ARCHIVOS DEL SUR
Cuentos y relatos
Se incorporan en esta edición cuentos y relatos de Oscar Sipán Sanz, Fernando Sorrentino, Angel Balzarino,Luis Buero, Alberto Ferreyra, Lidio Mosca Bustamante
Asuntos del corazón
Óscar Sipán Sanz
Existe un solo procedimiento para ser feliz merced al corazón, y es no tenerlo.
Paul Charles Bourget
El fondo del corazón está más lejos que el fin del mundo
Proverbio danés
MI DOCTOR SE ACERCA con el rostro anegado de rabia hacia mi posición, deslizándose cadenciosamente sobre el suelo pulido del aeropuerto, y me informa, en un desmán de impotencia, de un nuevo retraso de una hora.
--Me lo advertiste, Sara –dice mordiéndose levemente el labio inferior y frunciendo el ceño—Y no te hice el más mínimo caso. Nunca debimos venir.
Se refiere al “Seminario de Cardiología del Hospital Monte Sinaí de Nueva York”. Tras el once de septiembre, una amenaza de bomba en territorio americano inquieta como treinta Pearl Harbor y diez ataques alienígenas. El pánico se traslada en décimas de segundo a cualquier rostro, como el despertar de una sombra, de un rumor aletargado. Una nación paranoica y un enemigo invisible. Las imágenes del World Trade Center acuden a sus mentes espoleando el odio y el terror. De importantes anfitriones hemos pasado a ser latinos sospechosos. Los policías de paisano, armados hasta los dientes, erguidos como pararrayos, camuflados entre los turistas como un incendio en la noche, nos miran detrás de sus gafas oscuras, deseando con toda su alma detectar un comando terrorista para ascender. Me llamo Sara –ya lo sabrán-- y soy, desde hace siete años, secretaria personal de un reconocido, joven y apuesto cirujano cardíaco del que estoy profundamente enamorada. Es guapo, mi doctor, con esa belleza construida con la selección natural de varias generaciones de guapos. Me gusta pensar que el destino o la suerte nos cruzó en el camino. Me enamoré de su aura triste y de sus ojos azul cobalto. Mi trabajo consiste en alejarle de la burocracia: organizo su agenda, distribuyo su correo, viajo a los congresos y seminarios, escribo diligentemente las cartas que él me dicta...me gano el pan con el sudor de mi frente y de mi corazón. Le amo en silencio, de forma indeleble, sin caer en la humillación, como a una quimera inalcanzable. Su indiferencia es un yugo que me aplasta, una penitencia que debo cumplir. He permanecido fiel a mi doctor, siempre alerta, sin arrojar la toalla ni claudicar, durante siete largos años. Es un pacto interior: hasta que me quiera o quiera a otra. Aunque siempre guardo en lo más hondo de mi alma un rayo de esperanza: tal vez en este viaje.
El avión despega con suavidad, hacia la cúpula celeste y la elasticidad del tiempo, rumbo a un congreso en Barcelona, trazando una ruta delimitada por la torre de control para emerger con rabia entre los claroscuros de las nubes. Las nubes están fabricadas con la efímera materia de la nostalgia –pienso--, son sólo ilusión. A medida que el avión se estabiliza y las azafatas dejan de sonreír y de ofrecer refrescos y zumos, voy cayendo en un profundo sopor que, irremediablemente, me arrastra al sueño.
Me despierto sobresaltada, a punto de gritar. Miro por la ventanilla: sólo es una turbulencia. Afuera, el ocaso. Los últimos rayos del sol reverberan entre las alas metálicas, en una agonía rápida y diariamente ensayada. Un bombardeo de hormonas alteradas a ritmo de bossa nova me indica que mi doctor se encuentra a mi lado, enfrascado en revistas científicas americanas, indagando nuevas técnicas, nuevos avances, en esos corazones que transplanta y que monopolizan su vida. Por un momento, levanta la vista del papel cuché y la posa en mí. No me mira desde los ojos, me mira desde el cerebro. Si de verdad se aventurara a fijar su mirada en mí descubriría una grave disfunción en mi corazón cuyo único tratamiento son sus besos y sus abrazos, su cuerpo desnudo entrelazado al mío sobre la cálida arena de una playa desierta. André Maurois dice que todo deseo estancado es un veneno. Y envenenada paso los días alrededor de mi doctor.
--¿Te encuentras bien? –me pregunta cortésmente.
--Sí, una pesadilla. Últimamente duermo fatal.
--Debes cuidarte más –me habla como médico, adoctrinándome--. Y no lo tomes a broma: según las estadísticas, las mujeres que no duermen bien corren mayor riesgo de sufrir una cardiopatía.
Así es él: serio, guapo y profesional. Un hombre entregado al trabajo –una cruzada contra la enfermedad y la muerte anticipada-- y a otros sustitutivos de la vida. Asiento con una sonrisa de agradecimiento y él regresa a su mundo de apoptosis (suicidio celular), marcapasos de titanio y válvulas anatómicas. Saco un libro del bolso, retomando la lectura en el punto exacto donde lo dejé. Leo: “Para mi corazón basta tu pecho/ para tu libertad bastan mis alas/ Desde mi boca llegará hasta el cielo/ lo que estaba dormido sobre tu alma”. Yo leo a Pablo Neruda y él transplanta corazones de cerdo. La vida es tan extraña como eso.
Tomo ensalada y fruta para cenar. Mi doctor toma pastel de salmón y zumo de tomate. Su boca es una campana de bronce llamando a mi lengua. Se duerme como siempre: con la pipa de ébano (apagada) colgando de sus labios. En apenas unas horas le ha nacido una barba densa y bien formada que le da un aspecto de marinero con un terrible secreto en busca de su pasado. La camisa de seda y los pantalones de lino están arrugados. Completamente relajado, su mano se despeña del apoyabrazos. Es una mano ágil, de huesos suaves y venas ampulosas, de pianista retirado o de ladrón de joyas. Me sobra la ropa, siento un calor volcánico en la entrepierna. El demonio en el cuerpo y su mano en mi cadera. Leo a Neruda, el New York Times. Me flagelo con unas vacaciones en Saint Tropez, con un crucero de lujo por las islas griegas. Juntos, compartiendo fluidos y sueños. Y caigo, por una escalera de caracol, a un orgasmo mil veces inventado.
