Casi nadie niega ya que el objetivo esencial de la educación lingüística y literaria es contribuir desde las aulas al aprendizaje de los conocimientos y de las destrezas comunicativas que hacen posible un uso adecuado, coherente y correcto del lenguaje. Quizá por ello, en los últimos años asistimos en el mundo de la educación al auge de los enfoques comunicativos de la enseñanza de la lengua y al énfasis didáctico en el desarrollo de la competencia comunicativa de las personas y en la adquisición escolar no sólo de un saber sobre la lengua sino también -y sobre todo- de un saber hacer cosas con las palabras (LOMAS, 1999) en los diferentes contextos y situaciones del intercambio comunicativo.
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