Cuando en la segunda década del siglo pasado se oía el inconfundible sonido del
silbato del cartero, no faltaban jóvenes inquietos y presurosos que salían a su encuentro. El cartero, personaje que entonces aparecía orgulloso en la página que los libros de texto de primaria dedicaban a los “servidores públicos”, entre muchas otras cosas, era un puente, un lazo de unión con los centros de vanguardia del conocimiento.
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