Descendemos lentamente, desentumeciendo los músculos, admirando el paisaje y el color de la tierra en los aledaños del aeropuerto del Prat. Recogemos las maletas de la cinta transportadora y salimos por la Terminal A. El taxista –un búlgaro de tez cetrina y ojos enrojecidos—nos traslada por la autovía de Castelldefels a gran velocidad. En la radio, la banda terrorista ETA acaba de hacer estallar un coche bomba en un barrio residencial de Santander; al parecer, una concejal socialista y su escolta han fallecido en el atentado. Veinte minutos de taxi nos dejan en el centro de Barcelona. Aún a sabiendas de que no disponemos de mucho tiempo, le pido a mi doctor un paseo en taxi por el Barrio Gótico. Asiente hierático. Menos su corazón, me concede todos los caprichos. El Barrio Gótico es la matriz de la ciudad, la zona vieja que da sentido a una gran urbe. El encanto de sus calles angostas es una delicia para los sentidos que se paladea en silencio, íntimamente, deleitándose con la mezcla de palacios lindando con casas humildes, patios oscuros con escudo de armas, restaurantes del mundo, japoneses persiguiendo la sinuosa sombra de Gaudí y tiendas de souvenirs para turistas. Un marionetista improvisa una pelea a muerte entre dos caballeros medievales. Dos argentinos, hombre y mujer, bailan un apasionado tango mientras un niño de ojos traviesos pasa un sombrero de copa. La inmovilidad dolorosa de un mimo caracterizado de Mozart sorprende y fascina a los viandantes. La proximidad del mar nos abre las vías respiratorias y la luz del Mediterráneo apadrina nuestro cansancio convirtiéndolo en curiosidad por las cosas. Terminamos la rápida visita con un recorrido por ese zoo humano que son las Ramblas y nos dirigimos a un hotel de cinco estrellas en el Puerto Olímpico.
En la mayoría de los congresos se invita a un paciente –normalmente un caso raro, atípico o excepcional—para que relate su experiencia con todo lujo de detalles y extienda el virus de la confianza a toda la profesión. Esta vez le toca el turno a un transplantado de corazón. Al pronunciar su nombre, el transplantado se acerca al micro desde una mesa del fondo, sosegadamente, sin prisas, como un carruaje tirado por mulas viejas. Inconscientemente, espera recibir un Oscar al Sufrimiento, un Globo de Oro a la Enfermedad más Penosa. De unos cincuenta años, es un hombre horondo y risueño, mejillas caídas y piel de tambor, cejas pobladas, ojos pequeños y brillantes velados por una luz agónica y sonrisa de misionero. Camina despreocupado por el pasillo central, mirando a ambos lados, la corbata torcida y el cabello alborotado, con el brío de los que han vuelto de la muerte olvidando el débil eslabón que les une a la vida. Coloca el micro a su altura y, a pesar de su aparente calma, deja escapar un torrente de anécdotas, refranes y vivencias que poco o nada aportan al tema por el que se le ha invitado a gastos pagados. ¿O tal vez sí? ¿Quiénes somos nosotros para juzgarle, para ponernos bajo su piel? Nadie nos ha transplantado un corazón. Su hablar es racheado y eléctrico –nervios de ardilla empapada en café—e intenta fijar su mirada en una cara, sin conseguirlo. El final de su inconexa alocución no se distingue del de otros pacientes en otros congresos: lágrimas y palabras de gratitud aderezadas con sollozos de ultratumba. Y de regreso a su anonimato.
Ataviado con su smoking a medida –sólo existen dos formas de llevar un smoking: como un pingüino asustado o como un galán de cine de los cincuenta--, mi doctor se aleja con paso firme portando una pequeña carpeta de cuero negro. Da la mano a un hombre de mayor edad (organizador de la velada junto con un prestigioso, corrupto y corruptor laboratorio farmacéutico) que lee, como si recitase en la mismísima entrega de los Nobel, sus méritos académicos y profesionales y anuncia el título de la conferencia: “Xenotransplantes, presente y futuro”. Abre la carpeta. Su mirada realiza una parábola calculada y se detiene en el centro de la sala. Sonríe y el magnetismo de su sonrisa perfecta cautiva a todas las mujeres (valquirias casadas de clase alta y buscavidas al encuentro de una promesa nupcial) y algunos hombres. Mujeres que, más tarde, con un cóctel afrutado en una mano y un abanico refrescando un escote sudoroso en la otra, pulularán a su alrededor como polillas enloquecidas por la luz de una lámpara.
--Buenas noches –saluda a los presentes con el fervor de un profeta o un visionario—Antes de nada, me gustaría comenzar con una pregunta para los que son profanos en la materia. ¿Qué es un xenotransplante? Un xenotransplante es un transplante de un órgano o de un tejido desde un animal a otro de distinta especie. Ante la dramática escasez de órganos donantes, esta técnica es, hoy por hoy, la única solución. A pesar de que los primates son los mamíferos más próximos al hombre, los cerdos dominan el terreno de los xenotransplantes: no presentan tantos problemas éticos, tienen un gran número de crías y el tamaño de sus órganos es similar al de las personas. Su corazón es aproximadamente de la misma medida y tiene una potencia equivalente al del humano. Además...
--¡¡¡No son más que una banda de asesinos de animales fantaseando con la gloria eterna!!! --grita un falso camarero despojándose del uniforme de gala que da paso a una camiseta pintada con reivindicaciones ecologistas—Torturan y asesinan para alimentar su ego, sus ínfulas de grandeza. Sus avances son mínimos y siempre favorecen a las poderosas multinacionales farmacéuticas y a sus nuevos medicamentos. Sin contar con el riesgo real de trabajar con animales transgénicos: el rechazo de los órganos por la reacción de los anticuerpos, las posibles enfermedades...¿acaso no corremos algún peligro, Señor Torturador?
Desconcertado por la interrupción, todavía con la palabra “torturador” resonando en sus oídos, sus labios callan unos segundos. Sin achantarse, reanuda la charla y le contesta.
--Sí, es cierto: corremos algunos riesgos. Eso es indudable. El hombre y el cerdo son especies discordantes, diferentes entre sí. Pero para avanzar en la vida hay que arriesgar. Cada año mueren miles de personas esperando un corazón, un hígado, un pulmón que no llega. Gracias a la bioingeniería y a la clonación hemos disminuido notablemente el rechazo hiperagudo que sufríamos. Esto, Señor Ecologista, significa un gran avance para la humanidad.
