No deja de ser curioso (y es una forma de adjetivarlo) que los aires de la actual revisión de la reforma de 1990 vayan en la dirección de aumentar los contenidos (el número de horas de clases obligatorias) de las denominadas Humanidades (la Música y las Artes Visuales no entran en esta categoría, y van a ser, junto a la Educación Física, y la Tecnología, las víctimas de este desvestir un santo para vestir a otro) y de las Matemáticas. En lugar de reflexionar sobre lo que está pasando en la secundaria, de tratar de aprender de las experiencias de quienes se están planteando cómo educar a los adolescentes en un mundo en el que las reglas están cambiando, las autoridades ministeriales y autonómicas y los defensores del status quo del profesorado, se lanzan a un más de lo mismo: no querías café, ¡pues te pongo cuatro tazas!
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