El poeta
En la hostería del pequeño pueblo escondido entre los cerros, un anciano y un joven hicieron la apuesta más extraña. Se desafiaron mutuamente a realizar –de un día para el otro- una obra de ingenio. La misma debía cumplir con dos condiciones: que fuera de la mayor simpleza y, además, tuviera algún valor para aquél que la poseyera.
A la mañana siguiente, los vecinos se reunieron en el valle para conocer las dos creaciones pero, sobre todo, saber quién había ganado.
Ante la sorpresa general, el joven sólo mostró un papel que guardaba en el bolsillo de su camisa. En él, había escrito un gran título y varias líneas en forma de columna vertical.
A continuación, las leyó: eran frases ardientes, en las que resaltaban algunas palabras desagradables y otras ofensivas y hasta sacrílegas, que rimaban infantilmente entre sí.
A unos metros, el anciano quitó la manta que cubría su invento, un vehículo que consistía en una silla de madera montada sobre dos ruedas de bicicleta, que en su parte superior tenía atado un oxidado ventilador de techo.
El muchacho dijo: -Yo traje una poesía. ¿Y eso qué es?
- ¿Acaso no lo ves? –respondió el viejo-. Es un helicóptero.
- ¡Vamos! –rió el joven-. Lo que has hecho tiene forma de helicóptero, pero eso no significa que lo sea. Nadie podría elevarse ni mucho menos, volar con él.
- Estamos iguales –se defendió el anciano-. Lo que tú has hecho tiene forma de poesía, pero eso no significa que lo sea. Y tampoco nadie podría elevarse, ni mucho menos volar con ella...
Hubo un largo silencio.
- ...sin embargo –continuó diciendo- tú has ganado la apuesta: por mucho que me esfuerce, quite y agregue, jamás conseguiré que este armatoste vuele. Pero tú, que tienes el don, si te esfuerzas, quitas y agregas lo que hace falta, algún día llegarás a ser poeta. Y cuando eso ocurra, no importa dónde estemos, todos podremos volar contigo.
(c) Carlos Marianidis
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