--No sea hipócrita. Se está engañando a usted mismo para justificar su trabajo y el de sus colegas. Y tiene el deber moral de contarlo todo. Volviendo al tema que nos atañe, ¿no es cierto que el riesgo más importante es que los virus que atacan a la raza porcina pueden traspasarse a los seres humanos, creando nuevas y devastadoras enfermedades? ¿No es así, Señor Torturador?
--Técnicamente, cabe esa posibilidad, si bien es cierto que...
--Eso, señoras y señores, es terrible. Me pregunto si no estaremos jugando a ser dioses. Citando a Chomski: “La genética humana está programada para el habla y los descubrimientos genéticos-científicos, pero no para la moral”. Es un gravísimo error seguir por este camino, debemos protegernos de nosotros mismos –sentencia mirándonos a los ojos, arengando a la rebelión, en un intento de amotinar a los marineros contra el capitán. Su inocencia es conmovedora. El mundo se encuentra ya anestesiado. La conciencia es un restaurante sin mesas. Y el llanto de las minorías, como el de las ballenas, no le importa a nadie.
De repente, una de las puertas laterales se abre violentamente y la seguridad del hotel accede al salón y reduce al activista con la delicadeza de un oso pardo con dolor de muelas, lo esposa contra el suelo y se lo lleva hacia la comisaría más cercana.
Mi doctor calibra la posibilidad de retomar la conferencia, pero desecha la idea de inmediato. Por ello, se disculpa educadamente y, antes de regresar a la mesa, junto a mí, deja una reflexión en el aire:
--Si con ello podemos salvar vidas, jugaremos a ser dioses. –El increíble episodio que acabamos de vivir acrecenta el valor de la frase y un aplauso rotundo, unánime, demoledor, se expande por la sala.
La orquesta toca un swing acaramelado y vulgar y las parejas más atrevidas o más espontáneas o más vanidosas o más exhibicionistas salen a la pista de baile a demostrar sus escasas dotes naturales. Todo el mundo habla de lo mismo, enfatizando su opinión por encima de los demás, como si la aparición del ecologista salvara sus tristes y aburridas vidas. Gente que se hace llamar culta y no sabe distinguir un clavicordio de una armónica. Acepto el baile de un médico maduro y bronceado por rayos uva para intentar darle celos a mi doctor. Una vez más, no lo consigo. Me dejo llevar por la pista como una barca en la corriente. Observo con ojos de guardabosque ante un fuego lejano a mi pareja. Su porte noble y sus modales antediluvianos son sólo una pose. Noto cierto quijotismo anquilosado bajo una gruesa capa de lujuria: sin duda, es uno de esos tipos que arrojan su chaqueta sobre el charco y al pasar se agachan para mirarte las bragas. Ha oscurecido sus canas para negar el paso del tiempo y lleva una mancha de salsa tártara en el cuello de la camisa, un pesado reloj de oro atrasado cinco minutos y anillo de casado. Se me insinúa a las primeras de cambio. Sus manos se introducen en territorios no autorizados, mientras enumera sus problemas conyugales y su pesar, escudriñando mis pechos desde sus gafas de pasta, y me propone al oído visitar su habitación. Declino la invitación educadamente pero de forma enérgica (en el momento que me besa el cuello; su boca es una espiritrompa de mariposa intentando catar el néctar de mi escote) y me separo de él coincidiendo con el final de la pieza musical. Siempre la misma historia: su mimetismo, su falta de originalidad, me repugna. Curtida en cientos de congresos de medicina la verdad es que ya no me ruborizo por nada. El médico, en líneas generales, es un animal frustrado que ansía cosas que nunca tendrá y que nunca será. Derrotado moralmente porque no sana (de ahí la palabra matasanos), circula por los pasillos de los hospitales y los ambulatorios con fingido aire de preocupación, desarrollando una angustia sexual que le enloquece. No da la vida, no cura, no hace más agradable la existencia de sus pacientes; muy al contrario, alarga innecesariamente el sufrimiento, los humilla, les hace perder toda ilusión, la dignidad. Su utilidad es nula: tan sólo deja que la naturaleza siga su curso. Es un mero espectador de un fenómeno que desconoce. Y por eso se hunde con su barco en un mar de indiferencia, promiscuidad o religión.
Aunque fingen hacerlo, nadie escucha. Encuentro a mi doctor charlando con un cirujano argentino que, explayándose sin moderación (“No le quepa la menor duda, amigo mìo, que el mejor tratamiento contra el infarto es la prevención”), saborea su jerga médica. Apenas le deja intervenir. Habla una y otra vez, impostando la voz hacia un tono grave, de barítono fumador, inmerso en un debate interior para comprenderse a sí mismo, para justificar su vida, para reconocerse en la multitud, como un pavo real coqueteando con su imagen reflejada en un espejo. Decido rescatarle de esa conversación banal y estúpida y, a su vez, provocar una situación favorable. Las mujeres somos buenas estrategas. El deseo, la atracción, no es más que una ecuación femenina. Busco el valor suficiente y finjo un pequeño desvanecimiento. Él me sujeta con sus poderosos brazos de jugador de golf, me toma de la cintura y me lleva a tomar el aire. Hace una noche preciosa. Sus dientes brillan en la oscuridad y sus labios me llaman a gritos. Damos un paseo por un laberinto de jardines de diseño y no sentamos junto a un estanque de cisnes blancos. Las nubes dibujan extrañas formas al desfilar ante la luna llena. En la lejanía, un faro vierte un haz de luz sobre el Mediterráneo. Olemos el mar. Le miro a los ojos. Me mira a los ojos. No puede existir un lugar mejor en el mundo para el comienzo de un romance. Pero sus ojos neutros me avisan que él no dará el primer paso, que su capacidad de amar es un páramo desolado, yermo, desabrigado, que debajo de esa armadura de oro y piedras preciosas no hay nada, un vacío incoloro, desasosegante. Mi doctor sabe que el corazón está compuesto de cuatro cámaras, dos atrios o aurículas que reciben la sangre de regreso y dos ventrículos que bombean la sangre hacia fuera. Conoce como nadie la teoría. Es un experto incuestionable en la mecánica. Nada más. Porque mi doctor es una máquina adiestrada para reparar corazones, pero no para comprenderlos.
