En este artículo se defiende una educación infantil que incorpore en sus prácticas el compromiso de construir estrategias emancipadoras que faciliten a profesores y profesoras una discusión crítica y una mayor conciencia acerca de los propios valores. Las prácticas docentes en esta etapa no son en absoluto neutrales. Por el contrario, bajo la candidez de ciertos planteamientos educativos, basados en la afectividad y en el amor a los niños, unidos a las más diversas justificaciones de orden psicológico, bien se puede estar disfrazando hábilmente todo un entramado de relaciones de poder, propias de la sociedad neoliberal en la que vivimos, que se van construyendo ya desde el inicio de la escolarización.
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