Parte final de una historia. Frío invierno de 2001
Desde Río Cuarto, Provincia de Córdoba, Argentina, nos envían este relato.
Parte final de una historia
Frío invierno de 2001
(c) Alberto Ferreyra
-Hola.
-Hola, Romina, buenas tardes. Habla Adrián.
-¿Qué hacés?
-Tengo una buena noticia para vos: voy a dejar de molestarte, como que
éste será mi último llamado.
-Como quieras, pero ¿por qué?
-Mirá, Romina. El martes te esperé en la parada de colectivos...
-Estaba muy frío...
-Sí, para mí también estaba muy frío y sin embargo fui. Te aclaro que no
te culpo porque me hayas dejado pagando. Al fin y al cabo, nadie tiene
obligación de que una persona le guste, le interese, le llame la
atención o cosa por el estilo.
-Hacía 2 grados el martes.
-Vos sabías la temperatura. Yo la sentí. Pero no importa. Insisto con
que el plantón, que no me gustó, por supuesto, no es lo que me molesta.
Lo que molesta es que no me hayas llamado. Yo entiendo que por ahí
cuando a uno lo invitan a algo, en el acto uno dice que sí y muchas
veces después se arrepiente, pero justamente si vos no tenías interés en
tomar el café me podrías haber llamado el martes un rato antes de las 7
y decirme “Hola, Adrián, ¿qué te parece si lo dejamos para otro día?”.
-Pero es que no tengo cargada la tarjeta, no puedo hacer llamados.
-Bueno, podemos seguir hasta el día del juicio final hablando del tema.
Cierro diciendo que no te hubieras muerto de frío yendo hasta el
locutorio que está a la vuelta de tu casa. Yo me acuerdo de que casi me
hacés una demanda cuando te sentiste plantada esa vez en Café Latino,
que me dijiste que nunca nadie antes te había plantado y la mar en
coche. Si vos te sentiste así, podrías haberte puesto en mi lugar -yo
esa vez no te planté, aunque al día de hoy no me lo creas- y haberme
avisado. Nada más.
-¿Terminaste?
-¿Encima ahora la culpa es mía?
-Nadie te echa la culpa de nada. Apenas te quiero hablar.
-Está bien, dale.
-Tengo diez mil quilombos en la cabeza. Estoy acá porque tengo ganas de
ver a mi familia, pero no sé si quiero seguir acá, si quiero volver
pronto a Buenos Aires. Allá me gusta, pero no está mi familia, ni tengo
trabajo como tampoco lo tengo acá, ni sé si me interesa mucho trabajar.
No sé, ¿viste? Es complicado el tema.
-Pero por eso mismo, Romina. Yo te entiendo una y mil veces, si
justamente cuando yo te hablé ese domingo a la noche que estabas en
Buenos Aires fue para contarte problemas míos. Entonces más vale que te
entiendo que tengas problemas, que estés
confundida y que no sepas para qué lado tomar. Pero justamente por eso
es que me gustaría ayudarte. Yo no sé si el dicho es “un roto para un
descosido” o cómo es, pero si pensé en vos como alguien con quien hablar
de mis problemas fue porque supuse que vos, por las confusiones que has
tenido a lo largo de este año, me podías dar una mano. Me decís que vos
seguís teniendo tus líos. El domingo a la noche cuando yo te dije que
como te llamaba para contarte problemas mi llamado era egoísta vos me
dijiste que no era así, que estaba bien contar los problemas, pedir
ayuda. O sea, a ver si soy claro: el mensaje que me diste vos de que yo
no me quedara solo con mis conflictos es el mismo que quiero
transmitirte a vos ahora.
-Está bien.
-Yo te dije ese domingo que me había quedado en Río Cuarto con las ganas
de ser tu novio. Borralo a eso, olvidalo. Entre los indicadores de mi
ciclotimia están mis sentimientos por vos: empecé sin ánimo de pensarte
como novia, después te hice saber de distintas formas que estaba
interesado en que fuéramos novios. Hoy no se me cruza por la cabeza
tirarme un lance. Lo que sí te puedo garantizar es que en todo momento
me gustó y me gustará ayudarte en lo que esté a mi alcance.
-Gracias.
-También pienso que es jodido estar en cualquiera de estas dos partes:
la que siente menos y la que siente más. Es factible que a vos te
incomode la percepción de que lo que yo siento por vos es más de lo que
vos sentís por mí, por eso es que creo que hacer de esta llamada la
última de mi parte te aliviará.
-Pará, flaco, tampoco te lo tomés así.
-Romina, tenés 21 años. No es edad para estar soportando un plomo.
-Si a mí me cayera mal tomar un café con vos te lo diría y punto. No me
caés mal.