Dejo caer el smoking de mis hombros y me adentro en la fiesta en busca de alcohol.
Sobre el autor:
NOTA DE AUTOR
“He repasado en sueños todas las doctrinas y he escogido la más terrible: estar despierto”
LIUDMILA QUINCOSES
Óscar Sipán Sanz (Huesca, España, 1974). Autodidacta. De alguna forma, Raymond Carver, Gabriel García Márquez, Albert Camus, Rafael Sánchez Ferlosio y José Saramago se pusieron de acuerdo en su cabeza. Sucedió cuando cumplió los veinte. Y desde entonces sólo vive para escribir. Escribir --para él-- es como montar un barco en el interior de una botella, un trabajo delicado e íntimo que necesita del líquido amniótico de la soledad. La literatura es un afluente de la soledad, un afluente poderoso que nos aleja de la locura. Publicar su primera novela (“Rompiendo corazones con los dientes”, Edisena, Valencia, 1998) no fue tan gratificante como publicar su primer texto en un humilde periódico literario de Zaragoza, en 1995. Más tarde llegaron unos cuantos premios de narrativa corta y uno de novela, sueños de juventud con la literatura como eje vertebrador de esa irrealidad que es vivir de las letras. Gusta del relato corto por su intensidad y su perfección. Y no se detiene a pensar si, como tanto alardean los críticos –“esos entes sin rostro, entre lo humano y lo divino, conductores del autobús que lleva a la gloria o al olvido”-- es un género menor o no; disfruta y no hay nada más que hablar. Escuchó por ahí una frase que le define. Dice así: “Me gusta la literatura, pero no los literatos. A uno le puede gustar el jamón, pero no tratar con cerdos”. Por eso no escribe para los cerdos que habitan los jurados de concursos literarios ni para los escritores frustrados que consiguieron la plaza en la universidad. Escribe para sí mismo y también para los demás; eso sí, despierto y con los ojos muy abiertos.
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El mago
Fernando Sorrentino
Para mi cumpleaños, mamá me preguntó si quería que viniera un payaso o un mago. Los payasos me parecen estúpidos, de manera que elegí el mago.
Éste resultó ser un hombre flaco y pálido, pero con unos cuantos detalles negros: el cabello, el bigotito, el esmoquin, el moñito y su valija maravillosa.
Saludó con ademán anticuado y gentil, y los chicos empezamos a gritar:
—¡El ma-go, el ma-go, el ma-go, el ma-go!
El mago sonrió, complacido, y realizó diversas pruebas —que yo ya había visto en otros magos—, tales como, por ejemplo, multiplicar un solo pañuelo en siete u ocho, o extraer de una galera negra una paloma blanca. También, con los naipes que se usan en las películas del lejano oeste, hizo una cantidad de trucos que no logré entender.
—Este prestidigitador es muy bueno —dijo papá en voz baja.
El mago, no sé cómo, lo oyó:
—Le agradezco su opinión —contestó—. Pero yo no soy un prestidigitador sino un mago.
—Bueno —replicó papá, con su habitual suficiencia—. Digamos que es un mago, no un prestidigitador.
—Veo que usted no me toma en serio. Para que se convenza, voy a convertirlo a usted en algún animal. ¿Cuál prefiere?
Papá lanzó una risotada que casi nos deja sordos, con una boca muy grande, como si fuera un hipopótamo. Pareció leer mi pensamiento porque, justamente, dijo:
—Ya que me da a elegir, conviértame en un hipopótamo. Y a los demás, en los animales que más le gusten.
El mago hizo una breve morisqueta y movió los dedos y los brazos, y papá se convirtió en un hipopótamo: en sus ojos globosos perduró unos instantes una chispita de terror.
—Este hipopótamo se ocupa todo el departamento —dijo el mago, con reprobación—. Será mejor que siga con animales más chicos.
En seguida convirtió a mamá en un tucán, aprovechando, creo, que era medio narigueta. Después transformó a mi abuela en una tortuga. Con mis tías solteronas se lució: creó una lechuza, un quirquincho y una foca, todo dentro del estilo de cada una. A la casada, que era autoritaria, la convirtió en araña, y al sometido del cónyuge, en mosca.
Se mostró dulce con los chicos: fue convirtiéndolos en animales lindos y simpáticos: conejitos, ardillas, canarios. Pero a Gabriel, que era de cara ancha y con granos, lo transformó en sapo. A la bebita Lucila, de sólo dos meses, le dio el ser de un colibrí.
Cuando solamente quedé yo sin convertir, el mago me puso una mano en el hombro y me dijo:
—Vos tendrás que encargarte del cuidado de estos animales. Aunque la araña y la mosca, y algunos otros, van a arreglarse solos.
Guardó todo en su valija maravillosa, y se marchó.
Durante cuatro días intenté cuidarlos y alimentarlos, pero pronto me di cuenta de que esa labor me significaba un esfuerzo descomunal. Entonces llamé por teléfono al Jardín Zoológico; su propio director me agradeció y aceptó la donación.
Al principio, yo iba a visitar a mi familia y a mis amigos diariamente, después una vez por semana y, ahora, la verdad es que no voy casi nunca.
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"El mago" corresponde a la serie de "Cuentos ingenuos" del autor.
Sobre el autor:
Fernando Sorrentino
Nació en Buenos Aires en noviembre de 1942. Es profesor en Letras.
Su bibliografía detallada (excluidas las compilaciones antológicas, las ediciones anotadas de clásicos, las inclusiones en antologías —tanto en español como en otras lenguas— y las colaboraciones en diarios y/o revistas) es la siguiente:
OBRA NARRATIVA
A) LIBROS DE CUENTOS
La regresión zoológica, Buenos Aires, Editores Dos, 1969.
Imperios y servidumbres, Barcelona, Editorial Seix Barral, 1972; reedición, Buenos Aires, Torres Agüero Editor, 1992.
El mejor de los mundos posibles, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1976 (2º Premio Municipal de Literatura).
En defensa propia, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1982.
El remedio para el rey ciego, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1984.
El rigor de las desdichas, Buenos Aires, Ediciones del Dock, 1994 (2º Premio Municipal de Literatura).
Novela:
) NOVELA
Sanitarios centenarios, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1979; reedición (muy reelaborada), Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2000.
