Tal es el título de la exposición que se realizó en Santiago, en torno a los juguetes fabricados en Argentina, Chile y Uruguay entre 1910 y 1960. Exhibición que constituye la primera etapa de la instalación del Museos de los Juguetes del Fin del Mundo que se proyecta crear, con sedes en Valparaíso ( Chile) y Colonia del Sacramento ( Uruguay).
La muestra pone frente a nuestros ojos un conjunto de objetos que formaron parte importante y decisiva de la infancia de millones de niños del Cono Sur. Y que se comenzaron a fabricar en nuestros países, gracias al esfuerzo de artesanos, carpinteros, ebanistas y empresarios, como una manera de sustituir las importaciones interrumpidas durante la Primera y Segunda Guerra Mundial.
Pese al indiscutible encanto de los juguetes exhibidos , - tales como el colectivo Once Ciudadela Luján, confeccionado en 1945 en Buenos Aires ; el tranvía amdet 32 aduana , hecho en madera esmaltada, en Montevideo ( 1950) y la carreta de reparto de la panadería "La chilenita " en hojalata litografiada -, la mayoría de ellos no son tan inocentes como parecen.
La historia reciente del Cono Sur parece darnos la razón a quienes pensamos que los juguetes que entregamos a nuestros hijos están cargados de valores y antivalores. Llama la atención en la muestra, la escasa y casi nula figuración de elementos destinados a estimular el interés y despertar el entusiasmo de las niñas. Situación que no es sino reflejo de la visión dominante en nuestros países, según la cual las mujeres no tenían gran importancia ni eran un público interesante de captar. Además, cabe recordar como la visión machistas de los padres y madres de la época se traducía en que el dinero disponible se empleara en forma preferente en la alimentación, educación y recreación de los varones del hogar.
Notorio resulta, también, el belicismo y el engañoso embellecimiento de la vida militar inoculados en la imaginación de los niños del Cono Sur a quienes, a través de una serie de juguetes de madera pintada y hojalata cromada, se presentaban las actividades vinculadas con la guerra y la represión policial, como las más brillantes realizar. Esto en circunstancias que sólo uno de los juegos exhibidos propone actividades vinculadas a la arquitectura.
El gran número de cascos y tambores, de tanques y aviones acopiados en la muestra y el poco espacio dedicado a herramientas para el juego que propusieran actividades ligadas al desarrollo de las ciencias parece explicarnos por qué nuestros pueblos son tan proclives a jugar a la guerra y tan poco amigos de las matemáticas.
(c) María Cristina da Fonseca