(...)
-Sin embargo mi imagen ante vos no cambia por mucho que te diga que no
soy mujeriego y por mucho que te lo jure por lo que se te ocurra
pedírmelo.
-Tal cual, no cambia.
-Bueno, no sé. ¿En algún momento me creíste?
-¿Si te creí mujeriego?
-No, si me creíste lo que yo te decía. Porque si no me creíste habiendo
escuchado y leído todo lo que me nació decirte -y te juro que me nació
decirte todo lo que en estos meses te dije- solamente te queda creer que
soy un cínico capaz de escribir “me gustaría ser tu novio” mientras
siente “me gustaría que reventaras”.
-No, cínico no. Sí un mujeriego vivo, que sabe cómo actuar y hace como
si estuviera enamorado, entonces escribe tarjetitas, cartitas, manda
mensajitos para el cumpleaños, regala alfajores. Típico.
-Definitivamente no entiendo, pero sigamos. O sea que nunca creíste en
lo que te dije.
-Podría decirse que nunca.
-O sea que, para vos, yo además de mujeriego soy mentiroso.
-No digo que seas mentiroso, digo que no te creo.
-Muchas gracias, el implícito es una delicadeza de tu parte. Sigamos.
Eh, a ver qué más. Ah, ya sé. Tratá de suponer, aunque imagino que no es
fácil hacer como si las cosas hubieran sido distintas de como fueron,
pero tratá de suponer que yo nunca la mencionara a Vanesa. Yo te
proponía noviazgo. ¿Vos qué me contestabas?
-No sé, no me gusta suponer.
-Entonces te molestó porque sí imaginarte segunda de Vanesa. ¿Te
imaginaste segunda
en una lista de amigas, de conocidas? ¿Tanto te molestó pensarte mi
segunda amiga o mi segunda conocida? Permitime pensar, ya que no me
querés responder, escudada en que no te gusta suponer, que a vos lo que
te molestó y te cegó de tremenda manera fue suponerte segunda de Vanesa
en el rol de novia mía.
-Nada que ver. Te fuiste a cualquier lado.
-Como quieras.
-No, como quieras no. Te fuiste.
-Me habré ido. Si vos lo decís...
-Te va a salir cara la llamada.
-Ya lo sé. Como también sé que es una forma elegante de pedirme que
corte.
-¿Ves que tomás para cualquier lado?
-¿Yo tomo para cualquier lado? ¿Y cómo se llama tu insistencia en que yo
estaba pensando en Vanesa cuando te confesaba a vos lo enamorado que de
vos estaba?
-En todo caso sos más parecido a mí de lo que vos creés, pero te lo
negás porque así me podés criticar tranquilo.
-Está muy bueno el razonamiento. Cierra y todo, no como las pavadas que
dijiste con relación a Vanesa y a que yo soy mujeriego y a que soy
mentiroso.
-Yo no dije eso.
-Lo dijiste sin decirlo. Pero no importa. Ni sé bien qué importa a esta
altura. Ni sé si valió la pena esta llamada. Se supone por lo que vos me
dijiste que necesitás que te comprendan y no que te juzguen y que en
lugar de enojarse el gil que queda plantado te aplauda por el hecho.
-¿Ves que sos muy jodido?
-¿Por qué? ¿Por permitirme una ironía? ¿Cómo preferís que me tome los
plantones? Creo que es de mejor educación la ironía que salir a
insultarte, cosa que no me nacería hacer, te juro. Te respeto mucho, y
el respeto no es casual, va siempre acompañado de otras cosas, y por eso
no te insultaría. Por muchos más plantones que recibiera de tu parte. Si
es que valgo un plantón. Porque a lo mejor yo para vos no valgo nada.
Aunque entre valer un plantón y no valer nada, tirás la moneda y cae
parada. De hecho, hacés una rifa por un plantón y nadie te va a comprar
un número, por más que ese plantón sea de la reina de España o de la
princesa Romina.
-¡Sos un hijo de puta!
-Bueno, pero no te enojes. ¿Quién decía así? El Chavo. Bueno, no te
enojés. De alguna manera es un modo de desquitarme de los plantones. Te
dije durante esta charla que para mí no puede dar igual ir a un
compromiso que no ir. Vos no fuiste y yo de alguna manera te hago saber
que tu ausencia no me gustó. No es más que eso, Romina. Y te digo más:
si vos para mí no valieras nada yo dejaría pasar uno y mil plantones,
pero como valés bastante más que nada a mis sentimientos y creo que tu
actitud de plantarme sin más no es de lo mejor, te lo hago saber. A lo
mejor aspirando a que el próximo que tenga la idea -¿viste que no dije
“la mala idea”?- de tratar de ponerse de novio con vos no pase por la
experiencia de los plantones como si fuera lo más natural o elogiable
del mundo dejar plantado a un taradito sin siquiera disculparse o
anticiparle que vos no vas a ir.