C) NOUVELLE
Crónica costumbrista, Buenos Aires, Ediciones Pluma Alta, 1992. Reeditada con el título de Costumbres de los muertos, Buenos Aires, Ediciones Colihue, 1996.
D) LITERATURA PARA NIÑOS Y/O ADOLESCENTES
Cuentos del Mentiroso, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1978 (Faja de Honor de la S.A.D.E. [Sociedad Argentina de Escritores]); reedición (bastante modificada), Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2002.
El Mentiroso entre guapos y compadritos, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1994.
La recompensa del príncipe, Buenos Aires, Editorial Stella, 1995.
Historias de María Sapa y Fortunato, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1995. (Premio Fantasía Infantil 1996); reedición: Ediciones Santillana, 2001.
El Mentiroso contra las Avispas Imperiales, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1997.
La venganza del muerto, Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 1997.
El que se enoja, pierde, Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 1999.
Aventuras del capitán Bancalari, Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 1999.
Cuentos de don Jorge Sahlame, Buenos Aires, Ediciones Santillana, 2001.
El Viejo que Todo lo Sabe, Buenos Aires, Ediciones Santillana, 2001.
ENTREVISTAS
Siete conversaciones con Jorge Luis Borges, Buenos Aires, Editorial Casa Pardo, 1974; reedición (con notas revisadas y actualizadas), Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 1996; nueva reedición, Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 2001.
Siete conversaciones con Adolfo Bioy Casares, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1992; reedición, Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 2001.
TRADUCCIONES
A) LIBROS DE FICCIÓN
Sanitary Centennial. And Selected Short Stories [Contenido: Introduction to Fernando Sorrentino; Translator’s Note; Acknowledgments; Sanitary Centennial (Sanitarios centenarios); A Lifestyle (Un estilo de vida); In Self-Defense (En defensa propia); Piccirilli (Piccirilli); The Life of the Party (Los reyes de la fiesta); The Fetid Tale of Antulín (La pestilente historia de Antulín); Ars Poetica (Ars poetica); Notes.] (translated by Thomas C. Meehan). Austin, Texas, University of Texas Press, 1988, 186 págs.
Sanitários centenários [Sanitarios centenarios] (traducción al portugués de Reinaldo Guarany). Rio de Janeiro, José Olympio Editora, 1989, 174 págs.
Von Skorpionen und anderen Alltagsgefahren. Erzählungen. Ausgewählt und aus dem Spanischen übersetzt von Vera Gerling. Gotinga, Hainholz Verlag, 2001, 160 págs.
A) LIBROS DE ENTREVISTAS
Seven Conversations with Jorge Luis Borges [Siete conversaciones con Jorge Luis Borges]. Translation, additional notes, appendix of personalities mentioned by Borges and translator’s foreword by Clark M. Zlotchew. Troy, New York, The Whitston Publishing Company, 1982, 220 págs.
Sette conversazioni con Borges [Siete conversaciones con Jorge Luis Borges]. A cura di Lucio D’Arcangelo. Milano, Arnoldo Mondadori Editore, 1999, 224 págs.
Hét beszélgetés Jorge Luis Borgesszel [Siete conversaciones con Jorge Luis Borges]. Fordította Latorre Ágnes. Szerkesztette Scholz László. Budapest, Európa Könyvkiadó, 2000, 264 págs.
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Ahora, la oscuridad
Angel Balzarino
Los vio de repente. Como si hubieran surgido de algún remoto sueño. Enfundados en deslumbrantes chaquetillas blancas. De aspecto imponente y los brazos abiertos, con el avieso propósito de cortarle el paso y hacerlo caer, sin duda para impedir que tocara la pelota y llevara a cabo una de aquellas deslumbrantes jugadas que provocaba el temor de sus adversarios y enronquecía de alegría y frenesí las voces diseminadas por todo el estadio. Espere. El grito le taladró la cabeza. No. No van a detenerme. La firme intención parecía completamente alejada del estado de debilidad, de creciente mareo que ahora le dificultaba cada movimiento. Pese a sostener una brega sin duda infructuosa, no estaba dispuesto a ceder, a dejar que los otros frustraran su propósito. Obstinado. Como lo había hecho siempre, desde el ya lejano tiempo de la infancia, cuando empezó a tener esa relación sutil, íntima, arrebatadora con la pelota, y sintiéndose el dueño absoluto, pretendió obligarla a cumplir los dictados de sus piernas, alcanzar a través de ella los momentos de placer más intensos y profundos. Al principio había sido en cualquier baldío o rincón de una calle, al concretar junto a otros chicos del barrio partidos entusiastamente disputados; y después, en la cancha del Club Los Girasoles, cuando sus dotes comenzaron a despertar interés y admiración, con la esperanza de tener un promisorio futuro. Sólo quería jugar. Disfrutar la alegría de tocar la pelota. Olvidarme de toda otra cosa. Un modo de refugio o evasión. Imperioso. Reconfortante. Para librarse de las aburridas enseñanzas que procuraban inculcarle en la escuela, pero, sobre todo, para huir del opresivo clima de tensión y amargura, de violencia y casi desesperanza, que imperaba en la casa por obra de su padre al descargar en ellos -su madre, sus hermanas y él- los golpes y gritos nacidos del permanente estado de ebriedad. El cambio tan anhelado surgió de improviso, luego del partido con el Sportivo Alborada, poderoso equipo de la capital de la provincia, al demostrar que era un imbatible dominador de la pelota y logró despertar la algarabía de la gente que colmaba la cancha. Me gustó mucho como jugaste. Creo que deberías ir pensando en algo más importante que un club de barrio. Si querés, puedo llevarte conmigo a la capital. Con una mezcla de perplejidad y regocijo escuchó las palabras del director técnico del equipo visitante. Y de pronto creyó divisar un amplísimo horizonte pleno de luz, de fascinantes promesas, de sueños casi al alcance de la mano. Espere. Tiene que venir con nosotros. Ahora los dos hombres parecieron decididos a actuar. Firmes. Erguidos. Los brazos abiertos. Formando una ajustada barrera. No. Nadie sería capaz de detenerlo. Yo les demostraré que soy el mejor. Aunque una puntada le perforaba la cabeza y tenía la sensación de encontrarse apresado en un cerco infranqueable, estaba seguro de