|
Un niño que en lugar de peces pesca estrellas
Dicen que Juan era un niño pescador de estrellas. Vivía en un pueblo lejano, cerca del mar azul donde había diminutas casas blancas. Salía con su pequeño barco a pescar a primera hora de la mañana, casi siempre volvía con un montón de estrellas que brillaban. Muchas veces la gente se preguntaba cómo hacía, cómo pescaba estrellas en lugar de peces y la respuesta era simple: navego hasta que se hace de noche, espero quieto hasta que aparece el primer reflejo, entonces tiro la red al mar y las pesco. Las traía en un cántaro. Pero solamente le ocurría a él. Otros pescadores volvían al pueblo con una gran carga de pescados. Mientras navegaba a Juan le gustaba acordarse de algunas historias como las de la nieve y las mariposas por ejemplo |
|
|
Juan, el pescador de estrellas © Araceli Otamendi
Dicen que Juan era un niño
pescador de estrellas. Vivía en un pueblo lejano, cerca del mar azul donde había
diminutas casas blancas. Salía con su pequeño barco a pescar a primera hora de
la mañana, casi siempre volvía con un montón de estrellas que brillaban.
Muchas
veces la gente se preguntaba cómo hacía, cómo pescaba estrellas en lugar de
peces y la respuesta era simple: navego hasta que se hace de noche, espero
quieto hasta que aparece el primer reflejo, entonces tiro la red al mar y las
pesco. Las traía en un cántaro. Pero solamente le ocurría a él. Otros pescadores
volvían al pueblo con una gran carga de pescados.
Mientras navegaba a Juan le
gustaba acordarse de algunas historias como las de la nieve y las mariposas por
ejemplo. Era raro encontrar mariposas volando en lugares nevados, era raro y sin
embargo era una linda historia que le había contado su abuelo. Así pasaba el día
Juan, en el mar y pensando en historias que le habían contado y otras que
inventaba. Pero un día en su casa no había nada para comer, los alimentos se
habían terminado y Juan salió decidido a pescar un gran pez. Se echó a navegar,
el mar estaba bravo, picado, las olas se levantaban metros y Juan tenía hambre.
Entonces lo vio, vio al pez enorme que saltaba cerca del barco y tiró la red. La
red se desvaneció en el mar y Juan tiró de ella: tuvo que hacer mucha fuerza
para traerlo al barco. Luchó y luchó forcejeando hasta que el pez se dio por
vencido. Con todas sus fuerzas lo subió al barco. El pez movía un poco las
aletas, después se quedó quieto. A Juan no le gustaba mucho el olor de los
pescados muertos pero tenía hambre, ahora sí iba a comer. Emprendió el regreso.
Volvía al pueblo con un pez enorme, pero no había estrellas en el barco. El
viento soplaba en dirección a la costa y lo ayudó a volver. Cansado, casi sin
fuerzas llegó a la playa. Tuvo que arrastrar el barco unos metros por la arena.
Era una playa ancha de arenas blancas, muy limpias. La aldea parecía vacía a esa
hora, los demás pescadores no habían vuelto.
Entonces Juan bajó el pescado y lo
arrastró hasta la casa. Lo dejó en una pileta y se tiró en la cama. Comería
después. Estaba exhausto. La casa estaba a oscuras esa noche, no había luz
eléctrica. Dejó un cántaro con agua de mar en la ventana y cerró los ojos
durante un momento.
En el cielo oscuro casi negro había algunas estrellas. La
oscuridad no duró mucho, luces insistentes lo despertaron. Juan admiró su
descubrimiento: las estrellas estaban ahora ahí en el cántaro.
© Araceli
Otamendi – todos los derechos reservados
|
|