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Entre Casablanca y Rabat, por Luis Sedwick Báez, desde Venezuela
 

Relato de un viaje por Casablanca del escritor venezolano Luis Sedwick Báez
Entre Casablanca y Rabat © Luis Sedgwick Báez a Rebeca Sánchez Me acerqué a Marruecos matando tres pájaros de un tiro: aún no lo conocía, era la oportunidad para visitar a una amiga y asistir a una boda. El día antes de partir de Madrid se había reanudado el conflicto de soberanía con la isla de Perejil (“Leila” en árabe) : una ensalada de malabarismos políticos y diplomáticos. Me advirtieron que quizás el avión no despegaría de Barajas; todo lo contrario, llegué a Casablanca sin dificultad. Confrontar una cultura ajena a la nuestra –como es la árabe-islámica- es dejar atrás ideas preconcebidas que nos inhiben, quizás, de entender las raíces que nos atañen ,de una u otra forma, nuestro modo de actuar, de pensar, y comprobar, in situ, las influencias primerizas, las raíces, que marcaron a todo un continente: el americano. El vuelo es de apenas 1.35 minutos; un tren une al aeropuerto Mohammed V con Casablanca y continua a Rabat. En Casa Voyageurs, la estación de tren, ya se siente el pulso de Casablanca, puntal financiero y económico de Marruecos y su puerto más importante. Con más de tres millones de habitantes, el influjo rural a la ciudad es obvio y en la periferia , cuando el tren se va acercando, los “bidonvilles” (ranchos) son una presencia palpable de la realidad en un país donde el 60% es analfabeta, el 40% se encuentra desempleado y el 50% es menor de 21 años. El conocimiento del francés ayuda enormemente pues la lengua francesa es el segundo idioma. Tengo por costumbre estudiar los planos de la ciudad para mejor aclimatarme dentro del entorno. Escogí un hotel céntrico, muy bien ubicado y de precio solidario ( sólo voy a dormir) a unos pasos de la avenida de las Fuerzas Armadas Reales (FAR), una arteria principal y cerca de la medina. Por 25 dirham almorcé un estupendo plato de pescado y frutos de mar en una taguara de la medina. Entré en la mezquita de rue Dar El-Maghzar donde los fieles proseguían con las abluciones cuando un feligrés me miró fijo y comprendí de inmediato que los no musulmanes estamos prohibidos de entrar, durante los rezos, a las mezquitas . La medina es pequeña pero ofrece un panorama de la vida cotidiana, los lugareños portando sus djellabas (túnicas), los burnous ( con capuchas), y las babouches ( pantuflas usadas en todo momento), las mujeres usando además el hijab, velos y pañuelos que cubren la cabeza. Deambulo por los alrededores de la plaza Mohammed V ( este nombre como el de Hassan II los hay por doquier en todo Marruecos) y me detengo ante la Oficina Principal de Correos, construida en 1918 durante el Protectorado francés. Es la hora de la siesta, varios se recuestan debajo de las palmeras buscando sombra, continuo por el bulevar Moulay Youseff con sus árboles de copas entrelazadas hasta la iglesia del Sagrado Corazón ( parecida a la de Santa Capilla pero más grandiosa), construida en 1930 y en vías de recuperación, es constatar la mano francesa que influenció, dentro del período colonial, el diseño arquitectónico y urbanístico de Casablanca. Si uno despoja al lugareño de sus atuendos árabes la fisonomía del marroquí es similar al del venezolano. Casablanca me recordaba al mítico film del mismo nombre ( filmado en un plató de Hollywood), un lugar de misterio, de intrigas, cosmopolita, pero toda esa aura imaginaria quedó en el recuerdo, fruto de la ficción. Tal vez la única razón turística para visitar Casablanca sea la mezquita de Hassan II, construida en 1993 para coincidir con el 60ª aniversario del monarca. Es una de las mezquitas más grandiosas del Islam y una de las más bellas, capaz de congregar a unas 25 mil personas y otras 80 mil en la explanada. Mármol, madera de cedro, granito, el famoso zellij (intrincado trabajo de mosaicos), contribuyen al realce del monumento con el mar delante. La entrada ( 100 dh) incluye los salones de ablución, los “hamman” ( estilo turco), los “bain maure” (estilo marroquí). Los vigilantes, con sus atuendos típicos, posan orondos ante las cámaras de los turistas. El bus nº 168, que lo tomo en las inmediaciones de la mezquita , me lleva por la “corniche” (costa) hasta Ain´Diab, el balneario donde los Mcdonald, los Pizza Hut, los restoranes, los hoteles y clubs abundan, como los vendedores de resorts. La playa es inmensa, se divisan pocos nadadores, varios jugando fútbol, la arena es marrón oscura, húmeda. A cinco de la tarde el panorama de Casablanca cambia de repente, un volcán de gente se mueve de diestra a siniestra, el tráfico fluye sin cesar. Es hora de buscar solaz en un café, donde el 99% de los presentes son hombres sentados en hileras mirando la calle con un jugo de naranja, café o “atay” ( té de menta hecho a base de te chino “gunpowder”), como lo observado en el café del hotel Excelsior en rue Amraoui Brahim o frente al hotel Royal Mansour en la avenida de las FAR. Rabat a menos de una hora por tren de Casablanca es otra cosa. Los casablanquinos lo consideran un suburbio: la eterna diatriba entre la capital y su ciudad más importante. Rabat posee una ritmo de caballos de fuerza menor, más pausado. Desde