poder salir airoso. Triunfador. Por obra de sus espléndidas gambetas. Como había hecho en el primer partido que jugó en la capital de la provincia. La prueba más difícil para mostrar su capacidad y empezar a concretar todos los anhelos o, por el contrario, fracasar y caer tal vez para siempre en una situación peor de la que pretendía escapar. Sí. Esta ocasión es única y no puedo desaprovecharla. Clara y rotunda la meta. Y sólo creyó superar el desafío cuando, al terminar el partido, de todos los rincones del estadio su nombre resonó en un clamor. Unico. Fervoroso. Ensordecedor. Después todo pareció desarrollarse de manera vertiginosa: el pase de un equipo a otro, la facilidad de tener tanto dinero como jamás llegó a imaginar, los comentarios elogiosos sobre cada uno de sus goles, la posibilidad de satisfacer cualquier gusto o capricho. Sí. Como si todo eso le sucediera a otra persona o fuera sólo un sueño que podía desvanecerse bruscamente. Debido al instintivo temor de perder todo eso, procuró disfrutar cada momento. Intensamente. Con voracidad. Sobre todo junto a las mujeres con las que pretendió alcanzar no sólo un placer arrebatador, sino más bien encontrar la compañía y una cuota de amor que desalojaran para siempre todo vestigio del vacío y la desolación sobrellevados desde la niñez. Tal vez la búsqueda más ardua. Sin tregua. Nunca satisfactoria. Únicamente les interesaba mi dinero y el gusto de estar al lado de alguien famoso. Sin entender ni importarles lo que yo quería. Semejante comprobación surgió de improviso. Lacerante. Como una súbita puñalada. Deténgase. Debe venir con nosotros. Aturdido por la orden perentoria, abrió y cerró los ojos repetidas veces, en un intento por despejarse completamente y recuperar la fuerza y el empuje para vencer a los dos hombres que, sumidos en una especie de niebla, le cerraban el camino. Debo pasar. Ni la mejor barrera del mundo podrá impedir que haga un gol. Instintivamente trató de revivir algún fragmento del tiempo en que era capaz de concretar jugosas hazañas con una pelota. Pero no pudo asirse a esa tabla de salvación. Ya estaba hundida en una recóndita zona del pasado. Irrecuperable. No. Nunca más. Y aunque no quiso admitirlo, poco a poco se vio abrumado por la evidencia de su limitación, cuando pasaron varios partidos sin poder convertir un gol y empezó a reflejar una creciente torpeza en cada jugada. Hasta recibir el peor castigo: el desdén, la frialdad, el progresivo desprecio de quienes siempre le habían expresado el apoyo más cálido y fervoroso. Se precipitó en un abismo. Desvalido. Y no obstante restar importancia a los reiterados consejos, debe cumplir con los entrenamientos, llevar una vida más ordenada, pues ya estaba demasiado convencido de que le bastaba tocar la pelota con su pierna derecha para encender de júbilo a los espectadores, se impuso la inesperada realidad. Excluido de la única tarea que le confería sentido a su vida, lo acosaron los viejos fantasmas de la miseria y el desamparo. Inútilmente buscó refugio en los amigos, cada vez más escasos e indiferentes, y en las mujeres, cada vez más altivas y exigentes para ofrecerle, casi como una limosna, unos efímeros instantes de compañía. Entonces sólo le quedó la bebida. Como una mano fiel y protectora para eludir cualquier preocupación. Aunque no impedía que golpeara furibundo a quien le recordaba la época en que había sido uno de los mejores jugadores que pisó una cancha de fútbol o arrojara botellas o cascotes contra las vidrieras en las madrugadas plenas de alcohol y soledad. Después lo recluyeron en cuartos fríos y húmedos para contenerlo y evitar que produjera cualquier daño. Una y otra vez. Sin poder anular el permanente deseo de huir. Como ahora. Pero ya las piernas no le respondieron al ansia de correr. Trastabilló. Y los brazos de ellos, firmes y solícitos, lo socorrieron. Cálmese. Ahora nosotros vamos a ayudarlo. Instintivamente supo que era inútil toda resistencia. Tanto por sentirse ya sin fuerzas como por la sorpresiva actitud de ellos. Comprensivos. Prodigándole una desconocida muestra de afecto. Y vencido, con la furtiva esperanza de alcanzar algo de paz y olvido, se dejó llevar.
Sobre el autor:
Ángel Balzarino nació en 1943 en Villa Trinidad (Provincia de Santa Fe- República Argentina). Desde 1956 reside en Rafaela (Prov. de Santa Fe - Rep. Argentina).
Ha publicado siete libros de cuentos: "El hombre que tenía miedo" (1974), "Albertina lo llama, señor Proust " (1979), "La visita del general" (1981), "Las otras manos" (1987), "La casa y el exilio" (1994), "Hombres y hazañas" (1996) y "Mariel entre nosotros" (1998), y tres novelas: "Cenizas del roble" (1985), "Horizontes en el viento" (1989), Territorio de sombras y esplendor" (1997).
Varios de sus trabajos figuran en ediciones colectivas, entre otras: "De orilla a orilla" (1972), "Cuentistas provinciales" (1977), "40 cuentos breves argentinos - Siglo XX" (1977), "Antología literaria regional santafesina" (1983), "39 cuentos argentinos de vanguardia" (1985), "Nosotros contamos cuentos" (1987), "Santa Fe en la literatura" (1989), "Vº Centenario del Descubrimiento de América" (1992), "Antología cultural del litoral argentino" (1995). Su cuento “Rosa” ha sido incluido en Cuéntame: lecturas interactivas (1990) e integra Avanzando: gramática española y lectura (3ª Edición, 1994, 4ª Edición, 1998), obras editadas en los Estados Unidos. Otro cuento, “Prueba de hombre”, integra la antología “Narradores Argentinos” (1998), publicada por la Revista “Cultura de Veracruz”, México.
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“Ella 24, yo 48”
Luis Buero
Y si, ella tiene 24 y yo 48.
Pero no son medidas de cintura, o números de camisa, ¡son nuestras edades!.
Mi hermano me llama “acné” porque dice que “ataco a las adolescentes”, y mis amigos varones me bautizaron “Cris Morena”, porque según ellos “yo hago mover a las chiquititas”. Ellos están contentos por verme feliz, elogian mi tendencia a “sentirme vivo”, y me atribuyen la búsqueda de una supuesta segunda oportunidad en la vida, un comenzar de nuevo. Sin saber me ponen el cartelito de “hombre que quiere vivir plenamente esta etapa de la vida y que no tiene objetivos a largo plazo”.
