierna y cayó al suelo como si fuera una nada. Empezó a llamarlas despacito, una y otra vez; luego, sus gritos retumbaron en las paredes asiéndose a las sombras.
- ¡Marta!..¡Polaca! ¿Qué esperan para venir a levantarme? ¡Marta!, ¡Marta!..Pola!..... |
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