-Sos tremendo, Adrián. Clavás puñales.
-Puede que sí. No voy a ponerme en el trámite de negártelo.
Al mutismo de Adrián tras su expresión sucedió esta pregunta de Romina:
-¿Estás ahí?
-Sí.
-¿Pasa algo?
-No, nada.
-No, algo te pasa. De bien que venías hablando, no sé, te callás. ¿Qué
pasa?
-Nada, dejalo así, está todo bien.
-Bueno, como quieras.
-Nada. Que hablo con vos, discuto, te escucho que me decís que me creés
un mujeriego, un mentiroso aunque me lo niegues, un tipo que no te
merece mucho crédito y asimismo, aun después de haberte dicho que no te
pienso como novia, me dan ganas de hacer un último intento. Y lamento
porque sé que me dirías que no. Y no sé por qué diablos yo no me di
cuenta de que no me tenía que enamorar de vos. De que sos muy linda como
para que fuera normal que te pusieras de novia conmigo. Y pienso todo
eso y, si bien no me trago una sola de las palabras que te dije en esta
llamada, siento que me encantaría ser tu novio. Siento también que es
hasta triste el papel que hago diciéndotelo porque no hay vueltas, la
respuesta es “no”. Pero no puedo evitar decírtelo. Y siento que en algún
momento yo pensé que la forma más digna de irme era haciéndote pensar
que yo era el tiro al aire que vos me dijiste que yo era. Charlando con
un amigo le dije que era una buena idea que yo hiciera todo lo posible
por quedar mal parado ante vos así en caso de que vos eligieras a otro
tuvieras la convicción de que perdiéndome a mí no perdías nada. Y pensé
que era noble ese gesto de basurearme a mí mismo para evitarte algún
lamento en el futuro del orden de “qué mal hice en no elegirlo a
Adrián”. Sin embargo, por mucho que pensé eso, hoy las veces que me
tildaste de mujeriego y de mentiroso y de no sé cuántas cosas más yo me
defendí en cada una de ellas, haciendo lo contrario de lo que le dije a
Edgardo que era correcto hacer. Y me debería arrepentir, pero no sé si
quiero. Y no tendría que decirte que me duele perderte, que me duele que
no seamos novios, pero igualmente te lo digo. Y sé que está mal. O creo
que está mal, no sé. Pero te lo digo, Romina. Y te pido disculpas por
decírtelo porque creo que no está bien que te lo diga, pero ya ves, te
lo terminé diciendo.
-No, no hay nada que disculpar. Si es lo que sentís, no tenés por qué
pedir disculpas.
-¿Y vos podés creer en lo que yo te digo? Digo porque si decís que no
hay nada para disculpar lo harás partiendo de la base de que fui
sincero, lo cual contradiría la chapa de mentiroso que me has puesto.
-Cómo la tenés con eso. No hay nada que disculpar, Adrián. En serio.
-Lo que no fue, no será.
-¿Cómo?
-Que lo que no fue, no será. Que te vuelvo a pedir disculpas por las
dudas te haya caído mal lo que te dije al último o el resto. Que hoy
también te hice saber que me gustaría ser tu novio, desmintiendo lo que
te dije y lo que creí que sentía hace un rato de que con ser tu amigo
era suficiente. Que hasta acá llega la cosa y que me llevo de vos, con
plantones y todo, un recuerdo muy lindo. Y que te quiero, y que sé que
está mal decírtelo si no voy a hacer más intentos, pero veo que tendrá
que ser por otros rumbos que los haga. Y que entonces será hasta
siempre.
(c) Alberto Ferreyra
Sobre el autor:
Alberto Ferreyra nació en Río Cuarto, Pcia. de Córdoba, Argentina, en 1975. Es editor de noticias de internet de la Universidad Nacional de Río Cuarto, y se desempeña como Adscripto en la cátedra de Comunicación Impresa Aplicada del Departamento de
Ciencias de la Comunicación de la UNRC.
Docente de los talleres de Comunicación Radiofónica I y II del Programa
Educativo de Adultos Mayores (PEAM), de la Secretaría de Extensión y Desarrollo
de la UNRC, docente de Lengua Castellana de sexto año del Instituto Provincial de Enseñanza
Media (IPEM) 252 de Río de los Sauces, provincia de Córdoba. También es
editor de Qué Sentimos, publicación trisemanal de cuentos, poesías y notas de opinión para estudiantes de Ciencias de la Comunicación de la UNRC y ha publicado cuentos en "Razón y Palabra" .