Mis amigas cincuentonas le pegan a ella con la crítica mordaz, porque sienten que ha cazado a alguien que está dentro de su “parque varonil”; piensan que los cuarentones divorciados deberían estar entre sus presas posibles, y que hoy jovencitas impertinentes se los están robando. Entonces se burlan de mi asegurando que con mi novia sólo puedo tener un amor platónico, en el que yo debo poner la plata y ella el tónico.
La felicidad ajena siempre pincha alguna llaga y el “superyo” social no suelta la rienda y nos persigue. La gente insiste en que ella me eligió por sentirse demasiado sola, y necesitada de una figura paternal; la definen como una chica llena de incertidumbres y sin proyectos personales. En un país donde no sabemos qué va a ocurrir la semana que viene, la gente condena nuestra relación porque dentro de veinte años yo voy a ser un jovato destruido y ella una madurita joven. Pero cuando la piba salía con uno de su edad, se topaba con un tipo sin proyectos, que vive con la mamá y la dejaba plantada para irse a jugar un “fútbol cinco”, y cuando la llevaba a un boliche, el flaco se emborrachaba hasta quedar amnésico.
Mi prima Mara se burla de mi con una lista de consejos: “no la dejes entrar al baño cuando te estés acomodando la peluca o lavando las prótesis; no olvides delante de su vista el té de boldo o el de tilo, no le cuentes dos veces la misma anécdota ni revises obsesivamente las llaves de gas, agua y luz antes de salir a pasear, y sobre todo, no discutas con taxistas, conserjes o mozos delante de ella aunque te traigan paella en vez de duraznos con crema, porque enseguida te tildan de cascarrabias, y aprendé que los aros no tienen porqué plantarse necesariamente en el lóbulo de una oreja, existiendo tantas partes del cuerpo donde clavarlos”...
Pero, ellos no entienden: ¡es tan hermoso escuchar una carcajada pura de mujer que se derrama como arroz huracanado, hoy que nadie tiene permiso para ser feliz!
Pues sí, sépanlo, todo es mucho más simple, natural, pasa, puede pasar. Ella Bettina Blanco del pueblo de Bonifacio, yo Luis del barrio de Villa Crespo. Uno no lo busca y de golpe el amor está ahí , una sonrisa inesperada, una mirada que se escapa, dos almas que se encuentran y cuando se ponen a pensar ya es tarde. ¿Tarde para qué?
Sobre el autor:
Luis Buero: es guionista y periodista. También es docente de la materia Guión en TEA Imagen, en la Univ. de Morón, y en la Univ. De Belgrano. Es autor del libro "Historia de la televisión argentina contada por sus protagonistas", editado en 1999 por la Univ. De Morón (dist. La Crujía) que obtuvo una mención especial de APTRA en la entrega de los MARTÍN FIERRO 1999.
Algunas obras:
* Televisivas:
La Familia Benvenuto (Comedia, TELEFE, 1991-1995)
Televisivas:
La Familia Benvenuto (Comedia, TELEFE, 1991-1995)
Comunicado Pop (Magazine juvenil, ATC, 1997),Un Milagro de Cristo en la Quebrada (Documental, CANAL 2, San Luis, 1994)
El Laboratorio del Dr. Pipeta (Sketches cómicos infantiles educativos,
TV QUALITY, 1999)
Colaboración autoral en Los Rodríguez (Sketches cómicos, TELEFE, Junio 1998) y en Señoras sin Señores (Sketches cómicos, TELEFE, Octubre 1998).
Radiales:
El Tiempo que viene (Periodístico, FM Comunidad, 1996).
Literarias:
Príncipes y Medias Lunas (1971)
Cuentodisea (1975)
El Último Otoño (1982)
Historia de la Televisión Argentina contada por sus Protagonistas 1951/96
(Universidad de Morón, 1999)
Obtuvo Faja de Honor de la S.A.D.E. (1983)
Mención Especial Ceremonia de entrega de MARTÍN FIERRO 99 (Por el libro “Historia de la Televisión...”).
Ha colaborado en los diarios
La Nación - Clarín (Calles de Bs. As.) - La Voz del Interior - La Prensa –
Tiempo Argentino - La Razón – Época – Norte- Publimetro
Revistas: Flash - Uno Mismo – Cosmopolitan – Nuestra - Clarín Viva -
Clarín Ciudad Digital – Autoclub - Sex Humor - Para Ti – Publimetro- Luna
Discográficas:
Para Mamá, Actor Hugo Arana (RCA VICTOR, 1976)
Cursos y seminarios dictados:
Facultad de Filosofía y Letras U.B.A. - Facultad de Ciencias Exactas y Naturales U.N. (Córdoba) - Círculo de la Prensa (de Rosario) - Carolina Cable Color (de San Luis) - Canal 3 de Santa Rosa (La Pampa) - Círculo de Prensa de Rafaela - Sindicato Argentino de TV Capital y Filial Santa Fe - Canal 10 de Córdoba - Asociación de Periodistas de la Televisión y Radiofonía Argentinas - Escuela Superior de Periodismo - Asociación Argentina de Actores - Centro Cultural Borges - Universidad nacional de Villa María (Córdoba) - Centro de Trabajadores Argentinos (Docentes de la Rioja) - Centro de Estudios Sociales (Córdoba), Universidad de Ciencias Sociales y Empresariales.
Dicta talleres y cursos de libretos humorísticos en televisión
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Conversación en casa de un alumno
Alberto Ferreyra
-Estoy harto de soñar -dijo Joaquín Agrelo después del último trago de
café con leche en lo de su amigo Lucas Linares, adonde se habían juntado
para hacer un trabajo práctico.
-Bueno, pero si no tenés sueños no vas a ningún lado, todo te da igual.
Además, bah, yo qué sé.
-O sea, no es fácil de explicar. Digamos que, bueno, en fin, las cosas
por ahí se dan así y bueno, viste cómo es, ¿no?
-Ajá. Y sí, un poco de razón tenés, la verdad es que más de una vez uno
quisiera hacer cosas y no se da, ¿algo así puede ser?
-Sí, puede ser. No es muy sencillo de decir, pero qué sé yo, por lo
pronto es lo que me pasa. Ya veremos.