la independencia en 1956 es asiento del gobierno y del rey, aunque el actual monarca prefiere Agadir y Marrakesh. Me esperaban en la estación de Rabat - Agdal para llevarme a Soussi, zona residencial, de villas, de bouganvillas en todo su esplendor, de avenidas: Ben Barka, Iman Malek, Route des Zahers. No había tiempo que perder. La medina me aguardaba. Con sus distintos souqs (mercados), de comida, especies, cestería, cerámica, alfombras, cuero, niños en pos de sus padres, gente comiendo, jugando a las cartas, tomando atay: una vida de comunidad entre murallas, lo abigarrado representa una sombra por donde uno va; la rue des Consuls es tal vez la calle más buscada por los turistas y lugareños, cada tienda colmada de objetos, artesanía o antigüedades tiene su orden dentro del desorden y es fácil de ver la mercancía. Cada vendedor invita al pasante a entrar. Me conducen a la trastienda de una venta de alfombras donde el artesano, utilizando técnicas ancestrales y con la ayuda de agujas de madera en los telares, elabora, hebra por hebra hasta completar el tapiz o alfombra todo a mano. En la “Casa de la platería” se corre una cortina de terciopelo negro y uno penetra a la cueva de Alí Babá: un museo de plata y oro y otras antigüedades. Todo lo que me atraía el ojo era de factura bereber, común denominador que se extendió por los distintos sitios que visité en Marruecos. El regateo es una obligación, una forma de vida, se es tonto ( y uno es considerado como tal) si uno opta por negarse al ejercicio verbal y gestual, a la postre agotador pero rendidor; dependiendo del humor del vendedor el precio puede alcanzar la mitad de lo acordado inicialmente. Por el portal Bab Oudaia -construido a fines del siglo XII y situado al lado de la medina - penetramos a la casbah de los Oudayas frente al estuario del Océano Atlántico, un pueblo dentro de las murallas que me recordaron partes de Coro y de calles andaluzas, las raíces arquitectónicas se encontraban aquí, obviamente. Muchas de las casas fueron construidas por los musulmanes que escaparon de España después de la diáspora de 1492. Otro día corresponde visitar la Chellah, los remanentes de la ciudad romana de Sala Colonia y arropado por los muros de la necrópolis que la dinastía de los merenidas construyeron en el siglo XIII. A través de naranjales, olivares e higueras, el visitante ( éramos muy pocos) deambula bajo un calor húmedo viendo tumbas, “koubbas” (mausoleos), árboles con figuras humanoides en cuyos topes las cigüeñas asentaron sus nidos. Cerca de los “marabouts” (mausoleos de santones), donde el sincretismo árabe-islámico se nutre en su apogeo, un señor alimentaba a gallos y gallinas que picoteaban la tierra mientras un enjambre de gatos dormían lánguidamente y una señora que vendía agua de azahar sentada al borde de una pileta arrojaba un huevo duro al agua . Dos enormes anguilas hicieron su aparición y devoraron la comida. Este es un sitio de recogimiento y petición, donde las mujeres piden por novio, marido y descendencia. De cómo llegaron las anguilas hasta allí desde el mar es objeto de leyenda. Desde la altura se divisa Salé que se llega cruzando por el río Bour-Regreg, la ciudad contigua a Rabat con un tono de vida donde parecería que nada ha cambiado y que se resiste a la modernización. Proseguimos el tour siguiendo el contorno de las murallas, las calles son pequeñas, tortuosas, olorosas, el mercado apestaba, surge el enfoque cultural del “clôture” donde todo lo relevante ocurre en el interior, el exterior es sólo una fachada sin importancia. Salé, una comunidad de enclave, conoció la prosperidad en los siglos XII y XIV, fortaleciendo sus lazos comerciales con Génova, Venecia y sus habitantes eran asociados con los corsarios. Pasamos por la gran mezquita, construida en el siglo XIV y el templo marabout de Sidi Abdallah ibn Hassan, patrón de Salé y de los viajantes marroquíes, una suerte de San Cristóbal musulmán. A Rabat se le asocia también con la Torre Hassan y el Mausoleo de Mohammed V, sus monumentos más emblemáticos. De la mezquita adjunta apenas quedan los restos destruidos por el terremoto de 1755. Restan los pilares de piedra en perfecta circunferencia que me recordaron a las enormes fichas de damas ( sin el blanco y el negro) de los jardines del Parc Royal en París. Desde que un niño cayó desde las alturas se ha prohibido visitarla. Las tumbas del abuelo y padre del presente monarca son impresionantes, los decorados en vistosos adornos marroquíes, flanqueados a la entrada por húsares a caballo. Al lado de los mausoleos un imam se halla sentado leyendo el Corán. Aparecen los “guías informales” que le susurran al oído la historia del lugar. Una propina es sugerida. Nota: Casablanca: -Hotel du Centre, rue Sidi Belyout esquina avenida de las Fuerzas Armadas Reales. Cuarto con baño, 185 dirham, sin desayuno. - Restorán: Snack Amini, rue Chaouia esq. Blv. Mohammed V al lado del Hotel Colbert. Estupendo plato de pescado 50dh, incluyendo bebida sin alcohol. Ofrecen “pastilla” ( de pollo, mariscos, paloma), una especialidad. 1US$= 10.42 dirham. Rabat: - Fábrica de alfombras: Jazouli , Saïd & Zouhair, 110-112 rue des Consuls; - Maison d´Argent, 244 rue des Consuls
 
 
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