-En realidad no creo que estés harto de soñar -conjeturó Clarisa
Bertone, amiga de Lucas y razón de dos frustraciones de Joaquín producto
de igual número de negativas a propuestas de noviazgo.
-¿Y qué es lo que me pasa? Decímelo vos que se ve que sabés tanto
-preguntó Joaquín.
Clarisa evitó bajar al plano de irritación de Joaquín. Apenas si declaró
esto: “Tu problema es que te cansaste de soñar, que es algo de lo que no
te tenés que cansar. Y si eso te pasó es porque no supiste darte cuenta
de que pretendías sueños que no estaban a tu alcance”.
Joaquín empezó a rascarse la cabeza. Lucas, quien sabía que ése era un
síntoma de nerviosismo, le dio unas palmaditas en el muslo izquierdo al
tiempo que con la otra mano le acercaba el plato donde quedaban siete
Criollitas.
No alcanzó para distraerlo.
-Así que vos sos un sueño que no está a mi alcance, ¿y vos quién te
creés que sos, la reina de Bélgica?
-No, soy tan común como vos, sólo que no le echo en cara a nadie el
hecho de que no se entusiasme conmigo, cosa que a vos te cuesta asumir
-replicó Clarisa, que aún no perdía las esperanzas de que al cabo de
tres años de conocerse Lucas la invitara a salir.
Sobre el autor:
Alberto Ferreyra nació en Río Cuarto, Pcia. de Córdoba, Argentina, en 1975. Es editor de noticias de internet de la Universidad Nacional de Río Cuarto, y se desempeña como Adscripto en la cátedra de Comunicación Impresa Aplicada del Departamento de
Ciencias de la Comunicación de la UNRC.
Docente de los talleres de Comunicación Radiofónica I y II del Programa
Educativo de Adultos Mayores (PEAM), de la Secretaría de Extensión y Desarrollo
de la UNRC, docente de Lengua Castellana de sexto año del Instituto Provincial de Enseñanza
Media (IPEM) 252 de Río de los Sauces, provincia de Córdoba. También es
editor de Qué Sentimos, publicación trisemanal de cuentos, poesías y notas de opinión para estudiantes de Ciencias de la Comunicación de la UNRC y ha publicado cuentos en "Razón y Palabra" .
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El hombre imaginario
© Lidio Mosca Bustamante
Los derechos de autor están reservados
Jorge Crespo dejó el periódico sobre la mesa, había intentado leer un artículo sobre el significado del arte en el antiguo Egipto. Algo lo había obligado a interesarse por ese tema, pero no soportó la lectura. Se dijo que era excepcional en él acercarse al arte, ya fuese a la pintura, literatura, música, arquitectura, etcétera. En realidad no le importaba en lo más mínimo ninguna de esas expresiones. No las entendía. Ni las creía necesarias. Estaba convencido que se puede vivir sin ellas. Más aún: se podía estar muy bien sin obras que no hacían sino inquietarle a uno el alma.
Algunos estaban en el mundo para crear castillos en el aire, que para nada eran útiles. Él prefería mantener su vida dentro de un mundo práctico, en el cual todo lo producido fuese mensurable y tangible.
Le molestó no saber porqué trató de leer ese texto sobre el arte de Egipto. Como tenía un pensamiento completamente lógico y dominado por la idea de causalidad se preguntó: ¿Qué fue lo que motivó en mi espíritu la curiosidad por esa publicación?
Pensó que su existencia estaba muy ordenada. Y que todo lo que tenía metros, centímetros, decímetros, milímetros y micrones le ayudaba a ubicarse en el espacio. Además estaban las otras formas de mensura: la temperatura, los joules, las radiaciones equis, los miliamperes, los grados Celsius, los Farenheit, etcétera.
Se dijo que el arte estaba relacionado con la intuición, la imaginación y la creación. Y había oído que la única manera de entender la historia, la vida y el mundo era a través del conocimiento de las religiones y de las creaciones de los pueblos. Pero a él qué le importaba todo eso. ¿Qué eran esas obras después de todo? Y se aseguró que no servían sino para que otros pudiesen medirlas, fotografiarlas y guardarlas en museos.
De repente, sintió una fuerza que quiso motivarlo otra vez más a tomar una revista que le había llegado casualmente y por error seguro del correo: era una con ilustraciones de cuadros de Pablo Picasso y otros pintores. Por un momento la tuvo en las manos, casi la abrió, pero su alma reaccionó como siempre: tiró la revista al canasto de papeles y se sintió molesto porque por segunda vez esa fuerza casi lo obligó a interesarse por el mundo de los sentidos. Felizmente rechazó la tentación. Se dijo que, de inmediato, se dedicaría a clasificar y medir su colección de relojes antiguos, lo que le calmaría los nervios.
Yo, autor de este relato, me cansé del espíritu testarudo de Jorge Crespo. Dejé de escribir sobre él, porque su forma de ser no me permitió seguir con la historia como yo quería hacerlo. En realidad, porque es un personaje insensible y estático, lo abandoné mientras se fue a su escritorio, se sentó y se puso a trabajar con sus relojes.
Sin que él lo notara entré sigilosamente en su habitación por detrás suyo, y sin hacer ruido tomé la revista del canasto y me fui. Más tarde leeré el artículo sobre Picasso y posiblemente también el del arte Egipcio.
Sobre el autor:
Lidio Mosca Bustamante nació en Argentina, vive actualmente en Gänserndorf, a 30 Kms. de distancia de Viena, Austria. Es doctor de medicina. Actualmente se dedica por completo a la literatura y pintura. Entre otras cosas miembro del grupo de escritores de Neu Siedl am See y del P.E.N. -Club de Austria. Sus obras publicadas son: “La excusa”, volumen de cuentos, Argentina 1981. “La marca en la arena” Verlag Pro Esperanto en español, Austria 1995, en alemán, Bibliothek der Provinz, Austria 1997. “Flores para Agustina”, novela, Edit. Entre Ríos, Argentina, 1999, en alemán Edición Deutschbauer Druck, 1991. „Schock! Die verbotene Geschichte“ (Shock! La historia prohibida), Verlag Autoren Gergruben, Neusiedl am See, Austria, 2002. Ha publicado en periódicos y antologías del país y en el extranjero, Argentina, Austria, México y España